sábado, 21 de abril de 2012

El túnel del Antiguo

El túnel del Antiguo ya ha cumplido un siglo de vida pero tiene su historia que comenzó en las Juntas generales de Azpeitia de 1862, en las que se pidió que la carretera general de Madrid a Irún modificara su itinerario que iba por Astigarraga dejando de lado San Sebastián y se proyectara por la continuación del paseo de La Concha, llamado entonces de los Baños, pasando por la actual finca de Miramar.
















Llega el cinematógrafo

El cinematógrafo, el gran invento de Marey y Friese Green, lo perfecccionaron los hermanos Luis y Augusto Lumiére quienes pasaron en privado sus primeras películas en marzo de 1895 en París y un mes después ante la "Societé d'encouregement a l'industrie national". No se dio ni por la industria ni por la prensa excesiva importancia al invento. Un empresario belga contrató aquellas primeras películas  y las exhibió en Bruselas con escaso éxito. Luego, el dueño del Grand Café du Boulevard des Capucines de París alquiló el sótano por treinta francos diarios al empresario belga que daba dos películas cada  día. Y comenzó la gente a interesarse por el cine y asistir a las sesiones

¿Cuándo legó el cinematógrafo a San Sebastián? No andan muy de acuerdo los investigadores de la pequeña historia de nuestra ciudad ni en fechas ni en lugares. Parece ser que los donostiarras en 1891 pudieron ver boquiabiertos a través de unas lentes escenas de la guerra de Crimea. Aquí esa guerra debió seguirse con mucho interés y un bar restaurante sito en el barrio de San Martín fue bautizado con el nombre de Sebastopol, desaparecido allá por los años treinta ha vuelto a renacer en la forma de "pub" con el mismo nombre y en el mismo sitio. Aquello, que no era cinematógrafo, se daba en el número 14 de la calle del Pozo, hoy paseo del Boulevard.

Tras aquel antecedente inmediato del cinematógrafo, éste llegó de la mano de los hermanos Lumière y tres meses después de haberse dado las primeras proyecciones en Madrid y Barcelona se daban en San Sebastián. La primera sesión parece ser que tuvo lugar en un improvisado cinematógrafo en el llamado Salón Edison, sito también en la calle del Pozo. El argumento de la primera película proyectada en nuestra ciudad era el siguiente:















La Real casa de campo de Miramar

Los terrenos de Miramar, donde se construyó el Palacio Real que durante casi cuarenta años ocupó la Reina Doña Maria Cristina con su familia, han sido testigos de escenas vinculadas a la historia de San Sebastián
















La estatua de Oquendo

Agonizaba comido por la fiebre y el agotamiento aquel día del Corpus de 1640 en la ciudad de La Coruña. Era don Antonio de Oquendo y Zandategui. En el momento en que salía de la iglesia la solemne procesión, la Real Armada y la escuadra de Flandes comenzaron a disparar salvas en honor del Señor Sacramentado. El marino, en su inconsciencia producida por la calentura, creyó que era el enemigo que atacaba a sus barcos e incorporándose en la cama, exclamó: "Enemigos, enemigos; déjenme ir a la "Capitana" para defender la Armada y morir en ella". Poco después expiraba aquel genio de la guerra en el mar.


Había nacido en la casa solariega de sus mayores, en la falda de Ulía, frente al mar y fue obediente a la llamada de éste, igual que su abuelo don Antonio y su padre don Miguel que sirvieron en los navíos del Rey, tomando parte este último en la gloriosa acción de las Terceras a las órdenes de don Alvaro de Bazán con el viejo tercio de don Lope de Figueroa y don Francisco de Bobadilla en el verano de 1582.


Con estos antecedentes familiares, el joven Oquendo eligió los rumbos del mar embarcando a los 16 años en Nápoles en las galeras del almirante don Pedro de Toledo, llevando la espada que su padre había portado siempre. Allí comenzó una gloriosa carrera, llena de triunfos y riesgos, que le hizo ganarse la admiración de sus contemporáneos y el más alto aprecio de Su Majestad quien le nombró caballero de Santiago, invitándole Felipe III a la doble boda del príncipe Felipe con Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia, y la de Luis XIII con doña Ana de Austria, hija del monarca español.


Hay dos momentos superiores en la vida de don Antonio de Oquendo: la acción de Pernambuco y la de las Dunas. La primera tuvo lugar en 1631 y nuestro almirante salió de Lisboa hacia el Brasil al frente de una escuadra de diecisiete navíos con los que tuvo que enfrentarse a los treinta y tres que comandaba el holandés Adrián Hanspater. La acción fue sangrienta y duró desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, "sin que en todo este tiempo faltase del alcázar el intrépido Oquendo con espada en la mano y sin más escudo ni broquel que un vestido de raja simple". La victoria sonrió a los españoles y el holandés murió en la batalla.


La acción de las Dunas tuvo lugar también contra los holandeses ocho años después y en ella rayó a gran altura no ya sólo el valor sino la pericia y los conocimientos de estrategia marina de nuestro paisano. En el momento crucial del combate, Oquendo arengó a los hombres de su nave: "Quien no ve la hermosura que tiene el perder la vida por no perder la honra, no tiene honra ni vida. Si Dios fuese servido que en esta ocasión la perdamos, moriremos en defensa de la religión católica contra tan implacables enemigos de ella, por el crédito de nuestro príncipe y por la reputación de nuestra nación. Espero que habremos de salir bien de este empeño, y así no os espante el número, que cuantos más fueren tendremos más testigos de nuestra gloria. ¡Santiago y a ellos!"


Fue su última victoria. Unas semanas después entregaba su alma a Dios.


