jueves, 26 de julio de 2012

El monasterio de San Bartolomé

Tres monasterios están íntimamente unidos a la historia de San Sebastián, los de San Bartolomé, San Telmo y Santa Teresa, y de ellos voy a recoger aquí algo de su historia, muchas veces agitada y dolorosa.

El monasterio de San Bartolomé .

El de San Bartolomé se hallaba sobre un cerro que servía de baluarte y trinchera en las numerosas guerras que vivieron nuestros mayores y era la puerta de la ciudad, donde paraban los viajeros que a ella llegaban , si eran ilustres para recibir honores y todos para contemplar el incomparable espectáculo que se les ofrecía a sus pies.

En San Bartolomé hubo desde tiempo inmemorial, algunos afirman que desde los días de Fortún Garcés de Navarra, en el 891, un monasterio de Canónigas Regulares Agustinas con dilatada historia. Se conservaba el cuerpo incorrupto de la Venerable Madre Leonor Calbo, fundadora del Convento, que se encontró el año 1325, ignorándose cuando murió. El documento más antiguo que se conservaba en el archivo del monasterio era una Bula del Papa Inocencio IV, en la que se dice que Su Santidad recibe bajo la protección de San Pedro y de la Silla Apostólica la Iglesia de San Bartolomé de San Sebastián y de sus Canónigas.

La vida de aquellas monjas estuvo llena de sobresaltos. En 1300 sufrieron el ataque e incendio del monasterio por los piratas ; en 1565 hubo un nuevo incendio que destruyó parte del convento; los franceses en el XVIII volvieron a quemarlo así como las caserías de las Canónigas, que tuvieron que refugiarse en Vitoria. De nuevo en el convento, tuvieron que salir por orden de Napoleón siendo acogidas por las Franciscanas de Zarauz. Volvieron a San Bartolomé tras la derrota  francesa en la guerra de la Independencia, pero abandonaron el convento en 1822 por orden del Gobierno constitucional, acogiéndose en el de las Dominicas del Antiguo, y al poco tiempo Dominicas y Canónigas tuvieron que refugiarse en Hernani, para volver a San Bartolomé en 1823, abandonándolo definitivamente en 1834 con motivo de la primera guerra carlista. Tras deambular por conventos y casas del Antiguo, Hernani, Tolosa, Leiza .... y ante la imposibilidad de volver a San Bartolomé, que era un montón de ruinas, fueron en 1849 a Astigarraga, donde se hallan en la actualidad.

El monasterio era, según los cronistas que lo conocieron, "airoso y gentil, con una iglesia capaz y majestuoso pórtico, ejecutado a principios del XIX según el orden dórico con arreglo a la traza del famoso ingeniero Hércules Torrelli".

A aquellas monjas y a aquel convento sucedió otro, cuya historia resumiré.

En el siglo pasado la Compañía de María que fundara la que años más tarde sería santa Juana de Lestonnac, tenía conventos y colegios dedicados a la enseñanza en Vergara (1799), Tudela (1887) y Orduña (1883). Cuando la reina Isabel II veraneaba en Zarauz, alojada en el bello palacio de Narros, figuraba en su séquito el P. Antonio Mª Claret, que había sido arzobispo de Cuba y que acompañaba a la soberana como confesor. Durante los tres meses que pasó la reina en Zarauz, el P. Claret vino a San Sebastián con cierta frecuencia, hospedándose en la casa de doña Jacoba Balzola, viuda de Gazcue, en el número 22 de la calle del Puyuelo, piso tercero, piso extenso pues tenía también vistas a la Plaza de la Constitución, cuyo número 12 formaba unidad con el 22 de la citada calle. Allí se solían alojar los obispos y sacerdotes que por entonces venían a San Sebastián, por lo que a la calle se la conocía con el nombre de Apaizkalea. Doña Jacoba Balzola le habló al P. Claret de la necesidad de abrir en la ciudad un colegio para chicas y cómo la Compañía de María podría ser la que convirtiera la idea en realidad, rogándole hablase a Isabel II a fin de que apoyase en su día el proyecto.


