Yo no podía ni sospechar que unas regatas de traineras despertaran tanta expectación y que por presenciarlas se congregase todo San Sebastián a las orillas del mar. Y, sin embargo, Igueldo, la herradura de la Concha y el cerro de Urgull, eran un hervidero de gente, una guirnalda de cabezas. La bahía estaba plagada de pequeñas embarcaciones -vaporcitos,canoas,lanchas,balandros- que se movían inquietas de un lado a otro esperando impacientes la salida de las dos traineras que habían de disputar la bandera de honor. Orio y San Sebastián. Eran los dos equipos que, en las emocionantes eliminatorias del domingo anterior, quedaron triunfantes y ahora optaban al campeonato. Habían cambiado de embarcación: los remeros de Orio lucharían sobre la trainera de San Sebastián y los de San Sebastián sobre la de Orio. Durante toda la semana última, las dos embarcaciones habían estado custodiadas por vigilantes de ambos equipos con el fin de que no se les introdujeran ninguna reforma beneficiosa ni perjudicial. Los partidarios de San Sebastián tenían una gran fe en el triunfo de sus remeros, que eran los campeones del año anterior, sin embargo .... ¡aquellos gigantes de Orio! No en vano tienen fama de ser los mejores bogadores del Cantábrico. Bullía entre el público, que en su mayoría deseaba el triunfo de San Sebastián, una honda inquietud que traducíase en exclamaciones, gritos y acaloradas disputas.
- ¿Pero es posible que Orio, un pueblo de 1.500 vecinos, nos gane? ..... ¡Oh, sería una vergüenza! exclamaba una gentil muchachuela, al mismo tiempo que con sus prismáticos seguía los movimientos de las dos traineras.
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