San Sebastián tenía olvidado a uno de sus hijos más ilustres, al almirante don Antonio de Oquendo, y un grupo de veinticuatro vecinos, entre los que se encontraban Javier Barcaiztegui, Joaquín Mendizabal, José Rezusta, José de Mutiozabal, Pío Baroja (abuelo del novelista), José María Arrillaga, José Antonio de Ziuza, Ricardo Bouquet y José Rodrigo, que componían una especie de comisión popular, presentaron un escrito al Ayuntamiento con fecha 24 de junio de 1856, pidiendo que se encargara a un artista la confección de algunos cuadros que recogieran diversos momentos de la gloriosa vida del ilustre donostiarra. Fue Antonio Brugada, excelente marinista, el encargado por el Ayuntamiento de pintar dos cuadros que recogen dos momentos del combate naval que sostuvo nuestro paisano con el holandés Adrián Hanspater, cuadros que se hallan en la actualidad en la escalera principal de la Biblioteca Municipal.


Años después, en 1873, el historiador don Nicolás de Soraluce lanzó la idea de levantar una estatua a Oquendo en el paseo de la Zurriola. La idea quedó arrinconada y diez años después un concejal, don Victoriano Iraola, la resucitó sugiriendo que se abriese una suscripción popular para sufragar los gastos que originase el monumento, acudiendo inmediatamente la Diputación con 5.000 pesetas, concediendo el Gobierno cinco toneladas de bronce procedentes de cañones fundidos.


La idea estaba en marcha y el 5 de septiembre de 1887 tuvo lugar la colocación de la primera piedra del monumento. El sitio donde se levantaría se había elegido en lo que se llamaba la Zurriola porque desde allí, ya que no había casas en la orilla derecha del Urumea, se veía el caserío Manteo-tolare, donde había nacido el Almirante, propiedad de la marquesa de San Millán y Villa Alegre, descendiente de Oquendo.


A las 5 de la tarde llegó la comitiva precedida del clero con cruz alzada, formada por el Ayuntamiento cuyo pendón llevaba el señor Altube, la Diputación, oficiales de la Armada, cuerpo consular, magistrados, etc. Momentos después llegó la Reina Regente doña María Cristina, el presidente del Gobierno don Práxedes Mateo de Sagasta y los ministros de Gracia y Justicia, don Manuel Alonso Martínez, y de Marina, señor Rodríguez Arias.


Frente al jardincillo donde se iba a levantar el monumento había dos palos de buque en cuyas cofas estaban dos niños vestidos de blanco y con boina encarnada que tremolaban la bandera nacional. Se había levantado un trono donde tomó asiento la Reina, teniendo a su izquierda al ama que llevaba al Rey en brazos. Alfonso XIII no había cumplido todavía año y medio. A la derecha de la Reina estaban la princesa de Asturias, María de las Mercedes, y la infanta María Teresa. Los ministros y palatinos se colocaron a ambos lados del trono. Para aquel acto se había levantado un altar, adornado con flores. A un lado había una cruz negra de cuyos brazos pendían festones de laurel y en el otro lado un pendón igual al que Oquendo tremolaba en los combates navales y que por Semana Santa se izaba en la Casa Consistorial. Junto al altar había un dosel para el obispo y en el centro una mesa sobre la que estaba el acta de la ceremonia y el estuche que contenía la pluma de oro con la que había de firmar la Reina. Junto a la mesa, una grúa pintada de color de plata sostenía la piedra que tenía un orificio destinado a encerrar la caja donde se puso el acta, algunas monedas y un número de cada uno de los periódicos de San Sebastián de aquella fecha y unos versos en vascuence. Sobre dos columnillas estaba la artesa que contenía la argamasa y un estuche con una paleta de plata.


Tras las preces pronunciadas por el obispo de Vitoria, la Reina bajó del trono seguida de sus hijos y cogió la paleta de plata que puso en manos del Rey-niño y luego echó la primera paletada de argamasa. La paleta llevaba esta inscripción: "5 de septiembre de 1887. S.M. la Reina Regente utilizó esta paleta en el acto de colocar la primera piedra del monumento erigido al almirante don Antonio de Oquendo".


El notario señor Orendain leyó el acta que firmó en primer lugar la Reina, después la princesa de Asturias María de las Mercedes y luego, ayudada por su madre, la infanta María Teresa y a continuación los ministros y otras autoridades. La reina después cogió los cordones y soltándolos bajó la piedra al agujero previamente practicado. Pronunciaron unas palabras el alcalde don Gil Larrauri y el ministro de Marina Sr. Rodríguez Arias.


Detalle curioso: durante los discursos, el Rey-niño mostró deseos de tomar teta de su ama y ésta, sentada en una silla en la tribuna, dio el alimento al niño que sólo tenía quince meses de edad.


Siete años transcurrieron desde la colocación de la primera piedra del monumento a Oquendo hasta su inauguración. El escultor vergarés don Marcial Aguirre presentaba obras y presupuestos y la máquina burocrática marchaba lenta en su aprobación. Se abrió una nueva suscripción popular que aportó poco dinero, 4.108 pesetas y dos cuadros que ofrecieron don Antonio Pirala y don Miguel Altube para ser subastados. El informe de la Real Academia de Bellas Artes fue favorable al proyecto y se llegó a la recta final.


El escultor acompañado del concejal don Javier Luzuriaga marcharon a Barcelona, pues allí, en los talleres Masriera se iba a fundir la estatua. Cuando se iba a volcar la colada en el molde, se rompió éste, lo que hizo retrasar la obra. Pero el Ayuntamiento estaba decidido a inaugurar el monumento aquel verano de 1894 y se optó por colocar momentáneamente el modelo original en yeso pintado con una capa impermeabilizadora. La estatua definitiva se colocó el 18 de marzo de 1895, sin ceremonia de ninguna clase.