Cuando un año antes doña Jacoba estuvo en Vergara, se puso en contacto con las monjas de la Compañía de María y juntamente con el abogado don José Lázaro de Egaña y el párroco de San Pedro hablaron de la construcción de un convento-colegio en San Sebastián, idea que fue muy bien aceptada por la madre Escolástica de Uranga, superiora de aquel convento. El proyecto era ambicioso y difícil de realizar pues un nuevo convento suponía invertir mucho dinero. Por ello se pensó en la cesión del antiguo convento de Santo Domingo, San Telmo, que desde la desamortización de Mendizabal estaba convertido en cuartel del Ejército. El Obispo de Vitoria, monseñor don Diego Mariano Alguacil, dio su autorización aun sabiendo que lo de San Telmo iba a ser muy difícil de conseguir.


El interés que los promotores de la idea tenían por San Telmo les hace pedir ayudas a personalidades influyentes en Madrid, como el duque de Mandas, el conde de Villafranca, O'Donnell, el P. Claret, Cánovas del Castillo... Era necesaria una solicitud del Ayuntamiento a la Reina y por fin el 4 de abril de 1866 se firma el documento en el que el alcalde donostiarra, don Joaquín Arrillaga, "suplica a V.M. se digne acceder a su ferviente ruego, concediendo a las Religiosas de la Enseñanza de Vergara el ex-convento de Santo Domingo con sus dependencias, para que puedan fundar en él un Colegio donde las niñas de este vecindario reciban la esmerada y gratuita educación que dichas Religiosas acostumbran a dar y con cuyo auxilio logran con el tiempo ser ejemplares madres de familia, que moralicen el hogar doméstico".


Como no se recibiese contestación al documento, el 15 de junio las Madres Escolástica de Uranga, priora, Bibiana Sagasti, superiora, Mª Teresa Sarobe, Dolores Petra Tafalla y María del Pilar de Astiazarán, consultoras, dirigen un escrito a la Reina y reproducen el enviado anteriormente por el Ayuntamiento, rogando a S.M. se dignase concederlas la gracia que el municipio había solicitado para ellas.


Había dificultades para que San Telmo fuera entregado a las monjas, abandonándolo los soldados. El Brigadier de Ingenieros se avenía a ceder la iglesia y el exconvento, pero los claustros no, estando dispuesto a darlas un edificio llamado el "cuartelillo" que había sido antiguo colegio de los Padres Jesuitas.


Como lo de San Telmo no se solucionaba, doña Jacoba Balzola ofreció a las monjas una casa de campo que poseía en Chillardegui, en el barrio del Antiguo. Esta señora era de una tenacidad tremenda como buena extremeña, pues había nacido en Miajadas, hija del marqués de Balzola. Ella ayudó muchísimo a las monjas para establecerse en San Sebastián, y al recibir el 31 de mayo una comunicación del Brigada de las Provincias Vascongadas en la que se decía que "debe desestimarse la pretensión de San Telmo y negarse el permiso que se solicita", tuvieron que cambiar de objetivo y éste fue la colina de San Bartolomé, abandonando el proyecto de la casa de Chillardegui, por considerar que se hallaba alejado de la ciudad.


En San Bartolomé poseía don Eugenio Ripalda unas tierras y una casa llamada Vista Alegre, y a las monjas les pareció lugar idóneo para establecerse. La colina pertenecía a diversos propietarios y allí había zonas de labranza agrícola, solares, pequeñas industrias... Los promotores de la fundación nombraron a don Antonio María de Murua para que se ocupara de la adquisición de la casa y el 14 de septiembre de 1867 se firmó la escritura de compra de Vista Alegre. Según este documento, don Eugenio de Ripalda vendía a don Antonio de Murua la casa, cuyo solar ocupaba 181,74 metros cuadrados más 93 áreas y 36 centiáreas de tierra, constituyendo todo una finca. El precio fue de 17.000 escudos, de los que se habían entregado anteriormente 8.000, y al hacerse la escritura recibió el vendedor 9.000 en monedas de oro y billetes del Banco de San Sebastián. El informe de Sanidad, firmado por los doctores Mariano Revilla y Pedro Otaño, decía que el local reunía las mejores condiciones de comodidad, decencia y salubridad, que ocupaba “una zona sana y la más ventilada que existe en toda la circunferencia, haciéndolo muy apto para destinarlo al objeto que se intenta, pues goza de una belleza extraordinaria y las circunstancias del terreno ligeramente accidentado, le hacen ameno y saludable, pudiendo asegurar que no hay en todo el radio sitio más hermoso ni que ofrezca más puntos objetivos para el recreo de la vista y expansión del espíritu".


