Sobre esta isla se ha escrito mucho. Uno de los que se ocupó de ella fue aquel inglés desconocido que en 1700 publicó un librito sobre San Sebastián y que dos siglos largos después, en 1943, lo descubrió en una librería de Londres Manuel Conde López, propietario de la Librería Internacional de San Sebastián, que lo tradujo y le agregó unas notas, editándolo con dibujos de Carlos Ribera y aguafuertes de Andrés Lambert. En el libro, el desconocido autor, habla del castillo, del modo de vivir en la ciudad, de las casas, de los pescadores, de los trajes que entonces se usaban, de las mujeres y los curas, de las costumbres y las diversiones.... y,¡cómo no! de la isla. De esta escribe :
"A la entrada de la bahía existe un monte que se llama Santa Clara, en donde hace tres meses vivía un ermitaño de la orden de San Francisco. El hombre pedía limosna para vivir y solía contar muchas historias y leyendas. También ayudaba a llenar los barriles de vino, pero el pobre viejo estaba todos los días borracho como una cuba. Según dijeron, lo despacharon de su celda por esa causa; aunque se cree que fue más bien por meter al que tienen ahora.
Se trata de un caballero del Reino de Castilla, de gran posición, a quien por alguna causa le confiscaron sus bienes, confinándole en la isla como ermitaño.
Ha de mendigar su pan durante catorce años, al cabo de los cuales le devolverán su fortuna. Durante ese tiempo la Iglesia y los curas usufructúan las rentas del caballero. Todos los herejes que mueren los entierran allí. Cuando sacan los cadáveres de la ciudad para ser llevados por mar hasta la isla, donde son sepultados, una chusma de hombres y mujeres siguen detrás insultando al muerto y gritando : ¡"Ese va al Infierno!".
El producto de la tierra de la Isla es para el ermitaño, y lo vende según le conviene".
En el manuscrito de la Colección Vargas Ponce que se conserva en el Archivo de la Real Academia de la Historia hay una curiosa descripción de San Sebastián hecha por el presbítero Joaquín Ordoñez en 1761. Este sacerdote, nacido en Mansilla y muerto en nuestra ciudad en 1769, fue enterrado en la parroquia de San Vicente y en la publicación de los contenido en la colección citada hay referencia a la isla de Santa Clara. Escribe el citado presbítero :
"Hay una isla, a poca distancia del castillo, que se llama Santa Clara donde está en lo más alto una ermita bajo la advocación de dicha Santa, con un ermitaño; es toda esta isla del monasterio de San Bartolomé; en ella se dice misa cantada de orden y a expensas de dicho monasterio; aquel día hay otras muchas misas, y entre año su estipendio sueleser por lo menos un peso fuerte, desayuno y barco pagado. Todo el día de Santa Clara hay tamboril y bailes y todo lo registran las señoras (monjas) de San Bartolomé, las del Antiguo y las de Santa Teresa. Es más reducida esta isla y más baja que el Castillo y entre la isla y Castillo, aunque sólo hay como un tiro de fusil, pasan navíos por grandes que sean para entrar en el muelle, porque es un canal muy profundo".
A esta entrada de los barcos en la bahía aludía también el inglés que en 1700 escribió el librito al que me refería al comienzo de este escrito. Y decía: "En medio de la bahía de San Sebastián existe una roca debajo del agua, y por eso es difícil la entrada en la misma, a no ser con viento favorable.
Para indicar el buen camino los mismos prácticos se meten a bordo por fuerza. Esto sería bastante recomendable si no tuviesen el propósito de engañarle a uno, cobrándole lo que les da la gana, que no tiene más remedio usted que pagar, porque si se queja no es amparado por la Justicia.
El cónsul y los comerciantes extranjeros residentes en San Sebastián han tratado de persuadirles con muy buenas razones para llegar a un arreglo, pero hasta ahora todo ha sido inútil, porque cada marino se considera tan importante como el propio señor alcalde. De modo que un hombre debe doblegarse bajo los ultrajes y opresiones, y abstenerse de protestar".
En la "Historia civil-diplomático-eclesiástica anciana y moderna de la ciudad de San Sebastián", escrita por el presbítero Joaquín Antonio Camino y Orella, y que abarca desde los remotos orígenes de nuestra ciudad hasta los comienzos del siglo XIX, también hay referencia a la isla de Santa Clara. Escribe el Historiador:
"Es tradición del monasterio (de San Bartolomé), que por no haber clausura iba la comunidad en otro tiempo a la isla y ermita de Santa Clara a cantar vísperas el día de la santa, cuyos vestigios todavía se observan, pues en dicho día envían las monjas a la ermita sacerdotes y dependientes con misa, repicando las campanas de San Bartolomé desde que sale del melle la lancha, en que van embarcados, hasta llegar a la isla. La ermita es propia de las religiosas, y no está averiguado por dónde, si por dote de alguna monja u otro título. Han tenido pleito en varios tiempos con la ciudad sobre dicha ermita en los tribunales de Pamplona, Burgos y Nunciatura, y siempre se las ha mantenido en la posesión ordinaria, como se vio a principios del siglo pasado, bien que la isla es de la ciudad. No falta quien haya dicho haber sido la primitiva fundación de San Bartolomé en la isla de Santa Clara; pero es inverosímil si se mira a la inclemencia y corto espacio del paraje que no es capaz de semejante establecimiento y sólo sí de una reducida basílica".
Según cuenta la tradición, en el invierno de 1220 San Francisco de Asís, peregrino jacobeo, venía de Burgos acompañado de un mendigo que se le unió. En San Sebastián se hospedó en un mesón que había en el Antiguo. Visitó la isla y en un día de frío y mal vestido como iba se acatarró degenerando aquello en pulmonía. Cuenta Luis Murugarren, que la hospitalera le había advertido: "Para este clima tiene vuesa merced muy poco fundamento en el vestir". , pues iba de saco, descalzo y sin cubrirse la cabeza. El santo de Asís predicó en la iglesia del Antiguo, teniendo que quedarse en San Sebastián hasta que se curó de la pulmonía.
Desapareció la ermita, de la que no hay noticia posterior a 1802. Lo que si se sabe es que en el siglo XVI fue artillada para defender la bahía y que en la guerra de la Independencia fue ocupada la isla el 26 de agosto de 1813 por las tropas anglo-portuguesas, las que cinco días después asaltaron la ciuda y la destruyeron. Pasada aquella contienda y también la primera guerra carlista, se montó en la isla un criadero de conejos, encargándose de su cuidado a José Vicente Arruaberrena, un personaje pintoresco conocido por el nombre de Robinson, por haber vivido durante años en la playa, en las proximidades del llamado Pico del Loro, como el Crusoe, de la novela famosa. Donde estuvo la ermita había una casucha que algunos optimistas llamaban "casa de descanso de los cazadores".
El 15 de septiembre de 1864 comenzó a funcionar un faro y el farero no dispuso de teléfono hasta el 4 de abril de 1966.
("Del San Sebastián que fue". JUAN MARÍA PEÑA IBAÑEZ)
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