Pero vayamos a la inauguración oficial, que tuvo lugar el miércoles 12 de septiembre de 1894. Sobre una escalinata poligonal de piedra caliza azul, de Motrico, se alza el pedestal compuesto de piedra roja de Mañaria, de forma poligonal con cuatro pilastras angulares adornadas en sus frentes con los escudos en bronce de España, Guipúzcoa, San Sebastián y casa solariega de Oquendo y en las cuatro caras del zócalo hay bajo relieves en bronce que representan trofeos navales. Sobre el zócalo descansa el tronco del pedestal, y en dos nichos van dos figuras que representan a la Guerra y a la Marina y en dos plazas de mármol pueden leerse dos inscripciones, una en castellano y otra en vascuence, que dicen: "Al gran almirante don Antonio de Oquendo, cristiano ejemplar a quien el voto de sus enemigos declaró invencible. Dedica este tributo de amor la ciudad de San Sebastián, orgullosa de tan preclaro hijo. La Marmora. Pernambuco. Las Dunas. Don Miguel de Oquendo. Don Lope de Hocet. Don Martín de Valdecilla. San Sebastián 1577. La Coruña 1640".


La inauguración la presidió la Reina Regente Doña María Cristina acompañada del Rey-niño y sus dos hermanas. La reina vestía traje gris bordado con plata, las infantas color rosa y el rey iba de marinero. Tras el discurso pronunciado por el alcalde don Joaquín Lizasoain, éste entregó a la Reina el pergamino donde estaba el texto de aquél y puso en sus manos el cordón unido a la bandera que cubría la estatua. Tiró doña María Cristina, pero el cordón se rompió y la bandera, por efecto del viento, no caía. Tuvo que subir un hombre sobre el pedestal para retirarla.


En aquel momento, tres de la tarde, el crucero "Conde de Venadito", surto en la bahía, disparó los veintiún cañonazos y la banda de música interpretó la Ma Real. A continuación desfilaro: las tropas: fuerzas de desembarco de los cruceros "Alfonso XII", "Reina Regente" y "Conde de Venadito", de los regimientos de Sicilia, artillería de la plaza y regimiento de Valencia.


Por la noche se iluminó la estatua con luces de gas encerradas en bombonas de colores que formaban una guirnalda ofreciendo el conjunto un golpe de vista encantador.


Además de inaugurar el monumento al almirante Oquendo, la ciudad quiso rodear de calor popular la figura del marino donostiarra y organizó el sábado 15 de septiembre de 1894 una retreta que constituyó un auténtico acontecimiento al que se sumaron entidades públicas, sociedades aristocráticas y recreativas y las fuerzas militares y navales.


Salió la retreta a las ocho y media de la noche del campo de maniobras del Antiguo a fin de que desde los jardines del Palacio de Miramar pudiera ser contemplada por la familia real y su itinerario fue: La Concha, Zubieta, San Marcial, Loyola, Avenida de la Libertad, Oquendo, Pozo, Narrica, Iñigo y plaza de la Constitución, donde se disolvió. Las bandas de cornetas y tambores tocaban al unísono la retreta y piezas adecuadas a la fiesta.


El orden del desfile fue el siguiente: cinco soldados a caballo con farolas; escuadra de gastadores; banda de cornetas y música del batallón infantil; batallón infantil con farolitos de cristal; carroza de batallón infantil con trece celadores y un cabo con tulipas; carroza del Ayuntamiento; banda de música municipal; fuerzas de desembarco de la escuadra con su piquete de gastadores; carroza de artillería tirada por cuatro caballos; escuadra de gastadores, banda de cornetas y tambores y música de los regimientos de Sicilia y Valencia; carroza del ejército; carroza del Gran Casino; carroza del Círculo Vasco Navarro y treinta bomberos con hachas de viento. En ambos flancos de la retreta iban veinte marineros de la escuadra encendiendo bengalas en todo el trayecto.


Las carrozas que más gustaron fueron las del Gran Casino y la de Artillería. La primera constaba de una base de cuatro metros cuadrados sobre la que se asentaba la carroza propiamente dicha. Todas sus líneas iban trazadas con luces encerradas en bombas de cristal de diferentes colores. De cada ángulo superior pendía un racimo de globos de cristal iluminado. El número de bombas y por lo tanto de luces era de seiscientos. Además, la carroza iba iluminada interiormente, destacándose en el panel de frente la figura de Oquendo, en el posterior, el Gran Casino y en los laterales los escudos de Guipúzcoa y San Sebastián. La carroza la habían realizado los señores Macazaga, Gordón y Mendizabal.


La carroza de Artillería se componía de un avantrén y un retrotrén o cureña unidos. En el avantrén, sobre un medio sol de baquetas que llevaban en el centro una bengala, se destacaba otro sol completo en cuyo centro campeaban las armas españolas. El vehículo iba revestido de bayonetas y llevaba detrás dos banderas, una blanca y otra morada, la de Artillería. En la curaña, entre guirnaldas que sostenían varias bombas de cristal de colores, se alzaban dos conos de baquetas y bayonetas unidas por su base, y sobre la punta una granada simulada con su flama. En los ángulos, las banderas de las cuatro órdenes militares. Iba tirada la carroza por cuatro caballos y la había construido el señor Ruiz Feduchy.


Miles de personas, en una noche bonancible, presenciaron y aplaudieron la retreta con la que el pueblo donostiarra quería unirse al acontecimiento de la inauguración del monumento a Oquendo.


Fue un año después cuando se sustituyó la estatua provisional por la definitiva, sin que el hecho fuera rodeado de ceremonia de ninguna clase.

















El batallón infantil

El acontecimiento del verano de 1894 fue el batallón infantil, ideado por don José Cárcer.
















El Orfeón Donostiarra

" En la ciudad de San Sebastián y local de ensayos de la Banda Municipal, siendo las nueve de la noche del día 21 de enero de 1897, se reunieron todos los individuos que forman el "Orfeón Donostiarra" y el señor presidente interino dio cuenta de un oficio del Ilmo. Sr. Gobernador civil remitiendo aprobado el Reglamento orgánico por el que ha de regirse esta Sociedad.