Como el adquiriente de la finca figuraba ser el señor Murua, marqués de Murua, el 2 de diciembre de aquel año este señor hace donación a las mojas de la finca y unos días después la superiora del convento de Vergara recibió del subsecretario de Gracia y Justicia copia de la decisión dirigida al Obispo de Vitoria en la que se dice que la Reina se había dignado autorizar la instalación en San Sebastián de un convento de la misma orden que se dedica a la enseñanza de la juventud, sin perjuicio de que se cumpla el requisito ordenado de constituir por medio de títulos expedidos por la Dirección de la Deuda Pública, con el carácter de intransferibles y aplicación determinada a la fundación, de una renta anual que sufragará los gastos de culto, enfermería, capellán y sacristán. Verificados estos trámites y depositado el dinero que como garantía se exigía, se pudo recoger la Real Cédula y el Obispo de Vitoria, don Diego Mariano Alguacil Rodríguez, dictó el 3 de marzo de 1868 un auto en virtud del cual se erigía canónicamente en la Casa Vista Alegre, barrio de San Martín, jurisdicción de San Sebastián, un nuevo convento de la Orden de la Compañía de María con la advocación de "Inmaculada Concepción", designando para ocuparlo a las Madres Escolástica de Uranga, Estanislada Barúa, Luisa Gonzaga Baramendi y a las hermanas Mercedes Goicoechea y María Jesús de Amestoy y a las postulantas Francisca Togares, Bautista Arceluz y Juana Badiola.


El 9 de marzo de 1868 salieron las citadas religiosas de Vergara acompañadas del Arcipreste don José Mª Bengoa, el conde del Valle, el alcalde de Vergara y el diputado a Cortes por la Provincia y don Juan José Unceta, vecino de Vergara. En Zumárraga se trasladaron todos de los carruajes en que hacían el viaje al tren del Norte, llegando a San Sebastián a las 10 de la mañana, siendo recibida la expedición por el alcalde, gobernador civil, comandante general, diputado del Partido, curas párrocos de la ciudad y las Hermanas de la Caridad de la Casa de Beneficencia. Todos se trasladaron a la parroquia de Santa María donde se celebró una Eucaristía y se cantó un Te Deum, y de allí al nuevo convento donde el Arcipreste declaró instalada la nueva Comunidad de religiosas y entregó las llaves a la Madre Escolástica, quien tomó posesión del convento y entró en el mismo con el resto de la comunidad, cerrando la puerta. Como era la hora de la comida, fueron a la cocina y se encontraron que tenían preparado un buen menú y puesta la mesa, porque las antiguas alumnas de Vergara lo habían hecho. Pocos días después, abrieron las escuelas y "era tan grande el número de niñas que acudieron, que se vieron las monjas obligadas a dar muchas negativas". A la vez que enseñaban, funcionaba un noviciado y en 1871 pudieron profesar cuatro nuevas religiosas, Gregoria Urcelay, de Mañaria, Ulfrida Alday, de Valladolid, Justa Ibarrilaza, de Echevarría, y Casilda Blanco, de Astorga.


