CONVENTO DE SANTA TERESA |
Pero no sólo hay muerte y sangre en el acontecer de la historia, sino que también se dan fiestas en algunas jornadas y el eco de éstas habrá llegado en tantas y tantas ocasiones hasta el silencio de la clausura monjil. Mas para la comunidad, más fija en el cielo que en la tierra, sus días son idénticos, los pasan entre rezos, penitencias y trabajos. Sus vecinos del muelle no las olvidad y nunca faltan los donativos generosos a los que ellas corresponden con sus oraciones y con ese riquísimo arroz con leche elaborado según fórmulas celestiales por manos arcangélicas, y que es inimitable por mucho arte que se tenga con canelas y arroces.
El que visite la iglesia del convento podrá ver una losa en una de las pardes, bajo el coro, donde hay esta inscripción: "N.I. debajo desta losa está el cuerpo de la noble señora doña Simona de Lajust. Fundadora deste convento. A. 1662". Había muerto en 1957 y en su testamento encargaba, además de 4.000 misas por su alma, que su cuerpo fuera enterrado en la parroquia de Santa María, "en la sepultura donde están enterrados mis padres, que están dentro de la grada en la primera ylera enfrente de la Capilla de San Juan", pero su deseo era que si se fundaba el convento de Carmelitas Descalzas, para lo que dejaba una parte de su cuantiosa fortuna, fuera en éste donde reposaran sus restos. Y eso se hizo tan pronto fue realidad la fundación con la que doña Simona de Lajust soñaba.
Era esta señora la esposa de don Juan de Amésqueta y el matrimonio, muy acaudalado, no tuvo hijos. Fallecido el capitán Amésqueta en 1649 sin testar, sus bienes pasaron a su viuda que otorgó testamento en 1654 ante escribano y siete testigos, de los cuales sólo tres sabían escribir. En la cláusula 50 de la última voluntad disponía doña Simona que se fundase un convento de Carmelitas Descalzas en San Sebastián autorizando a sus albaceas para disponer de sus bienes y venderlos en pública subasta para allegar fondos a fin de cumplir sus deseos.
Aquella pequeña casa fue ampliándose gracias a donaciones que recibieron y así pudieron disponer de cocina, refectorio, celdas, cuarto de recreo y de labor, etc. utilizando el coro de la basílica de Santa Ana. Pero todo era tan reducido que pronto se sintió la necesidad de ampliarlo. Y esto pudo hacerse gracias a un indiano, don Miguel de Aristeguieta, fiador de la dote de una novicia y que al visitar el lugar se sintió movido a costear las obras. Lo refiere fray Anastasio de Santa Teresa: "Estaba la habitación que ahora tenían en la falda y orilla de un alto monte, o por decirlo mejor, de un peñasquero inaccesible, y considerando el piadoso señor que si desmontaba y allanaba podrían las religiosas gozar de ayres más puros, de vistas más alegres y de más próxima luz, bañado el edificio sin embarazo de toda la del sol, se resolvió con inmenso gasto a poner allí el convento y la iglesia, venciendo con su valor y caudal muchos imposibles".
El Regimiento de San Sebastián autorizó las obras e inmediatamente comenzó el desmonte y la construcción de una pared que evitase desprendimientos de tierras y a continuación se levantó la iglesia y el convento. Las obras las realizó en parte Santiago de Senosiain y quien las dirigió fue fray Pedro de Santo Tomás. La iglesia, de paredes fuertes, tenía traza de cruz latina, sin lujos ornamentales de acuerdo con la pobreza de la Orden. En el retablo había una estatua de Santa Teresa y en los laterales del templo dos lienzos que representaban a Cristo hablando a San Juan de la Cruz y a Elías y los falsos profetas de Baal.
Las obras, que costaron 30.000 escudos, terminaron para el 15 de octubre de 1688 y el día de Santa Teresa tomaron posesión del convento las monjas. Todos estos datos los he tomado de la obra de Luis Enrique Rodríguez San Pedro Bezares, auténtica enciclopedia sobre este monasterio.