Acto seguido manifestó que quedaba constituída la Sociedad coral euskara "Orfeón Donostiarra" e invitó a todos los socios a la reunión que ha de celebrarse mañana a la misma hora, para la elección de la Junta Directiva.

Y no habiendo más asuntos de que tratar, se dio por terminada la reunión. El Presidente interino Joaquín M. Baroja. El Secretario interino José Urtubi".
















viernes, 20 de abril de 2012

Nace el Banco Guipuzcoano

A finales del pasado siglo, Guipúzcoa no tenía ningún Banco propio. Estaban las dos Cajas de Ahorros y sucursales de Bancos cuyas sedes centrales se hallaban en otras ciudades y se sentía la necesidad de tener una entidad de crédito propia.
























Del hipódromo de los Juncales al de Lasarte : El Premio del Medio Millón

Fue el premio de caballos mejor dotado en Europa hasta entonces. El "Premio del Medio Millón" queda ya como un recuerdo legendario en la memoria de los donostiarras. Se corrió el domingo 10 de septiembre de 1922.


De la expectación despertada por aquella carrera hablan las cifras. Asistieron treinta mil espectadores. De Francia vinieron mil coches. La circulación de vehículos fue tal que hubo momentos en que los coches en fila cubrían la carretera de Lasarte hasta el túnel del Antiguo. Se calculó en cinco mil el número de vehículos que hubo en el hipódromo. Al regreso, finalizadas las carreras, el desfile no había terminado a las nueve de la noche.


El aspecto del hipódromo era brillantísimo. Hasta hubo un desfile de "maniquíes vivientes" que mostraron las creaciones de la firma de peletería Ruiz. Algunas de aquellas maniquíes habían venido expresamente de París para el desfile.


En el palco del hipódromo se hallaban los Reyes don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia con el príncipe de Asturias y los infantes. También estaba el gran duque Boris. En las tribunas todo el "Gotha" español así como el presidente del Gobierno señor Sánchez Guerra y los ministros Montejo y Fernández Prida, el marqués de Alhucemas...


Trece caballos tomaron la salida y uno de los favoritos era "Franklin", que no llegó a colocarse. Este caballo había hecho un viaje de seis días de duración y aunque había descansado en Lasarte una semana, según los técnicos no fue suficiente.


Ya en la salida se colocó en primera posición el caballo "Rubán" que mantuvo la delantera toda la carrera entrando ganador, invirtiendo en el recorrido un tiempo de dos minutos, treinta y cuatro segundos y cuatro quintos. La clasificación fue la siguiente: 1) "Ruban", 3 años, montado por Lyne, 51 kilos. 2) "Rambour", 4 años, montado por Gaudinet, 54 kilos. 3) "Le prodige", 4 años, montado por Winkfield, 57 kilos. 4) "Sandower", 6 años, montado por Vicente Díaz, 50 kilos. 5) "Harpocatre", 4 años, montado por Allemand, 63 kilos. No clasificados: "Kiscubbin", montado por Archibald; "Zancreus", montado por Garner; "Franklin", montado por Donhoguhe; "Cid Campeador", "Abri", "Guerriere II", "Albano" y "Gaston de Foix". Las apuestas se pagaron 236 pesetas por un duro a ganador y 41,28 y 12,50 pesetas a colocado.


Al llegar a la meta "Ruban", su propietario, el duque de Toledo, es decir Rey, que usaba ese título, descendió sonriente de la tribuna entre aclamaciones y felicitó el jockey y al preparador, A. de Neuter, llevando al caballo de la brida al pesaje.


Diré por último como dato curioso que aquel día la entrada de señora costaba diez pesetas y veinte la de caballero, y que con el importe de las entradas más las inscripciones casi se cubrió el medio millón del premio.
















Del hipódromo de los Juncales al de Lasarte : Algunos datos de la primera temporada

El balance económico de la primera temporada del hipódromo fue positivo. Por diversos conceptos, inscripciones de caballos, alquiler de "boxes", apuestas, buffet, venta de programas, etc., se recaudaron 409.516 pesetas. El día que más programas se vendieron fue el 2 de julio, novecientos, recaudándose 1.800 pesetas.


Los bookmakers fueron los señores Dumien, Hanssen, Fry, Michot, Degueldre, Jahn y Laurquin. Estuvieron inscritas 126 cuadras con 3.224 caballos. Las 160 carreras internacionales reportaron 164.000 francos por 2.947 inscripciones con un total de 908.400 francos en premios. Las 46 carreras nacionales reportaron 6.425 pesetas por inscripciones, dándose 81.200 pesetas en premios.


Las cuadras extranjeras pagaron 31.650 francos por alquiler de "boxes" y las españolas 25.550 pesetas.


El 2 de julio asistieron 1.097 hombres al pesaje y 720 mujeres. La recaudación por entradas llegó ese día a 19.444 pesetas y en toda la temporada de 1916 a 117.899 pesetas.


El máximo ganador fue J.D. Cohn, que obtuvo 309.500 francos en premios, seguido del duque de Toledo (nombre con el que corrían los caballos del Rey), 134.700 francos y 2.000 pesetas, W.K. Vanderbilt 72.000 francos, Ch. Forest 56.600 francos, marqués de Villamejor 34.200 francos, Negropontes 32.800 francos, Thorne 32.300 francos, Jean Lieux 28.600 francos, y así hasta sesenta y cuatro propietarios.


