San Sebastián era ya en la segunda mitad del siglo pasado centro de atracción de forasteros, muchos de ellos franceses, y para ellos las carreras de caballos eran algo parecido a las corridas de toros para nosotros. En los programas de festejos de las ciudades francesas próximas a nuestra frontera, anunciaban juntamente con las condiciones hidroterápicas de las aguas o el confort que ofrecían tales o cuales hoteles, las carreras de caballos.
La numerosa colonia veraniega procedente de las diversas provincias españolas que elegía San Sebastián como punto preferido para su descanso estival, encontraba además de un clima ideal cuantos espectáculos podían ser de su gusto. Había corridas de toros, conciertos diarios, teatros (Principal, Circo y Variedades) en los que actuaban las mejores compañías de España y algunas del extranjero en representaciones de ópera, regatas... Pero San Sebastián, por sus condiciones especiales, debía colocarse bajo el punto de vista de los espectáculos que ofrecía a sus huéspedes a un grado de altura superior al de los otros pueblos. Debía perseguir dos fines: aumentar la colonia veraniega que anualmente visitaba la ciudad y lograr que su estancia fuera estable. Y para muchos, las carreras de caballos eran el medio más apropiado y seguro para lograr este resultado.
Así las cosas, en marzo de 1883 vino a San Sebastián don Luis María Ruiz, ciudadano de los Estados Unidos, domiciliado en París, con la intención de formar una sociedad para dar “corridas” de caballos en el llamado "campo de maniobras", que estaba en la actual zona de jardines y villas de Ondarreta. Presentó a la comisión de Obras y Espectáculos del Ayuntamiento una solicitud para los correspondientes permisos. En la solicitud se decían, entre otras cosas, las siguientes:
Que el terreno del campo de maniobras, que medía 484 metros de largo y 97 de ancho, estaría a disposición de la Compañía empresarial para dar corridas de caballos durante quince años a título gratuito. El Ayuntamiento facultaría las corridas de caballos diez días en el año, distribuidas así: cuatro en el mes de julio, dos en agosto y cuatro en septiembre. En agosto las corridas se darían en días en que no hubiera corridas de toros. El Ayuntamiento daría cinco premios de 2.500 pesetas que serían repartidos en las fechas que designase la Compañía concesionaria. Esta correría a cargo de las construcciones y arreglo del terreno para la pista, obligándose a edificar una tribuna especial para el uso de las autoridades. Como el terreno del futuro hipódromo servía para las maniobras y ejercicios de la guarnición militar, ésta podría continuarlos en los días que no hubiese corrida de caballos, garantizando la misma que no hubiera ningún deterioro en las instalaciones.
El señor Ruiz se comprometía a presentar al Ayuntamiento constituida su Sociedad cuatro meses después de que le fuese notificado oficialmente por la Corporación que su instalación había sido aceptada de acuerdo con las bases propuestas.
Pasaron los días y tras estudiar el Ayuntamiento la propuesta no la consideró de interés y todo quedó en un proyecto. Pero al conocerse la propuesta del señor Ruiz, los periódicos echaron las campanas al vuelo, dando ya por realidad la iniciativa de aquel ciudadano americano. Como la empresa que pensaba montar y explotar el hipódromo se hallaba relacionada en Madrid y en el extranjero, se esperaba que en las carreras de caballos que aquí se celebrasen se interesarían esas sociedades o clubes que eran fuera de España los iniciadores de aquella clase de espectáculos.
El periódico "El Urumea" escribía: "El hipódromo de esta ciudad tendrá el privilegio de ser favorecido en el apoyo de los que cuentan mayores medios y recursos para dar animación e interés a las carreras de caballos que se verifiquen en San Sebastián, que por ser visitada por lo más escogido de la aristocracia de Madrid y por hallarse próximo la frontera se presta perfectamente a la celebración de esta clase de fiestas de carácter internacional". El periódico daba por hecho la inmediata inauguración del hipódromo y que en él se celebrarían carreras internacionales. "Indudablemente estas fiestas, por la forma en que se celebrarán, contribuirán en primer lugar a animar los meses de julio a septiembre, esto es a prolongar la temporada del verano". Hacía falta que los premios que se disputaran fueran de alguna consideración para acreditar desde el primer año el hipódromo. El municipio y la diputación no podían permanecer ajenos a lo que en el hipódromo sucediera, y decía el periódico que debían solicitar del Gobierno del Rey premios para algunas carreras.
Pero hubo que esperar hasta 1898 para tener un mini-hipódromo, el de los Juncales, y hasta 1916 para contar con uno de verdad. Antes de decidirse por el Antiguo para montar un hipódromo, se pensó en el valle de Loyola, donde el vizconde de Irueste ofreció un lugar, pero se optó por los Juncales que sirvió un poco para todo. Como escribió Angel María Castell, "Los Juncales brindó animadas partidas de polo a los caballistas, de lawtennis a la juventud dorada y tiradas de pichón a los cazadores, y a San Sebastián el espectáculo pimpante, deslumbrador, del desfile de lujosos carruajes arrastrados por soberbios troncos de caballos. Entonces apenas se conocía el auto. Las mujeres hermosas y elegantes lucían sus vestidos vaporosos y sus sombreros ligeros sin necesidad de incrustárselos por temor a las violentas ráfagas de viento que producen las grandes velocidades. Entonces, marchando en carretela, olían a flores. Ahora, en auto, huelen a gasolina".
Tanto la colonia veraniega como el elemento deportista donostiarra secundó la idea y así entre los que crearon aquel legendario hipódromo figuraban los Valdelagrana, Unión de Cuba, Villamayor, Vega de Sella, Quinta de la Enjarada, Caudilla, Yarayabo... todos títulos de Castilla y con ellos los Brunet, Satrústegui, Saez de Vicuña, Goizueta, Labayen... del txoko donostiarra.
Los ingenieros Barrio y Arancibia dirigieron la construcción del hipódromo y en treinta días sanearon el terreno, hicieron una pista, luchando con los destrozos que a veces causaban las mareas que en ocasiones invadían las tierras, instalaron una tribuna, etc. La superficie total del hipódromo era de 5.000 metros cuadrados.
Se inauguró el hipódromo de Los Juncales el domingo 16 de agosto de 1907, asistiendo los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Aquel día hubo cinco carreras, ganando la primera un caballo de Mr. Juge. Los vencedores de las otras carreras fueron los caballos de M. J. Attias, del conde de Llobregat, del duque de las Torres y del duque de Tovar.
Cuando había tiradas de pichón, "Los Juncales" estaba rodeado de unos cuantos caseros que escopeta al hombro cobraban buenas piezas, pues cuando el tirador fallaba, el pájaro seguía volando fuera del recinto y allí era muerto por la certera puntería de alguno de aquellos caseros que iban hasta las proximidades del hipódromo desde Igara, Ibaeta, Igueldo o Ayete. "Nunca habían cazado tanto los caseros de los alrededores de San Sebastián como entonces".
Si había partidos de polo, no faltaba la marquesa de Squilache, que dividía su veraneo entre Zarauz y San Sebastián. Era aquella una mujer de gran esplendidez, sobre todo si se trataba de obras de caridad o patrióticas. Pagó en cierta ocasión dos mil duros por un palco en el Gran Casino para una fiesta a beneficio de los soldados heridos o enfermos en la guerra de Cuba.
Aquel hipódromo era punto de reunión de la gente elegante de la ciudad y se hallaba en las riberas de los juncales del Antiguo, cerca del palacio "El Mirador”, propiedad del padre político del general Leymerick, marqués de Baroja.
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