Un siglo después, las carmelitas donostiarras tenían cuatro capellanes y un vicario. En aquellas fechas eran veintidós las monjas entre legas y de mitra. El reverendo don Joaquín Ordoñez en el manuscrito que dejó escrito con fecha 1761 describe el convento que "está tan alto que para subir a la iglesia hay más de sesenta pasos de escalera, además de una cuestecilla que equivaldrá a otros veinte pasos; esta escalera está con mucho arte dividida en dos, una ancha y otra angosta, porque las mujeres suban y bajen con decencia y honestidad", y respecto a la huerta dice que parece estar colgada del Castillo "y por eso las señoras ven todos los campos, entrar y salir del muelle las embarcaciones y ellas fueran vistas de todos cuando salen al recreo a la huerta al no haber mucha espesura de árboles".
Luis Murugarren ha estudiado el archivo del convento y a través de la correspondencia que en él se conserva se pueden seguir las vicisitudes y las dificultades que se presentaron en la fundación. Y se puede ver el interés con que el obispo de Pamplona don Diego de Texada y Laguardia se informaba y la meticulosidad con que orientaba sobre lo que en cada caso debiera hacerse. Así, sobre un detalle que podrá parecer nimio hay diversos párrafos en varias cartas: la adquisición de las campanas. En carta de 27 de mayo de 1662 dice el prelado: "La campana está comprada y pienso que en comodidad, porque es a tres reales por libra. Procuraré remitirla cuanto antes". Unas semanas después, el 13 de junio vuelve a escribir monseñor: "Alégrome recibiese Vd. la campana; hágase la lengua y el yugo y dispóngase dónde se ha de colocar, que yo, cuando vaya, pues ha se ser preciso, la bendeciré allá. Las dos pequeñas están mandadas hacer". La campana había llegado al convento el 10 de junio y pesaba cuatro arrobas menos tres libras.
El 1 de julio vuelve a hablar de otra campana: "Yo procuraré que vaya cuanto antes la campana mayor para que Vm. la haga poner con la otra, y espero que todo ha de quedar con perfección..." Esa campana, que pesaba siete arrobas y media, estaba lista el 15 de julio para enviarla a San Sebastián. "Tres ducados di esta mañana para que llevasen la campana y me enfadé porque no ha querido bajar de cuarenta reales. He dado al mayordomo orden para que la envíe, aunque sea pagando 40 reales; si no se vuelven atrás, irá con ésta".
Si el obispo se preocupaba de las campanas ¿cómo no iba a hacerlo en tema de mayor altura cual era el de formar la comunidad de religiosas?. Casi un año antes de que se inaugurara el convento expresa monseñor su opinión sobre la base de la comunidad. Ha convenido y conviene que las fundadoras sean de un mismo convento, porque con eso estarán más unidas y si fueran de diferentes se pudiera temer menos conformidad con que entráramos tropezando a los principios en lo que más suele destruir la observancia religiosa".
Al prelado le preocupaba el que siendo el núcleo principal de monjas procedentes de Tarazona, no se entendieran con las guipuzcoanas. El 6 de enero de 1663 escribe: "Una cosa he reparado y es que ninguna de nuestras fundadoras sabe vascuence y parece que necesitaban de alguna que lo hablase y entendiese. Dígame vuestra merced su sentir en esto". Insiste poco después: “Será de mucha utilidad tener dentro del convento religiosa que sepa la lengua vascongada y sirva de intérprete a las demás, pero esto es menester consultarlo también con las madres fundadoras de Tarazona y proponérselo por conveniencia necesaria suya y del convento".
Resulta curioso el detalle de lo que las monjas que vinieron de Tarazona pagaron por algunos artículos y servicios en el viaje a nuestra ciudad: Por pasar el puente de Tudela en coche, literas y cabalgaduras, ocho reales. Al barquero de Marcilla, diez reales de plata. Por un queso en Alsasua, un real de plata. Por un conejo en Caparroso, un real de plata. Por diez codornices en Tarazona, cuatro reales y medio de plata.
En 1813 quedó reducido a cenizas el sitio de Santa Ana y treinta años después fue construida la fachada oriental del convento. Ahora va a reformarse la vieja casa, cuyas condiciones de habitabilidad dejan mucho que desear incluso para las austeras monjas que viven conforme a la regla de la santa de Avila. Las humedades traspasan los muros del convento y el frío es un permanente compañero de la comunidad. Nada tiene de particular que cuando abundan las lluvias y los termómetros bajan, las monjas se vean afectadas en su salud. Tal vez fue en 1891 cuando más se notó la humedad y el frío, con consecuencias que llegaron a ser graves. Era abadesa la madre Marcelina, hija de una familia acomodada de Oñate y acababa de suceder en el cargo a la madre Anselma y uno de los primeros problemas con los que se encontró fue con una epidemia que afectó prácticamente a toda la comunidad.