Pero las cosas en España andaban revueltas. Cayó en 1868 la Reina Isabel II, que desde San Sebastián tuvo que marchar a Francia; vino después el Rey Amadeo, más tarde la República y por fin Alfonso XII. Y entre tanto, los partidarios de Carlos VII se lanzaron al monte en 1872 comenzando la segunda guerra carlista. San Sebastián estaba prácticamente sitiada por los carlistas y las fuerzas liberales quisieron construir defensas desde el barrio del Antiguo a Vista Alegre, y el 29 de julio de 1873 recibió la Comunidad un oficio ordenando que desalojaran la casa inmediatamente. Decía el gobernador en el escrito que se había acordado construir una línea fortificada desde el reducto avanzado de la Concha hasta el convento situado en San Bartolomé, "punto de suma importancia por su posición topográfica”. El gobernador, don Claudio Quintero, daba a las mojas 24 horas para que abandonaran la casa y la Comunidad aceptó el ofrecimiento hecho por don Roque Heriz y fueron el 30 de julio a su casa, pero el obispo no quería que vivieran en una casa particular y las dijo que fuesen al convento de las Madres Carmelitas, el de Santa Teresa, donde dispondrían de una parte del convento de manera que las dos comunidades quedarían independientes. Y el 9 de agosto abandonaron la casa de Heriz y se trasladaron a Santa Teresa. Poco después, las religiosas Dominicas que habitaban en Uva, al encontrarse muy amenazadas, se refugiaron también en el convento de las Carmelitas. Las relaciones entre las tres comunidades eran muy cordiales. Así puede leerse en el "diario" de una monja que una tarde la maestra de Novicias del Carmelo pasó a ver a las de la Compañía de María con dos novicias y todas tomaron "agua con bolado". Era el obsequio que las hacían.


Pero no todo era paz en el convento de Santa Teresa. Los carlistas bombardeaban constantemente la ciudad, tanto de día como de noche. En el Diario de la Comunidad se recogen algunas incidencias de aquellas jornadas. Así se dice que un día cayeron sobre San Sebastián quinientas granadas. El 30 de enero de 1874 se dice que "estaba acabándose la novena del Santo Rosario cuando se han sentido las primeras granadas; eran las 6. Han tocado las campanas de Santa María, que es la señal, y en cuanto las ha oído la gente, sin aguardar a que se terminara la última oración, han salido todos en masa y alborotados de la iglesia. Algunas personas han sido gravemente heridas, muchas levemente y algunas muertas. Ha durado de 6 a 7,30. En cuanto concluyó la novena, las tres comunidades se reunieron en el tránsito de la portería por parecerles más seguro, y se sentían cómo las granadas caían cerca de casa, porque hacían mucho ruido, sobre todo una causó un verdadero estallido". Aquella noche todas las monjas durmieron en la portería y en su tránsito. Otro día, dice la cronista, el bombardeo fue en un tiempo de clase, lo que hizo que las niñas se asustaran mucho y se alborotasen.


Cuando la guerra ya estaba en sus finales, el 22 de febrero de 1876 visitó Alfonso XII San Sebastián, y en el "diario" se puede leer: “A la tarde, aunque las Madres han ido a abrir la puerta del escuela, no había ninguna niña a causa de que acababa de llegar S.M. el Rey a la ciudad".


En el convento de Santa Teresa vivieron como pudieron las diez religiosas de la Compañía de María. Se habilitaron algunas celdas destinándose a las nuevas huéspedas la parte alta de la casa y se las cedió el sobreclaustro, donde establecieron la escuela a la que iban numerosas niñas que entraban y salían por la puerta que daba a la subida al Castillo. Los rezos los hacían en el oratorio del Noviciado y el refectorio se arregló en el tránsito de salida. Mientras permanecieron en Santa Teresa entraron siete novicias, sin que falleciese ninguna religiosa.


Cuando llegaron las Dominicas de Uva, diecisiete en total, hubo que buscar sitio para ellas, colocándose las monjas de dos en dos en las celdas que se habilitaron en los tránsitos, con mamparas.


Cuatro años permanecieron las monjas de la Compañía de María en el convento de las Carmelitas, y dos las Dominicas, hasta que acabada la guerra en 1876 cada comunidad volvió a sus respectivos conventos, y pese a ser tan distintas las monjas en su género de vida religiosa, jamás hubo diferencia ni disgusto de ninguna clase, haciendo todas una vida de verdaderas hermanas.


