El balance económico de la primera temporada del hipódromo fue positivo. Por diversos conceptos, inscripciones de caballos, alquiler de "boxes", apuestas, buffet, venta de programas, etc., se recaudaron 409.516 pesetas. El día que más programas se vendieron fue el 2 de julio, novecientos, recaudándose 1.800 pesetas.
Los bookmakers fueron los señores Dumien, Hanssen, Fry, Michot, Degueldre, Jahn y Laurquin. Estuvieron inscritas 126 cuadras con 3.224 caballos. Las 160 carreras internacionales reportaron 164.000 francos por 2.947 inscripciones con un total de 908.400 francos en premios. Las 46 carreras nacionales reportaron 6.425 pesetas por inscripciones, dándose 81.200 pesetas en premios.
Las cuadras extranjeras pagaron 31.650 francos por alquiler de "boxes" y las españolas 25.550 pesetas.
El 2 de julio asistieron 1.097 hombres al pesaje y 720 mujeres. La recaudación por entradas llegó ese día a 19.444 pesetas y en toda la temporada de 1916 a 117.899 pesetas.
El máximo ganador fue J.D. Cohn, que obtuvo 309.500 francos en premios, seguido del duque de Toledo (nombre con el que corrían los caballos del Rey), 134.700 francos y 2.000 pesetas, W.K. Vanderbilt 72.000 francos, Ch. Forest 56.600 francos, marqués de Villamejor 34.200 francos, Negropontes 32.800 francos, Thorne 32.300 francos, Jean Lieux 28.600 francos, y así hasta sesenta y cuatro propietarios.
El hipódromo era algo más que las carreras. Era polo de atracción de la gente y desde que se inauguró la aristocracia de la sangre y del dinero se dió cita en nuestra ciudad que era auténtica corte veraniega de España. Estaban los Reyes, el Ministerio de Jornada, los títulos de Castilla... Las fiestas y actos sociales se sucedían. Limitándome a los días de la inauguración del hipódromo, consignaré que el 3 de julio el duque de Alba ofreció un banquete al Rey en el Hotel María Cristina, en uno de los comedores contiguos a las habitaciones del Ministerio de Jornada. Se sentaron a la mesa con Su Majestad y con el anfitrión los marqueses de Castell Rodrigo, de Torre Arias, de Narros, el conde de Montellano y los señores J.S. Miguel, Careaga, Viana y Quiñones de León.
El domingo día 9 tuvo lugar otro banquete que ofrecía el presidente de la Sociedad de Carreras, M. Marquet (que había sido el alma mater en la creación del hipódromo). Se celebró en el "buffet" del hipódromo y asistieron las autoridades, el comité de carreras y algunos propietarios. Los periódicos consignaban los nombres de Lucien Niquet, Charles de Salverte, barón de la Motte, conde de la Cimera, A. de Neuter, marqués de Nievil, W.K. Vanderbilt, marqués de Valtierra, conde de Caudilla, Raymond Isabel, Dousdebes, Jacobo Domínguez, alcalde de San Sebastián Eusebio Inciarte, gobernador civil López Monís, capitán general de la Región, gobernador militar de Guipúzcoa, etc.
Los periódicos de San Sebastián dedicaban grandes espacios a la inauguración del hipódromo y durante toda la temporada a las carreras que en el mismo se disputaban. En "El Pueblo Vasco" decía Alfredo Laffitte: “La impresión producida por las carreras ha sido de sorpresa. Nadie esperaba que este espectáculo originase tanto entusiasmo y tanta animación. El "jockey" es el niño mimado de estos días. Se le admira y se le envidia por su habilidad y lucro. Los hay en las grandes cuadras de Vanderbilt y Cohn que ganan más que un presidente de la República.
Como el torero con su traje de luces, el "jockey" con su equipo de colores, deslumbra y atrae a la multitud y causa expectación. J.D. Cohn ha regalado a Stokes, que montaba el caballo "Teddy", ganador del gran premio, las 70.000 pesetas del premio que le correspondieron. Le subvenciona anualmente con una fuerte cantidad, permitiéndole tomar parte en las carreras en que no corren los caballos de su cuadra, y entre pitos y flautas el famoso "jockey" logrará este verano unas 200.000 pesetas. ¿Qué comparación cabe con Joselito que no gana más que 7.000 pesetas por corrida?
Un pobre muchacho, lleno de hambre y de miseria, contemplaba a través de la valla la “toilette” de uno de los nobles brutos preparado para la carrera. Con qué cuidado y con qué esmero le lavaban la boca, le peinaban las crines y le frotaban con suavidad la piel. En un cubo de porcelana le dieron alimento seleccionado, y todas estas atenciones, desconocidas para muchos seres humanos, hicieron exclamar inconscientemente a aquel infeliz: "¡Quién fuera caballo!"
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