El hipódromo era algo más que las carreras. Era polo de atracción de la gente y desde que se inauguró la aristocracia de la sangre y del dinero se dió cita en nuestra ciudad que era auténtica corte veraniega de España. Estaban los Reyes, el Ministerio de Jornada, los títulos de Castilla... Las fiestas y actos sociales se sucedían. Limitándome a los días de la inauguración del hipódromo, consignaré que el 3 de julio el duque de Alba ofreció un banquete al Rey en el Hotel María Cristina, en uno de los comedores contiguos a las habitaciones del Ministerio de Jornada. Se sentaron a la mesa con Su Majestad y con el anfitrión los marqueses de Castell Rodrigo, de Torre Arias, de Narros, el conde de Montellano y los señores J.S. Miguel, Careaga, Viana y Quiñones de León.


El domingo día 9 tuvo lugar otro banquete que ofrecía el presidente de la Sociedad de Carreras, M. Marquet (que había sido el alma mater en la creación del hipódromo). Se celebró en el "buffet" del hipódromo y asistieron las autoridades, el comité de carreras y algunos propietarios. Los periódicos consignaban los nombres de Lucien Niquet, Charles de Salverte, barón de la Motte, conde de la Cimera, A. de Neuter, marqués de Nievil, W.K. Vanderbilt, marqués de Valtierra, conde de Caudilla, Raymond Isabel, Dousdebes, Jacobo Domínguez, alcalde de San Sebastián Eusebio Inciarte, gobernador civil López Monís, capitán general de la Región, gobernador militar de Guipúzcoa, etc.


Los periódicos de San Sebastián dedicaban grandes espacios a la inauguración del hipódromo y durante toda la temporada a las carreras que en el mismo se disputaban. En "El Pueblo Vasco" decía Alfredo Laffitte: “La impresión producida por las carreras ha sido de sorpresa. Nadie esperaba que este espectáculo originase tanto entusiasmo y tanta animación. El "jockey" es el niño mimado de estos días. Se le admira y se le envidia por su habilidad y lucro. Los hay en las grandes cuadras de Vanderbilt y Cohn que ganan más que un presidente de la República.


Como el torero con su traje de luces, el "jockey" con su equipo de colores, deslumbra y atrae a la multitud y causa expectación. J.D. Cohn ha regalado a Stokes, que montaba el caballo "Teddy", ganador del gran premio, las 70.000 pesetas del premio que le correspondieron. Le subvenciona anualmente con una fuerte cantidad, permitiéndole tomar parte en las carreras en que no corren los caballos de su cuadra, y entre pitos y flautas el famoso "jockey" logrará este verano unas 200.000 pesetas. ¿Qué comparación cabe con Joselito que no gana más que 7.000 pesetas por corrida?


Un pobre muchacho, lleno de hambre y de miseria, contemplaba a través de la valla la “toilette” de uno de los nobles brutos preparado para la carrera. Con qué cuidado y con qué esmero le lavaban la boca, le peinaban las crines y le frotaban con suavidad la piel. En un cubo de porcelana le dieron alimento seleccionado, y todas estas atenciones, desconocidas para muchos seres humanos, hicieron exclamar inconscientemente a aquel infeliz: "¡Quién fuera caballo!"

















Del hipódromo de los Juncales al de Lasarte : La inauguración del hipódromo

La inauguración del hipódromo tuvo lugar el domingo 2 de julio de 1916 y el éxito superó cuantas esperanzas se concibieron. La ciudad estaba de bote en bote, pues mucha gente adelantó el veraneo. De Madrid, además de los cuatro trenes expresos y los dos ordinarios hubo necesidad de formar dos supletorios, en vista de la aglomeración de viajeros. También hubo trenes especiales de Pamplona y Bilbao. "San Sebastián vio ayer adelantarse su época de pleno verano en un mes", escribía el periódico "La Voz de Guipúzcoa". "Hemos visto a nuestra ciudad otras muchas veces tan animada como ayer, pero ello ha sido en plena Semana Grande o días inmediatos, nunca en los primeros días de julio".


La gente fue aquel día a Lasarte en autos y sobre todo en trenes y tranvías. Los más previsores, para evitarse aglomeraciones de última hora, fueron por la mañana para comer en Lasarte o en Andoain.


La familia real presidió el acontecimiento. Llegó en dos carruajes cada uno tirado por seis mulas, con postillón, cochero y lacayo elegantemente vestidos a la antigua "calesera" española.


Aquel día, que fue histórico para la historia del hipódromo de Lasarte, se disputaron cinco carreras, la primera, Premio Nacional de apertura, sobre mil metros, tenía 2.000 pesetas de premios. La victoria fue para "Milton", del conde de la Cimera y a continuación entraron "Viernes" de la Yeguada Militar y "Felina" de J.S. Miguel. Estos fueron los primeros caballos que vencieron en nuestro hipódromo.


La segunda prueba fue el Premio internacional mixto, también sobre mil metros y con 5.000 francos en premios. Se presentaron siete caballos y el triunfo fue para "Amagho" de W.K. Vanderbilt, seguido de "Roussalka" de J.D. Cohn y tercero "Salanio" de Martial Mazares.


A continuación se disputó el Premio Concha, sobre 1.800 metros y con 5.000 francos de premios. Corrieron trece caballos triunfando "Vallorbe" de J.D. Cohn, seguido de "Thirsty" del duque de Toledo y "Coo" del conde de la Maza.


La carrera del día fue el Gran Premio de San Sebastián, sobre 2.400 metros y cien mil francos de premios. Tomaron la salida nada menos que veintiséis caballos, muchos de ellos de las grandes cuadras extranjeras, de Vanderbilt, Estourmal, Cohn, Negropontes, Lieux, Leech, Courzillat, Castelbajac, Thorse... El caballo ganador recibió un premio de 70.000 francos, 15.000 el segundo, 10.000 el tercero y 5.000 el cuarto. Como escribió "La Voz de Guipúzcoa", el espectáculo fue impresionante: "Ver correr veintiséis caballos en una carrera donde se reparten veinte mil duros no es cosa que se ve ni se ha visto muchas veces en los grandes hipódromos extranjeros; en España estaba reservado esto a San Sebastián". La lucha fue encarnizada y la victoria fue para "Teddy" de J.D. Cohn, que sacó tres largos a "Thirsty", de la misma cuadra, llegando a una cabeza "Meigs" de W.K. Vanderbilt.


