jueves, 28 de junio de 2012

Carril, el vencedor de Ondárroa, entra en la historia


Los remeros de Ondarroa se consideraban los “invencibles” del Cantábrico. Los triunfos obtenidos les hacían mirar por encima del hombro a los donostiarras que se veían poco menos que menospreciados por los bogadores del puerto vizcaíno. Por eso los remeros de San Sebastián les lanzaron un reto. Fue el 20 de septiembre de 1890 cuando J. Francisco de Irastorza en nombre de la comisión de San Sebastián dirigió una carta al presidente de la Cofradía de Mareantes de Ondarroa en la que le proponía concertar un regateo. Al día siguiente José Antonio Aguirre, presidente de la Cofradía de Ondárroa contestaba a la carta recibida y en ella, tras mostrar la satisfacción que sentían por poder regatear con los donostiarras, le decía que no estaba de acuerdo en el recorrido propuesto, de Guetaria a San Sebastián, señalando otros posibles, agregando que la regata tendría que celebrarse después del día de Santa Catalina, 25 de noviembre, “porque sufrirían gran detrimento en sus intereses por la costera del bonito efectuarlo antes de dicho término o plazo”. Hubo más cruce de cartas y por último se concertó una reunión en la fonda Otamendi de Zarauz y fue allí, el 12 de noviembre de 1890 donde se llegó a un acuerdo. En representación de San Sebastián asistieron Francisco Irastorza, Eusebio Fuentes, José León Lasarte, Francisco Muñoa, José Miguel Uranga y los patrones Luis Carril, José Javier Urresberieta, Julián Landaberea, Eusebio Valenciaga y Francisco Iturriza. Por Ondárroa estaban presentes el alcalde, el secretario municipal, el médico, el secretario de la Cofradía de Mareantes y seis patrones.

La conferencia duró dos horas y media y en ella se discutió a ratos en vascuence y a ratos en castellano. Para modificar una de las bases, de la que se quería hacer desaparecer la palabra “estorbar” se discutió por espacio de una hora y cinco minutos. Por fin se llegó a un acuerdo sobre estas bases:

1) La regata se jugará con traineras usadas cuyas medidas no han podido precisarse por no haberse efectuado las pruebas. Dichas traineras serán proporcionadas a los remeros de San Sebastián, quedando a los de Ondárroa el derecho de elección.

2) Cada trainera llevará trece remeros y patrón; éste no podrá ceder su plaza durante todo el recorrido a ningún individuo de la tripulación, pero sí podrá usar sin moverse de su puesto toda su habilidad.

3) El recorrido será de diez millas, saliendo del abra de Lequeitio con dirección al monte San Antón de Guetaria, debiendo estar señalado el punto de llegada con dos lanchas a la derecha y separadas entre sí veinte metros, formando de este modo una calle que será por donde indispensablemente ha de rebasar la línea la trainera de la derecha; a la izquierda habrá otras dos lanchas colocadas en igual forma que la anterior para la trainera de la izquierda; en el centro de los dos grupos de lanchas habrá una distancia de 45 metros. A uno de los extremos se colocarán los jueces de llegada.

4) En el punto de partida habrá dos balizas distantes una de otra 45 metros, y la lancha que salga de la baliza de la derecha irá al punto de llegada de la derecha, y el que lo haga de la baliza de la izquierda, al de la izquierda. Las lanchas emprenderán la marcha al dar la señal uno de los jueces. En caso de colisión o abordaje, queda a cargo de los jueces el decidir quién sea el responsable, el cual perderá la regata. A distancia conveniente seguirán a las lanchas en un vapor los jueces de la partida.


5) La regata se jugará el día 30 de noviembre y en caso de que por el mal tiempo no pueda celebrarse, se diferirá hasta el día siguiente, y si tampoco fuera posible el que se verificase dicho día, se aplazará hasta el domingo 7 de diciembre.


Se confirmaron las condiciones por duplicado y a continuación se celebró una comida en la que donostiarras y ondarreses confraternizados como buenos amigos. Y se cruzaron allí mismo apuestas por un valor de 37.000 reales. Un ondarrés decía que era tal el espíritu que reinaba sobre la regata en la villa vizcaína, que había gente dispuesta a jugarse todo cuanto tenía.