Aquel invierno comenzó con extrema crudeza y la enfermedad conocida entonces con el nombre de "trancazo" se extendió por la ciudad, siendo muchos los donostiarras que cayeron enfermos aunque no se llegó a las cifras de Pamplona, donde se registraron nada menos que siete mil casos de esta epidemia.
En el periódico "La Unión Vascongada" del 30 de diciembre de aquel año se escribía lo siguiente: "De tal manera ha invadido el "trancazo" el convento de Santa Teresa, que las monjas actualmente atacadas suman el número de dieciocho de las veinte que componen la comunidad, habiendo fallecido además una, quedando por consiguiente una sola monja en completo estado de salud".
¿A qué se debía que la epidemia se hubiera cebado de tal manera en las monjas de Santa Teresa? El periódico lo explicaba así: "Las causas a las que se atribuye la epidemia del "trancazo" en el convento es la austeridad de las reglas de la Orden y la humedad constante que hay en el edificio, por estar adosado al muro del monte Urgull. Efectivamente, dichas religiosas Carmelitas comen todo el año de vigilia, toman la colación a las 6 de la tarde y entran en el coro a las 9 de la noche, donde permanecen hasta las 11, volviéndose a levantar a las 4 de la mañana para dedicarse a sus prácticas religiosas. Noches pasadas, debido al frío intensísimo que hizo, créese que la mayor parte adquirieron una pulmonía que en la actualidad las tiene postradas en cama, aunque según informes que tenemos fidedignos, la enfermedad no reviste los caracteres de gravedad que generalmente trae consigo esta clase de epidemias".
Al tenerse en la ciudad noticias del estado de salud de la comunidad, varias señoras y Hermanas de la Caridad se ofrecieron para asistirlas en lo que fuera preciso, pero las monjas declinaron el favor. El gobernador civil señor Aguirre de Tejada y el alcalde don Manuel Lizarriturry se ofrecieron también a la autoridad eclesiástica para lo que pudieran ser útiles. Previas las disposiciones del Obispo de Vitoria, entraron en la clausura a prestar servicio tres demandaderas y así superaron el trance epidémico.
Este convento, tan vinculado desde su fundación a San Sebastián, fue visitado en dos ocasiones por los Reyes de España. La primera en 1845, por la reina gobernadora, María Cristina de Borbón, princesa de las Dos Sicilias, cuarta esposa de Fernando VII, a la que acompañaron sus hijas Isabel II y la infanta Luisa Fernanda. Y la segunda el 2 de octubre de 1901 por la Reina Regente Doña María Cristina y sus hijos el Rey-niño y la infanta María Teresa.
Fue la Reina Regente la que anunció al P. Fernando Serra, provincial de la Orden del Carmen, su propósito de visitar el convento y el 2 de octubre Alfonso XIII manifestó a fray Estanislao Ruano, de Salamanca, que aquel día dijo la misa en Miramar, que usando de los derechos que le concedía la regla carmelitana y el código canónico, que autorizaría la entrada en el convento durante su visita a las familias de las religiosas. El convento contaba entonces con veinte monjas, una de ellas familiar de un servidor de la Casa Real.
A las 10 de la mañana de aquel día llegaron al convento en tres carruajes la real familia, alta servidumbre, los dos frailes carmelitas citados, el vicario de Santa Teresa y el historiador y conservador del Museo Municipal don Pedro Manuel de Soraluce. En el atrio se encontraban varios familiares de las monjas.
Mientras eran volteadas las campanas, los reyes entraron en la iglesia a los acordes de la marcha real, interpretada al órgano por una monja. Oraron ante el altar mayor y a continuación se dirigieron al convento, esperándoles dentro de la clausura toda la comunidad con velas encendidas. Las monjas besaron las manos de la reina y de su hijo, quienes visitaron los claustros, la capilla interior, la enfermería, el refectorio y la huerta. Cuando los visitantes se hallaban en el coro, la comunidad entonó el himno de gracias. En la huerta admiraron las vistas que desde allí se contemplan sobre la bahía, el caserío y un lienzo de muralla que se conservaba como en los días del XVIII, fijándose en el emplazamiento de la basílica de Santa Ana y Casa Consistorial hasta los tiempos del rey Carlos V.