Cerró la reunión el premio Debrit (vallas), participando en la carrera siete caballos que corrieron 2.800 metros, sumando los premios 3.000 francos. Triunfó "J'Endonne", de T.P. Thorne, entrando detrás "Boticelli", de Jean Lieux, y "Rigadin", de J.D. Cohn.


Aquel día llovió. Cuando se preparaba la carrera del Gran Premio de San Sebastián, y después de unos cuantos truenos, comenzó a caer agua. No se movió nadie de su sitio. Però una vez terminada la prueba, mucho público se marchó, quedando en Lasarte, según los periódicos, de cinco a seis mil personas.


Aquella primera temporada hubo nada menos que cuarenta y una reuniones en Lasarte, siendo la última el domingo 15 de octubre con 40.000 francos de premios, destacando el Gran Criterium final en el que participaron ocho caballos repartiéndose 25.000 francos en premios, ganando "Quen dia tu", de F. Monnier. También a aquella reunión de clausura asistieron los Reyes don Alfonso y doña Victoria Eugenia y la Reina Madre doña María Cristina.

















Del hipódromo de los Juncales al de Lasarte : El hipódromo de Lasarte

"Los Juncales" llevaron una vida lánguida pero durante los años que duró fomentaron en San Sebastián la afición a las carreras de caballos. Y cuando el primer ministro francés G. Clemenceau cerró los hipódromos de su país pues ardía la guerra en Europa y las tierras mártires de nuestro continente conocían las batallas, la destrucción, la sangre y las muertes, y le parecía mal que mientras los hombres de la Vendée, de Aquitania, de Normandía o de Córcega luchaban en las trincheras se celebraran carreras de caballos y hubiera apuestas y pasión por la rivalidad hípica, se pensó en nuestra ciudad en abrir uno para que pudieran venir aquí las cuadras del vecino país. El Gran Casino, en uno de los momentos más brillantes de su historia, fue el promotor de la idea a la que se sumaron las fuerzas vivas y diversas personalidades donostiarras.


Se eligieron los terrenos de Lasarte para el nuevo hipódromo y el 1 de marzo del año 1916 comenzaron las obras y en un auténtico récord el 2 de julio se inauguraba. Olasagasti y compañía realizaron un verdadero milagro. Para poder explanar la pista y levantar edificios hubo necesidad de hacer unos desmontes de 24.000 metros cúbicos de tierras. En aquel lugar, que pronto se haría famoso, se levantó el hipódromo, todo él en terrenos de San Sebastián.


Se hizo un acceso para los automóviles, que desde Lasarte pasando por un puente de cemento, llegaban por una carretera hasta la planicie capaz para 400 coches, donde estaba la entrada del hipódromo. También se podía ir desde San Sebastián en tranvía o en el ferrocarril de la Costa, los espectadores de localidades de preferencia entraban directamente desde el aparcamiento de coches y los de general iban por un nuevo camino hecho detrás del pesaje y del stand, entrando por otra puerta.


Estaba en primer término del recinto la tribuna real que constaba de una planta baja con un voladizo de cemento armado, un "hall", un comedor y los servicios higiénicos. Una escalera de mármol conducía al piso superior donde había un salón y dos terrazas al aire libre.


Cerca estaba el edificio del pesaje, con una sala donde se pesaba a los jockeys, dependencias de la administración, sala de jockeys, enfermería, duchas, etc. Adosada a este edificio había una oficina para las apuestas.


Frente a la pista se hallaba una tribuna para el público de preferencia. Era de hierro y cemento con graderías y acceso a la terraza superior. Su capacidad era para dos mil espectadores. A continuación había un stand, especie de cobertizo, para la exposición de caballos y una pequeña tribuna para los entrenadores.


La pista no era de césped como la de los hipódromos españoles, franceses y algunos ingleses, sino "a la americana", con piso de arena oscura, ligeramente apisonada para que penetraran los cascos de los caballos. Se emplearon en ella ochocientos vagones de arena transportados de Deva. Toda la pista tenía verja de hierro o madera formando una elipse, y la cuerda interior que estaba al lado opuesto de las tribunas tenía 1.525 metros de largo y la exterior 2.100 metros.


Para desecar el terreno pantanoso hubo necesidad de construir dos kilómetros de alcantarillas con salida al río Oria, que corre paralelo a la pista en la parte opuesta a las tribunas. Y para dotar de agua al hipódromo se tendió una tubería de hierro de 70 milímetros desde un manantial próximo.


Cerca del hipódromo se hizo un edificio para treinta cuadras y para las dependencias de los guardianes, y dentro del hipódromo había otro con treinta y cinco cuadras, y algo más alejado el mayor con ciento tres "box". Había además veintiséis cuadras en una finca próxima a la estación del ferrocarril de Lasarte, dieciséis en otra finca, siete en otra y veintidós en Lore Toki, donde estaban los caballos del Rey.


Cada "box" tenía un espacio de cuatro metros en cuadro y servía para un solo caballo. Tenía una gruesa capa de paja que llegaba hasta el corbejón de los caballos y un pesebre. El agua se la daban en cubos. Una ventana de ventilación guarnecida de tela metálica se abría en cada "box".


En cada grupo de cuadras había habitación y cocina para los guardianes y allí solían guardar sillas, bridas, estribos, "galápagos", mantas, etc. El total del número de cuadras era de 232, pero se tuvieron que abrir más pues el número de caballos pronto llegó a rondar los trescientos.


El hipódromo cambió la vida tranquila de Lasarte, pues el número de personas que trabajando en él fueron a vivir al pueblo rondaba las trescientas. Se abrió un restaurante de París que comprometió cien camas.