El ambiente comenzó a caldearse en cuanto se tuvo noticia del acuerdo de Zarauz y el dinero danzaba en las traviesas. Los periódicos publicaban la relación de las apuestas que se iban concertando y entre las que veo recogeré algunas. En el café del Norte se habían atravesado 6.000 pesetas; don Pedro Garín tenía jugadas 7.500 pesetas, un tabernero de la calle del Puyuelo 2.000, un conocido médico donostiarra 2.500, en el café Oriental las traviesas hechas ascendían a 4.000 pesetas, el patrón de nuestro puerto José Javier jugaba 6.000 reales y don Ignacio Albizu 37.000 reales; en el café Colón se jugaban dos mil duros. Una apuesta curiosa fue la cruzada entre don Pedro Garín y el señor Leclerq. El primero aseguraba que aun en el caso de que perdieran los ondarreses, estos llegarían a la meta, mientras que el segundo sostenía que no llegarían a las balizas. En la taberna "El Túnel" de la calle Mayor de San Sebastián, un pescador depositó un cauchu que le había costado catorce duros y lo jugaba contra cinco a favor de San Sebastián.


En el Banco de España de nuestra ciudad quedaron depositadas 20.000 pesetas que con las 5.000 que se depostiaron en la conferencia de Zarauz hacían las 25.000 que se atravesaban los organizadores. Los de Ondarroa remitieron un talón de la sucursal del Banco de España de Bilbao por la misma suma.


El patrón de la trainera donostiarra sería Luis Carril. ¿Cómo era este mariñel? Había nacido en San Sebastián el 25 de agosto de 1846, por lo que tenía 44 años en el momento de la regata. Desde joven destacó en el barrio de la Jarana por lo arriesgado y travieso que era. Ya de mozo había cambiado y se mostraba apacible.


En lo físico era enjuto, pesaba 59 kilos, de rostro curtido por los soles y los vientos de la mar, de mirada inquieta y viva, bajo de estatura, algo cargado de hombros. Cuando no estaba faenando en el mar, paseaba por el muelle. Quien le conoció dijo que "se diría que no sabe "navegar" por tierra pues las piernas que le sirven de remos muévense pausadamente y hasta con cierto embarazo". Iba siempre con la pipa en la boca, una pipa de barro arcilloso, de las que usaban por aquí, no de ámbar ni de espuma de mar, y cuando se le terminaba el tabaco sacaba la petaca de cuero y la llenaba. No solía salir, más que en contadas ocasiones, del muelle.


Hablaba pausadamente, generalmente en vascuence pues el castellano no lo dominaba bien. Cuando Carril fue a tratar del reto con el patrón de Ondárroa le vieron en la fonda un grupo de bilbaínos. Uno de ellos dijo que no tenía traza de marino. "A ese le dan los nuestros cien vueltas". Carril no quiso contestar. "No me gusta reñir en la calle y pensé para mí: ya os daré una contestación sin palabras cuando termine la regata". Cuando después del triunfo alguien le dijera que era el invencible, Carril, modesto, contestó: "El invencible no, el vencedor hasta ahora sí, porque he tenido la suerte de triunfar en catorce regatas que en mi vida he jugado".


Su fama de remero arrancaba de su primera juventud, pues a los 17 años era de los mejores en su puesto. Su “bautismo de sangre” lo recibió en unas regatas celebradas en Zarauz en honor de Isabel II en 1864, cuando tenía 18 años, resultando vencedora la trainera donostiarra. La primera vez que patroneó una trainera fue al comienzo de la segunda guerra carlista en una regata entre Orio San Sebastián en la que vencieron los donostiarras. Desde entonces, caminó de victoria en victoria. En 1887, primer año que veraneaba la Reina Doña María Cristina en San Sebastián, hubo regatas en su honor venciendo la trainera de Carril.


Estaba casado y tenía dos hijos y una hija. Su madre poseía cinco lanchas cuyo gobierno y administración llevaba Luis por ser el hijo mayor.


Con Carril como patrón, remaron en aquella memorable regata en la trainera de San Sebastián Pantaleón Isasa (ankeko), Tomás Agote, Isidro Ibarzabal, Martín Erquicia, Pedro Galdós, José María Taberna, Anselmo Idiaquez, Joaquín Landa, Ignacio Olaizola, José Beobide, Angel Echezarreta, Román Echenique y José Sánchez (aurreko). El más joven de estos hombres contaba 23 años y el más viejo, Angel Echezarreta, 37.


