Las apuestas habian rebasado los cálculos. Se jugaban más de cincuenta mil duros. Los partidarios de Orio apostaban doble contra sencille
Este temor de que un pueblerillo de pescadores se arruinase, hizo que mis simpatias se pusiesen de parte de Orio. Después de todo, para el suntanso San Sebastián no era más que un traunfo de amor propio, en cambio para Orio era la vida o la muerte.
La tarde estaba más hien desapacible y cenicienta. El cielo humoro y torvo, ameruzaba el temible sirimiri, y el mar, hantante movido, prometia galerna. Sin embargo nada de esto arredró a los espectadores ni a lon traineros (sic) que a las 4 en punto ya estaban colocados entre las dos barcazan que servian de meta. De alli saldrian a toque militar y llestarian hasta una boya sihaada fuera de la bahia alrededor de la cual virarian para volver al punto de partida.
Hubo un silencio solemne de extremo a extremo de la Concha. Sólo el mar, al romper ondulante contra los muros que le centían, rugia incesantemente.
El clarin dio el toque de atención, las des trainersa, con los remos en actitud de hundirse sobre las verdrasas aguas, esperaban... Tie gimió la correta, y las don harquillas rompieron marcha. Los remos entraban y salian en las gruas a compas, como si una máquina kos moviera al mismo tiempo, con espumarajon blanquecinos que desaparecian
Pronto Orio consiguió destacarse gentilmente de su adversario; primero media barca, después toda, y cuan do abandonaba la bahía le llevaba de ventaja más de veinte metros. Esto produjo decepción entre los espectadores. Enon gigantes remeros de Oria!
Una legión de embarcaciones escoltaba a las dos frágiles traineras. Pasarin cinco, dies, doce minutos y al fin volvió a reaparecer Orin, triunfante, que había conseguido dejar a San Sebastián muy detrás. Y llegó a la meta en medio de un silencio hostil; sólo se escuchó alguna que otra palmada tiroida de algan pescador paisano que habla venido a presenciar las resgatan. Laus sirersas de los barcos que el domingo anterior, cuando San Sebastián venció a sus adversarios menos fuertes, atrunaron los ámbitos con sus plañideros gemidos, ahora, ante el triunfo de Oria, permanecieron mudas. Pero no importaba: los remeros triunfadores saltaban y gritaban dentro de la trainera como acometidos de una alegria epiléptica
"El Caballero Audaz
"La Esfera, Septiembre de 1916


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