Los primeros caballos extranjeros que llegaron fueron los de los millonarios Vanderbilt y Cohn, 27 del primero y 25 del segundo. Por cierto que la primera víctima registrada en el hipódromo fue el caballo "Chiberti", de la cuadra de Vanderbilt, que en un entrenamiento el día 26 de junio descabalgó al jinete, el jockey Mitehall, y luego dio una voltereta, desnucándose.

















Del hipódromo de los Juncales al de Lasarte

San Sebastián era ya en la segunda mitad del siglo pasado centro de atracción de forasteros, muchos de ellos franceses, y para ellos las carreras de caballos eran algo parecido a las corridas de toros para nosotros. En los programas de festejos de las ciudades francesas próximas a nuestra frontera, anunciaban juntamente con las condiciones hidroterápicas de las aguas o el confort que ofrecían tales o cuales hoteles, las carreras de caballos. 


La numerosa colonia veraniega procedente de las diversas provincias españolas que elegía San Sebastián como punto preferido para su descanso estival, encontraba además de un clima ideal cuantos espectáculos podían ser de su gusto. Había corridas de toros, conciertos diarios, teatros (Principal, Circo y Variedades) en los que actuaban las mejores compañías de España y algunas del extranjero en representaciones de ópera, regatas... Pero San Sebastián, por sus condiciones especiales, debía colocarse bajo el punto de vista de los espectáculos que ofrecía a sus huéspedes a un grado de altura superior al de los otros pueblos. Debía perseguir dos fines: aumentar la colonia veraniega que anualmente visitaba la ciudad y lograr que su estancia fuera estable. Y para muchos, las carreras de caballos eran el medio más apropiado y seguro para lograr este resultado.


Así las cosas, en marzo de 1883 vino a San Sebastián don Luis María Ruiz, ciudadano de los Estados Unidos, domiciliado en París, con la intención de formar una sociedad para dar “corridas” de caballos en el llamado "campo de maniobras", que estaba en la actual zona de jardines y villas de Ondarreta. Presentó a la comisión de Obras y Espectáculos del Ayuntamiento una solicitud para los correspondientes permisos. En la solicitud se decían, entre otras cosas, las siguientes:


Que el terreno del campo de maniobras, que medía 484 metros de largo y 97 de ancho, estaría a disposición de la Compañía empresarial para dar corridas de caballos durante quince años a título gratuito. El Ayuntamiento facultaría las corridas de caballos diez días en el año, distribuidas así: cuatro en el mes de julio, dos en agosto y cuatro en septiembre. En agosto las corridas se darían en días en que no hubiera corridas de toros. El Ayuntamiento daría cinco premios de 2.500 pesetas que serían repartidos en las fechas que designase la Compañía concesionaria. Esta correría a cargo de las construcciones y arreglo del terreno para la pista, obligándose a edificar una tribuna especial para el uso de las autoridades. Como el terreno del futuro hipódromo servía para las maniobras y ejercicios de la guarnición militar, ésta podría continuarlos en los días que no hubiese corrida de caballos, garantizando la misma que no hubiera ningún deterioro en las instalaciones.


El señor Ruiz se comprometía a presentar al Ayuntamiento constituida su Sociedad cuatro meses después de que le fuese notificado oficialmente por la Corporación que su instalación había sido aceptada de acuerdo con las bases propuestas.


Pasaron los días y tras estudiar el Ayuntamiento la propuesta no la consideró de interés y todo quedó en un proyecto. Pero al conocerse la propuesta del señor Ruiz, los periódicos echaron las campanas al vuelo, dando ya por realidad la iniciativa de aquel ciudadano americano. Como la empresa que pensaba montar y explotar el hipódromo se hallaba relacionada en Madrid y en el extranjero, se esperaba que en las carreras de caballos que aquí se celebrasen se interesarían esas sociedades o clubes que eran fuera de España los iniciadores de aquella clase de espectáculos.


El periódico "El Urumea" escribía: "El hipódromo de esta ciudad tendrá el privilegio de ser favorecido en el apoyo de los que cuentan mayores medios y recursos para dar animación e interés a las carreras de caballos que se verifiquen en San Sebastián, que por ser visitada por lo más escogido de la aristocracia de Madrid y por hallarse próximo la frontera se presta perfectamente a la celebración de esta clase de fiestas de carácter internacional". El periódico daba por hecho la inmediata inauguración del hipódromo y que en él se celebrarían carreras internacionales. "Indudablemente estas fiestas, por la forma en que se celebrarán, contribuirán en primer lugar a animar los meses de julio a septiembre, esto es a prolongar la temporada del verano". Hacía falta que los premios que se disputaran fueran de alguna consideración para acreditar desde el primer año el hipódromo. El municipio y la diputación no podían permanecer ajenos a lo que en el hipódromo sucediera, y decía el periódico que debían solicitar del Gobierno del Rey premios para algunas carreras.


Pero hubo que esperar hasta 1898 para tener un mini-hipódromo, el de los Juncales, y hasta 1916 para contar con uno de verdad. Antes de decidirse por el Antiguo para montar un hipódromo, se pensó en el valle de Loyola, donde el vizconde de Irueste ofreció un lugar, pero se optó por los Juncales que sirvió un poco para todo. Como escribió Angel María Castell, "Los Juncales brindó animadas partidas de polo a los caballistas, de lawtennis a la juventud dorada y tiradas de pichón a los cazadores, y a San Sebastián el espectáculo pimpante, deslumbrador, del desfile de lujosos carruajes arrastrados por soberbios troncos de caballos. Entonces apenas se conocía el auto. Las mujeres hermosas y elegantes lucían sus vestidos vaporosos y sus sombreros ligeros sin necesidad de incrustárselos por temor a las violentas ráfagas de viento que producen las grandes velocidades. Entonces, marchando en carretela, olían a flores. Ahora, en auto, huelen a gasolina".