En la trainera de Ondárroa, con Ambrosio Bedialauneta como patrón, remaron Miguel Aranzamendi, Adrián Bedialauneta (hermano del patrón), Salvador Aguirre, Pablo Acha, Doroteo Badiola, Juan Zuazaga, Bruno Aramayo, José Olarreaga, José Osa, Rufino Badiola, Pedro Uribe, Pedro Larrañaga y Félix Urresti.


Los remeros donostiarras en los días anteriores a la regata se entrenaban a bordo de la trainera "Cariño". El día 23 de noviembre, a pesar del mal tiempo, bogaron ante 4.000 espectadores que los contemplaron. "Deslizábase la "Cariño" como un rayo sobre las olas, y al llegar al muelle de Cai Arriba, la multitud allí apiñada prorrumpió en atronadoras salvas de aplausos y vivas a los remeros", escribía el periódico. El martes 25, se reunieron en el café de la Marina los remeros donostiarras para tomar café en compañía de un grupo de amigos que los animaron.


Las últimas condiciones acordadas eran éstas: Las traineras medirían 41 pies de manga y 6 pies y 8 pulgadas de eslora. Las lanchas estarían en tierra hasta una hora antes de comenzar la regata, y entonces Ondárroa elegiría la que más le conviniera, pudiendo ser reconocida por ambas partes. El recorrido sería de 10 millas, desde Lequeitio

al monte de San Antón de Guetaria. Las balizas de llegada estarían separadas 20 metros entre sí y las de salida 45 metros. El jurado estaría formado por los pilotos Francisco Muñoa y Fermín Azpiazu y el cabo de mar del puerto de Pasajes Casimiro Agote, por San Sebastián y por Ondarroa, por Cándido Artola, el piloto Francisco Madariaga y un cabo de mar de Bilbao.


Los remeros donostiarras salieron el día 27, a bordo del "Mamelena" número 12 y con aficionados marcharon desde aquí tres "Mamelenas" más. En el número 9 se levantó un altar en la popa y el reverendo Aristizabal celebró en alta mar una misa. La banda de música que iba a bordo, en el momento de la elevación interpretó la Marcha Real. Este barco llevaba la bandera de guerra por ir a bordo el teniente de navío Joaquín Escoriaza, que representaba comandante de Marina. Como dato curioso diré que los precios de los billetes para el viaje eran 12 pesetas los preferentes y 5 los otros. Había a bordo un restaurante y por 5 pesetas se podía disfrutar de un excelente almuerzo.


La regata tuvo que suspenderse por el mal estado del mar y por fin pudo celebrarse el martes 2 de diciembre. José María Salaverría ha descrito el espectáculo único de las regatas de traineras. "Mientras los trece remeros se acompasan en un ritmo tenso e igual, el patrón, de pie en la popa, hace con una mano, dirigiéndose a sus hombres, un gesto casi maníaco y casi angustioso que parece decir: ¡Más, todavía más, muchachos, por vuestra vida, por vuestro honor, por el honor de vuestras mujeres y vuestros amigos!".


A las 12,16 se dio la salida de aquella histórica regata. Cuando donostiarras y ondarreses comenzaron a bogar soplaba viento sur, el horizonte estaba despejado, la mar serena con un poco de oleada N.O. La lucha era tremenda. "De pie, arrogante, con la serenidad de un héroe que corona su victoria, iba Carril mirando hacia la meta". Había igualdad de fuerzas y las dos traineras iban juntas en las primeras millas. Todos ponían corazón y coraje. Al pasar a la altura de Saturrarán se apreció una ligera ventaja para la trainera donostiarra que fue aumentando lentamente. Fue entonces cuando el patrón de Ondárroa tuvo un rasgo único que lo contó años después uno de los participantes en la otra trainera, Ramón Echenique; se quitó el chaleco, lo tiró al agua y se puso a remar. Pero todo fue inútil, pues los muchachos de Carril aumentaban la diferencia. Los barcos que acompañaban a las tripulaciones, el "Mamelena número 8", el "San Nicolás" y el "Cantabria" comenzaron a hacer sonar las sirenas y de las embarcaciones salían gritos animando a los remeros. Un remolcador de ruedas que había venido de Bilbao llevaba muchos aficionados vizcaínos que eran los que más ruido metían.