Cuando la real familia atravesó el claustro pequeño se desarrolló una escena altamente emotiva. Tras las regias personas iba un grupo de familiares de las religiosas que por primera vez podían penetrar en la clausura. Una de aquellas personas al ir a abrazar a su sobrina sufrió un desmayo y cayó al suelo. La Reina y la Infanta "acudieron con la más afectuosa solicitud a levantarla y la atendieron mucho", dice el cronista de aquella jornada. Quien agrega que en el refectorio, "que es muy pobre", había sobre el plato de la superiora una calavera. La Reina, al verla, se dirigió a sus hijos y les dijo: "Ahí tenéis lo que es el mundo". A esta frase siguió un silencio profundo. Todos los presentes se impresionaron.
SS.MM. fueron obsequiados con pasteles, dulces y Jerez y el cronista termina así la reseña: “Fue una nota muy hermosa de la visita regia la expansión de inmenso cariño que hubo entre las religiosas y sus familias, traducido en expresivos abrazos y besos. Hacía medio siglo que no se levantaba la clausura ni se franqueaban aquellas puertas".
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Muy buen artículo, pero contiene un error. Don Miguel de Aristeguieta, no era indiano, aunque comerciaba con las Indias. Los Aristeguieta provienen de la casa solariega de dicho nombre en Igueldo, la que todavía existe.
ResponderEliminarAquí está su biografía
https://dbe.rah.es/biografias/32083/miguel-de-aristeguieta
Si bien pueden haber sufrido algunos reveses económicos, los Aristeguieta siguieron teniendo una naviera que operó entre San Sebastián, La Habana y Southampton hasta comienzos del siglo XX. EN EL Museo Naval existen grabados de algún barco de la Compañía.
Indirectamente, fueron “culpables” de la nueva bandera de San Sebastián, ya que sus tripulaciones llevaban la bandera de la zona marítima de Guipúzcoa a la Virgen del Coro para agradecerle su protección durante la travesía.
Una rama de la familia (segundones) pasó a la actual Venezuela, donde fueron miembros destacados de la sociedad de la época y adoptaron, por matrimonio, el apellido Jerez de Aristeguieta. La madre de Simón Bolívar pertenecía a la familia.
El último Aristeguieta titular de la naviera de San Sebastián fue José María de Aristeguieta y Amilibia. Todo un personaje de su época.
https://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/en/photo/mu-7743/
(Comentario de Usua de Alos)
El convento de Santa Teresa
ResponderEliminarAnciana y enferma, agotada de tanto trabajar y de tanto caminar bajo el sol abrasador dell páramo, azotada por el cierzo del Castilla, pisando tierras heladas. o sendas anegadas de agua, Teresa de Jesús se siente morir. Se halla en Burgos y quiere volver a su primera fundación, el convento de San José de Avila. Emprende el camino, pero tiene que quedarse en Alba de Tormes, obligada a guardar cama "¡Válgame Dios, qué cansada me siento! dice a sus monjas. Mas ha veinte años que nunca me acosté tan temprano». Pocos días después moria tras catorce horas de éxtasis. Era el 4 de octubre de 1582. Y hoy es su fiesta y la conmemoración del cuarto centenario de su muerte a la que el Papa Juan Pablo II ha querido sumarse, aunque por razones electorales haya tenido. que retrasar el viaje.
Teresa de Cepeda y Ahumada, nacida en noble cuna, escuchó la voz del Señor y cambió las elegantes tocas femeninas por el sayal del Carmelo y los. delicados chapines por las sandalias de leñosa fibra. Reformó la orden y aquella «fémina inquieta y andariega pobló España de conventos. Sus hijas. hoy que es el dia de la Santa, celebrarán gozosas la fecha y repetirán su frase de «Camino de perfección: "Acá esta hambre no la puede haber, que basta a que se rindan; a morir, si, más no a quedar vencidos»
La santa en su andariega vida, no llegó a San Sebastián y fue alguna de sus hijas la que en 1661 fundó el convento de Santa Teresa que se alza en la ladera de Urgull y que después de tres largos siglos de existencia es consustancial con la ciudad. Sus muros, asomados sobre la bahía, dominando el caserio de la urbe, han sido testigos de las páginas de la historia de nuestro pueblo, algunas de ellas. tristes y calamitosas.