Tanto la colonia veraniega como el elemento deportista donostiarra secundó la idea y así entre los que crearon aquel legendario hipódromo figuraban los Valdelagrana, Unión de Cuba, Villamayor, Vega de Sella, Quinta de la Enjarada, Caudilla, Yarayabo... todos títulos de Castilla y con ellos los Brunet, Satrústegui, Saez de Vicuña, Goizueta, Labayen... del txoko donostiarra.


Los ingenieros Barrio y Arancibia dirigieron la construcción del hipódromo y en treinta días sanearon el terreno, hicieron una pista, luchando con los destrozos que a veces causaban las mareas que en ocasiones invadían las tierras, instalaron una tribuna, etc. La superficie total del hipódromo era de 5.000 metros cuadrados.


Se inauguró el hipódromo de Los Juncales el domingo 16 de agosto de 1907, asistiendo los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Aquel día hubo cinco carreras, ganando la primera un caballo de Mr. Juge. Los vencedores de las otras carreras fueron los caballos de M. J. Attias, del conde de Llobregat, del duque de las Torres y del duque de Tovar.


Cuando había tiradas de pichón, "Los Juncales" estaba rodeado de unos cuantos caseros que escopeta al hombro cobraban buenas piezas, pues cuando el tirador fallaba, el pájaro seguía volando fuera del recinto y allí era muerto por la certera puntería de alguno de aquellos caseros que iban hasta las proximidades del hipódromo desde Igara, Ibaeta, Igueldo o Ayete. "Nunca habían cazado tanto los caseros de los alrededores de San Sebastián como entonces".


Si había partidos de polo, no faltaba la marquesa de Squilache, que dividía su veraneo entre Zarauz y San Sebastián. Era aquella una mujer de gran esplendidez, sobre todo si se trataba de obras de caridad o patrióticas. Pagó en cierta ocasión dos mil duros por un palco en el Gran Casino para una fiesta a beneficio de los soldados heridos o enfermos en la guerra de Cuba.


Aquel hipódromo era punto de reunión de la gente elegante de la ciudad y se hallaba en las riberas de los juncales del Antiguo, cerca del palacio "El Mirador”, propiedad del padre político del general Leymerick, marqués de Baroja.

















jueves, 19 de abril de 2012

De la gastronomía a los restaurantes : Dos restaurantes

Al margen de la Academia y antes de que ésta naciera, el donostiarra fue amigo de la buena mesa y tal vez por eso proliferaron en la ciudad los restaurantes de categoría que agregaban un encanto más a los muchos que San Sebastián tenía.
















De la gastronomía a los restaurantes

De antaño la cocina vascongada goza de un gran prestigio. Podría taer citas de quienes han escrito sobre temas culinarios, desde Martinez Montiño a Pedro Medina, que en 1549 escribió sobre la "abundancia de mantenimiento", desde "La guía de Quentín" a Uhagón y Eguileor, pero creo que no hace falta corroborar con citas lo que es coincidencia de cuantos por aquí han pasado y han degustado las delicias de nuestra cocina. Si ayer se excribíanelogios de nuestros guisos, la legión de los que ahora tratan con asuduidad temas gastronómicos siguen las huellas de los que les precedieron. Y así Nestor luján, Luis Bettonica, Victor de la Serna, el conde de los Andes, Xabier Domingo, el llorado Alvaro Cunqueiro .... llegan a hacer filosofía de las salsas dejando pequeño a Brillat-Savarin.

Desde hace unos años lo que ha dado en llamarse "la nueva cocina vasca" ha tenido un gran éxito y un amplio eco. Pero por encima de ello, yo sigo pensando que lo que hay que hacer es la "buena cocina vasca". Y en ella, esos grandes maestros que tenemos aquí, que figuran siempre a escala nacional entre los primeros, deberán seguir manteniendo el cetro que la crítica y los paladares más exigentes les han otorgado.

Hace más de medio siglo, en 1933, don Gregorio Marañón escribió unas deliciosas páginas como prólogo al libro de recetas de Nicolasa. Elogiaba los platos de nuestra cocina, cuya nota común es la suculencia. Y decía : "Platos densos y paganos que exigen el comedor confortable o la mesa bajo la parra del chacolí; con tiempo por delante y buen vino en el vaso; y sobre todo con humor alegre y condición bondadosa y un tanto infantil, como la de todos los pueblos fuertes, en los jocundos comensales".

El arte de la cocina tuvo entre nosotros numerosos servidores cuando eran pocos los que en otros pagos se preocupaban por la preparación de las comidas. A finales del pasado siglo se contaban con los dedos de la mano los que aquí habían leído la "Fisiología del gusto", el libro inmortal de Jean Anthelme Brillant-Savarin, auténtica biblia de la gastronomía. Tal vez uno de los pocos donostiarras que entonces conocía la obra del escritor francés y la consultara con frecuencia fuera Félix Ibarguren Garicano, hombre excepcional que no sólo fue un artista entre las sartenes y las perolas sino que creó una escuela siendo muchas las alumnas que siguieron sus enseñanzas en la Academia de Cocina que fundó y dirigió en el Palacio de Bellas Artes de la calle Euskalerría, desde 1901 a 1913.

 "Shishito", como cariñosamente le llamaron a Ibarguren, fue de las personalidades más interesantes de aquel San Sebastián de finales del pasado siglo y comienzos del actual. Nacido en 1855, fue hombre culto en el que dominaba la imaginación que supo llevar a sus creaciones culinarias. El sí que había leído a Brillant-Savarin y probablemente el "arte de cocina" de Francisco Martinez Monriño y hasta a Ruperto de Nola, asimilando la doctrina de estos maestros. A su afán por saber unía una gran imaginación de la que hacía alarde en sus conversaciones y sobre todo en los fogones.