La gente en buen número se hallaba en los montes próximos a la costa en las proximidades de Guetaria y al ver que los donostiarras iban por delante, encendían hogueras pues el humo era la señal convenida para anunciar la victoria de los hombres de Carril. Bogaban a un ritmo endiablado tanto unos como otros, pero la balanza se inclinaba por los donostiarras. A la 1,36 los de San Sebastián levantaban los remos. ¡Habían vencido! Habían tardado 81 minutos. Los de Ondárroa los levantarían a la 1,37 y 28 segundos. Las tripulaciones de los barcos que seguían la regata comenzaron a aplaudir y uno de los que más estentóreamente manifestaba su alegría era Francisco Iturrioz el patrón conocido con el nombre de "Pólvora", pues con su lancha habían vencido los donostiarras. Todos llegaron deshechos y en las costas había sangre de aquellos bravos.


Inmediatamente los hombres de Carril se trasladaron al "Mamelena número 3" donde se mudaron, dándoseles un caldo y carne de gallina bebiendo un poco de vino. Los ondarreses fueron a uno de los remolcadores de ruedas que habían venido de Bilbao y desde allí uno de los representantes suyos, el señor Lafarrate, dijo a los donostiarras: "Dispensad si inconscientemente hemos faltado en algo; ya sabéis que por mar y por tierra seremos siempre buenos amigos, y más que amigos, hermanos". Los de San Sebastián contestaron que esos eran también sus deseos.


Al llegar a San Sebastián la noticia del triunfo de Carril, se produjo una auténtica explosión de entusiasmo. Unas 8.000 personas esperaban ansiosas a los vencedores. "Hombres, mujeres, niños y ancianos, con la sonrisa en los labios y la alegría retratada en los semblantes, lanzáronse las plazas dirigiéndose todos al muelle para demostrar a esos hijos de San Sebastián que tan alto pusieron el nombre de su pueblo, que todos queríamos manifestarles nuestro entusiasmo, y que al retirarse a sus casas lo habían de hacer entre las aclamaciones de sus convecinos", escribía al día siguiente el periódico "La Voz de Guipúzcoa".


Medio San Sebastián se dirigió al muelle a recibir a los vencedores. En la Sociedad Unión Artesana apareció una cortina en la que se leía “¡Viva guturrak!”. En las casas de los pescadores se colocaron banderas. En un telón encarnado podía leerse: "Ongi etorriyak zeratela Luis eta lera cuadrilla. Gaur ecarri digusute suec donostiyara gloriya". En la casa de Carril se enarbolaron dos banderas y una cortina con ésta inscripción: "¡Vivan los invencibles de San Sebastián!".


Ocho traineras salieron del puerto a recibir a los vencedores. La banda municipal apareció en el muelle, embarcándose en un lanchón para saludar con sus acordes a los triunfadores. Una pescadora llevaba un delantal de raso con esta inscripción :"Erregutu Donostiarren; gatic". Decía que lo iba a regalar al Cristo de Santa María.


Cuando se oyó pitar al vapor que traía a los remeros, la gente comenzó a aplaudir. Eran las 4,15 de aquel 2 de diciembre. El "Mamelena número 3" entraba en la bahía. Paró las máquinas y los marineros pasaron a tripular la trainera que había servido para alcanzar el triunfo. Bogaron con brío y al entrar en la dársena la ovación fue ensordecedora, a la vez que estallaban los cohetes. Uno de los marineros enarbolaba una especie de estandarte formado por un cuadro forrado de peluche y en el que se veía en primer término un ramo de bellotas de plata sobredorada y en el centro esta inscripción, también del mismo metal: "Donostiarreuzaco esku igurciya./ Osto polit bat oudo mereciya/ Menderatu dulako Ondarroa gusiya./ Donostian 1890 garren urteko Azaroaren 23-au". Era un regalo de Eusebio Ezcurdia. Tras la trainera entraron todas las que habían salido a esperarla.