El reverendo Joaquin Ordónez nos hace una descripción de cómo era el convento a mediados del siglo XVIII, cien años. después de su fundación, y desde entonces poco ha variado el mismo. El convento de Descalzas de Santa Teresa "está tan alto que para subir a la iglesia hay más de sesenta pasos de escalera, además de una cuestecilla que equivaldrá a otros veinte pasos; esta escale:a está con mucho arte dividida en dos, una ancha y otra angosta, porque las mujeres suban y bajen con decencia y honestidad».
En la época en que escribe Ordóñez había en el convento veintidós religiosas entre legas y de mitra, tenia cuatro capellanes que se turnaban por semanas y un vicario que confesaba a las monjas y presidia las solemnidades religiosas.
Las monjas, de rigurosa clausura, vivian y viven de la caridad. de los fieles y de una huerta que está tan pendiente que parece que está colgada del Castilio y la falta poco para llegar arriba». Las limosnas no las faltan y los mariñeles del puerto figuran entre los más asiduos a la hora de la generosidad. Las monjas suelen corresponder obsequiando con un arroz con leche elaborado mediante fórmulas secretas y con manos angélicas
Vida de oración y sacrificio la de estas monjas donostiarras que siguiendo a Santa Teresa "mueren porque no mueren".
R.M. KOXKAS 15-X-82
El convento de Santa Teresa
ResponderEliminarNo diré yo que hoy San Sebastián vive de espaldas al convento de Santa Teresa, donde unas religiosas oran y laboran, a las que se acercaban antaño nuestros mayores en los momentos de las dificultades.
La presencia del convento de Santa Teresa en la vida de la ciudad fue en siglos pretéritos intensa y constante. Con motivo de las muchas guerras que ha vivido San Sebastián, cuando fueron cerradas las parroquias de Santa María y San Vicente, el templo abierto era el de las religiosas carmelitas, en cuya iglesia se administraban los Sacramentos y se celebraban los funerales.
Un cronista de la ciudad escribió hace muchos años: «Preguntad a las familias de abolengo donostiarra lo que para ellas suponía el convento de Santa Teresa, y oiréis que en su iglesia se cobijaba todo cuanto San Sebastián tenía de místico o devoto. Los ejercicios espirituales allí se tenían: las cofradías más antiguas como la del Rosario y la Tercera Orden de San Francisco, en ella practicaban sus cultos mensuales; el subir sus empinadas escaleras los días clásicos como el 16 de julio y el 15 de octubre, era para muchos cuestión de honor; el ser uno agraciado el día de la fiesta onomástica con una fuente monumental de arroz con leche, bañada con canela, era el más valioso regalo que se podía apetecer; nada digamos de los pajaritos de papel que con los nombres de los Santos Patronos se repartían y aún se reparten a domicilio al comenzar el año, pues ellos demuestran que en el silencio del claustro había alguna alma sensata que se acuerda del pecador.
En los claustros de Santa Teresa han vivido las hijas de las familias más linajadas, y aunque sepultadas para el mundo, su recuerdo no se extinguía entre nuestros conciudadanos, quienes la iban recordando de generación en generación, con sus fisonomías fisica y moral».
A los oficios de Semana Santa siempre acudía uno de los tenientes de alcalde del Ayuntamiento, y él era el que guardaba la llave del Sagrario del Monumento desde la mañana del Jueves a la del Viernes Santo.
Cuando no hace tantos años el tráfico rodado por nuestras calles no era como ahora, yo recuerdo que en las vísperas de las fiestas importantes, al atardecer, el volteo de las campanas de Santa Teresa llegaba a casi toda la ciudad. Y cuando cesaba, otro convento, el de San Bartolomé, comenzaba a enviarnos el mensaje que anunciaba que faltaban pocas horas para la fiesta del Corpus o de la Ascensión o de la Inmaculada.
R.M.15 octubre 95 KOXKAS