El 1 de junio de 1876 el Gobierno militar devolvía Vista Alegre a las religiosas, pero el edificio se encontraba inhabitable, por lo que pensaron en construir en su propiedad un nuevo convento en vez de reparar lo que quedaba del anterior. Se pidieron los permisos correspondientes, contándose con la ayuda de personas bienhechoras que les proporcionaron los medios para realizar una obra que sería beneficiosa para la ciudad y la provincia. El 10 de agosto se ponía la primera piedra del edificio y las monjas lo celebraron "tomando dulce con chocolate". Don Nemesio Barrio y otros arquitectos se quejaron a la Diputación porque un maestro de obras dirigía los trabajos. En efecto, era don José C. Osinalde que llevaba las obras y la razón, que prestaba gratuitamente el trabajo. Las obras iban a gran ritmo y el 26 de mayo de 1877 ya pudieron trasladarse las monjas desde Santa Teresa. Solicitaron y obtuvieron permiso de disponer allí mismo de un campo santo y las obras para hacer el edificio que ahora conocemos continuaron no sin múltiples dificultades. En noviembre de 1882 les comunicaba el Ayuntamiento que serían expropiados los terrenos que fueran necesarios a las religiosas para construir allí la cárcel. Hubo que suspender las obras hasta que en septiembre del año siguiente al Ayuntamiento comunicó que desistía del proyecto y podía continuar la edificación. Comunidad y Ayuntamiento llegaron a un acuerdo sobre las indemnizaciones por los perjuicios causados por la suspensión de las obras y en septiembre de 1887 se terminó el frontis y el tejado de la iglesia, meses después las lápidas de mármol que decoran la fachada de la misma y la reja dorada del presbiterio, más tarde el retablo de la Virgen. La nueva casa se bendijo el 18 de agosto, el 19 se colocaron las campanas y el día de San Bartolomé, 24, se inauguró la iglesia, asistiendo el obispo de Vitoria don Mariano Gómez. El edificio de la iglesia cerraba el ala izquierda de la casa nueva, formando un

patio central en el que en 1909 se colocó la estatua del Sagrado Corazón. Poco a poco se fue completando el templo. En 1889 se instaló el altar de la Dolorosa y la araña grande de la iglesia, y en 1892 el retablo mayor. En 1904, al cumplirse los cuarenta años de la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción, se completó la fachada con las imágenes de San Luis Gonzaga, San Estanislao, San Juan Bermanhmans, San Benito y San Pedro Claver.


La Reina Regente, Doña María Cristina, que veraneaba en San Sebastián desde 1887, quiso visitar el nuevo convento. Fue el 10 de octubre de 1894. Las campanas se echaron a vuelo. La Reina llegó acompañada de la Condesa de Sástago, del duque de Medina Sidonia, del Gobernador civil de Guipúzcoa y otras personalidades. Entró en la iglesia y tras rezar unos momentos pasó a la clausura, y fue a la sala de recreación de las colegialas que la recibieron a los acordes de la Marcha Real. Su Majestad se detuvo a charlar con las niñas. Hubo obsequios de flores y labores y durante el besamanos se tocó el piano acercándose las niñas de dos en dos. La Reina al despedirse se mostró muy complacida y elogió las vistas que tenía la casa y lo bien que habían tocado el piano.


En el nuevo colegio la media pensión comenzó a funcionar en junio de 1888, siendo las primeras alumnas inscritas María Bianchi Echave, Victoria Olasagasti Ibero y Sebastiana Balaguer Aristizabal. En 1900 comenzaron a tener externas-pensionistas. Para atender a todo el alumnado había a principios de siglo 67 religiosas. Hoy hay 38 monjas y 37 profesoras que dan clase a 1.150 chicas y chicos.


En 1916 se construyó Zerutxo, casita al pie de la colina que sirvió de vivienda al capellán, y en 1921-23 se levantó un nuevo pabellón para clases que cerraba por el fondo el patio interior.


("Del San Sebastián que fue". JUAN MARÍA PEÑA IBAÑEZ)














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