Cuando Carril saltó a tierra, fue cogido en hombros y de esta manera conducido su casa, entre aclamaciones y vítores, a los acordes de un zortziko que tocaba la banda municipal. En la escalera de la casa le esperaban su familia y el alcalde de San Sebastián, don Víctor López Samaniego, y don José Machimbarrena, que felicitaron al patrón. Este tomó un poco de vino y unas galletas, mientras saludaba a la gente que llegaba para felicitarle. Tuvo que asomarse a la ventana por tres veces para responder a las aclamaciones.


En la anochecida el jolgorio continuó con música en el muelle, un toro de fuego, globos, disparo de cohetes y baile en Alderdi Eder tocando la banda municipal en el kiosko del Casino. Por la noche en el café de la Marina se reunieron los remeros con Carril a quien el inspector Pitad entregó una comunicación del gobernador civil que fue leída en alta voz por el teniente de alcalde Lizarriturry en la que le decía que se había recibido un telegrama en el que la Reina Regente doña María Cristina felicitaba a los bravos remeros.


Al día siguiente se organizó un banquete en la fonda Berdejo en honor de los vencedores. A la derecha de Carril estaba Francisco Irastorza y a la izquierda Eusebio Fuente, de la comisión, asistiendo los concejales Victoriano Iraola, José León Lasarte, Eusebio Ezcurdia, Fermín Echeveste, Francisco Muñoa y Juan José Lasarte, los patrones Eusebio Valenciaga, Julián Landaberea y José Manuel Oranoz, los remeros que habían tomado parte en la regata y los suplentes. El menú fue el siguiente: ostras, consomé y sopa Juliana, Salmi de becadas, lubina salsa holandesa, solomillo a la jardinera, capones de Bayona, helado mantecado, postres variados, café y habanos. Al servirse el queso helado, Carril dijo: “En vez de llevar en la trainera como llevábamos caña con agua para refrescar la boca, ya podíamos haber llevado estas cosas". Otro patrón, al notar la frialdad, cogió el plato y lo puso en la chimenea a calentar; cuando quiso recordar, se había convertido en líquido.


Terminada la cena todos fueron al café Europa, en la calle de Hernani y al entrar, la música tocó un zortziko y todo el mundo se descubrió y se puso de pie. "Fueron recibidos como se recibe al caudillo que regresa del campo de batalla donde ha logrado la victoria, y con ella laureles sin cuento", escribía un periódico. Para los donostiarras, aquellos hombres eran unos héroes, a los que el escritor Rodrigo Soriano y Aldamar los saludó con los versos de la poesía "A un vincitor", de Leopardi.


Las fiestas continuaron y el sábado día 6 hubo otro banquete en La Fraternal y a la hora de los brindis el señor Comba leyó estos versos: "Aunque sea brevemente/ con entusiasmo febril/ brindo, como los presentes/ por los remeros valientes/ y el invencible Carril./ Y pues los primeros/ y tanta gloria nos dan/ demos aplausos sinceros/ a los bravos marineros/ hijos de San Sebastián".


No faltaron más versos que cantaban a Carril a sus muchachos. El popular Pepe Artola improvisó las siguientes estrofas para la música de un zortziko del maestro Santesteban:


"Estropara Bozturik arkitzenda/ Donostiko erriya,/ gaur paso dubelako/ sari bat aundiya;/ biba Luis Carril ta/ bere gazteriya./ Lenago sari asko/ dira irabazi,/ bañan oraingo onek/ geigo du merezi./ Donostiarren kontra/ zenbat diran asi,/ guztiyak atzenduak,/ baitiri utzi”.


Este zortziko lo interpretó el domingo siguiente a las regatas en el Boulevard la Banda Municipal dirigida por el maestro Guimón, que lo había instrumentado.


Otro poeta donostiarra, Manuel Carrasco, escribió estos versos: "Con tu arranque varonil/ y en tiempos nada apacibles,/ vences a los invencibles/ y los humillas, Carril.


Trabajaste con ardor,/ tus fuerzas están probadas,/ y en las catorce estropadas/ fuiste siempre el vencedor.


Podéis llamaros, remeros/ de la costa, los colosos,/ pues vencidos los famosos/ os colocáis los primeros.


Nos dijo el Sumo Hacedor,/ y no lo echéis en olvido;/ caridad para el vencido/ gloria para el vencedor".


La desolación y la ruina para muchas familias llegaba a Ondárroa cuyo patrón Ambrosio Bedialauneta tuvo que abandonar el pueblo y emigrar a América de donde nunca más volvió.


Antonio Peña y Goñi también glosó con su pluma única aquella gesta de Carril y sus hombres en un artículo que a continuación reproduzco:


"Los montes cubiertos de nieve, el Cantábrico agitado por las olas, frío horrible y mar de fondo.


Allá, en Ondárroa, el escenario de la inmensa lucha; dos provincias cara a cara, como fieras que se aprestan a devorarse; Bilbao contra San Sebastián, Vizcaya contra Guipúzcoa, amenazándose, insultándose; Virginia y Gervasia en el lavadero del Assomoir.


Ondárroa había vencido a Pasajes y reciben como premio una bandera en la cual leíase: "A los invencibles del


Cantábrico".


¿Pasajes el Cantábrico? ¿Pasajes representando la fuerza, la destreza, la honra marinera desde Machichaco a Higuer?


¿Y San Sebastián? ¿Se pasaba una esponja sobre la capital de Guipúzcoa?


Los vencedores de los pasaitarras, bueno, pero ¿los invencibles del Cantábrico, los amos de todo el litoral? ¿Por qué? De ahí surgió el reto, de ahí sobrevino la batalla, de ahí nació la regata inolvidable que arrancó al héroe de la oscuridad.


Era pequeño, enjuto, mal trazado, con cara de ictericia, en la cual se reflejaba el verde pálido del mar, con ojos claros y tristes, pescador empedernido que vivía en el barrio de la Jarana, entre el hedor de la “raba” y el “detritus" del pescado, en aquel rincón naturalista donde se ve a los Tremontorios y Muergas de San Sebastián, y las mujeres chillan, riñen y se tiran del moño, y sus disputas resuenan en el muelle como histérica carcajada.


Vegetaba allí, solitario y reumático, allí descansaba de las tareas del mar, en aquel trozo de mar en seco lleno de algas humanas que le tenía siempre en contacto con la gran traidora.


De allí salió para la victoria en un día frío y oscuro.


De allí salió para la muerte en un día claro y hermoso.


Se hizo la señal convenida y la lancha dió un salto de pantera que le colocó inmediatamente fuera del alcance de su rival.


Hundíanse los remos en la mar con monótono ritmo; movíanse los cuerpos adelante y atrás metódicamente, matemáticamente, con cadencia de autómata; crujían los estrobos, rechinaban los toletes, y el branque airoso de la trainera embestía a las olas cabeceando a compás, cortando las crestas, derecha, sin una desviación, sin una guiñada, con el chapoteo de la proa que levantaba el agua por las amuras como doble surtidor.


Y a proa iba él, alidada humana, fija la vista en la balizas de la meta, y empuñando el remo, listo a singar si precisaba ayuda, encorvado, trepidante, hipnotizando con la vista a sus esforzados remeros, en aquella estropada colosal que representaba la honra de la casa, la dignidad de la provincia, el dinero, los muebles, las lanchas, las ropas, el amor propio, la destreza, la energía, el valor, el cuerpo y el alma empeñados en la gran lucha, cuyo resultado esperaba España entera con inmensa ansiedad...


Cuando la trainera entró en el muelle, una aclamación delirante, un alarido, hizo temblar al barrio de la Jarana.


Todo San Sebastián estaba allí, ebrio de júbilo. Los hombres se abrazaban, lloraban y bailaban las mujeres, los cohetes hendían el espacio, y en aquel espantoso remolino, en aquel sublime desbordamiento del entusiasmo regional, él tan pequeño, él tan modesto, encarnó la honra, la grandeza, la gloria de toda la provincia.


Lo llevaron en triunfo, fue el ídolo del pueblo; le ofrecían banquetes, le dieron serenatas, lo retrataron, le dedicaron versos; su nombre fue una bandera, su victoria una apoteosis.


Se dejó llevar como un maniquí, siempre serio, siempre mudo, encerrado en una ingénita reserva y, a la primera ocasión favorable, el gran nostálgico del océano huyó de la popularidad como de un escándalo odioso, volvió a encerrarse en el muelle, en el oasis del barrio de la Jarana, y emprendió de nuevo la vida del Cantábrico, gozó con delicia del mutismo de la mar".


Carril, con el triunfo sobre Ondárroa, entraba en la leyenda.















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