jueves, 28 de junio de 2012

Las sociedades populares

Uno de los aspectos más íntimos de nuestra ciudad es el de las sociedades populares sobre cuyo origen poco o nada se sabe. Los que han estudiado el pasado de nuestro pueblo no han podido averiguar mucho sobre el nacimiento de estos auténticos templos de la gastronomía, de la sociabilidad y de la democracia. SE han publicado historias de algunas de estas sociedades, todas ellas valiosas y dignas de ser tenidas en cuenta, pero nadie nos ha dicho cómo vieron la luz las primeras y qué móviles fueron causa de su nacimiento.

El profesor José Berruezo aventura una tesis sobre el origen de ellas : la ocupación napoleónica. Dice que tal vez se crearon como centros de resistencia contra las tropas francesas, tal vez fueran heredadas de algún club jacobino que, tan en boga en el vecino país en el siglo XVIII, trajeron en sus bayonetas los soldados galos que entre 1794 y 1796 ocuparon la ciudad.

Por si esta tesis no fuera válida, ofrece otra de tipo político. Durante las dos guerras carlistas, San Sebastián estuvo cercada. Si en época de paz las murallas eran un corsé que limitaba los movimientos de los donostiarras, con las dos puertas cerradas durante la noche, con la presencia de las vanguardias carlistas en las inmediaciones de la ciudad y los bombardeos de la artillería del Pretendiente, salir del casco urbano, salvo por mar, era difícil, arriesgado y peligroso. Como los donostiarras de entonces eran, en su mayoría, liberales en contraposición al resto de los guipuzcoanos que eran partidarios de Don Carlos, parece lógico que se reunieran si no para conspirar, sí para comentar las incidencias de la guerra o, sencillamente para entretenerse y combatir el tedio que surge entre los habitantes de una ciudad sitiada. Dada la afición de los donostiarras a la música popular y  a la buena mesa, nada tiene de particular que en estos puntos de reunión se cantase y se comiese. De lo primero tenemos constancia en un documento que se conserva en la más veterana de nuestras sociedades de hoy, que nacida el 14 de mayo de 1870 "para distracción y recreo de los que a ella puedan pertenecer", decide como uno de sus primeros actos importantes, el 31 de diciembre de 1871, adquirir un piano, "cuya necesidad imperiosa se dejaba sentir" y por el que pagó, aunque las finanzas de la sociedad no eran muy boyantes, la para entonces importante cantidad de 4.150 reales. La música de Raimundo Sarriegui no hubiera tenido, probablemente, tanto eco popular si no hubiese sido cantada por los orfeones de "La Fraternal" y "La Unión Artesana".

Tal vez el origen de nuestras sociedades haya que buscarlo en el carácter de los donostiarras que según el doctor Camino es fácil y jovial, "su comunicación abierta y nada fastidiosa, huyendo de los dos extremos que hacen enojosa la conversación, a saber, la dura rusticidad y la bufona chabacanería". En el carácter ..... y en el sentido democrático pues la auténtica democracia, desde Grecia a nuestros días, no ha llegado a más altas cotas que en nuestras sociedades populares.

Rafael Aguirre Franco, en un libro que publicó en 1983 sobre las sociedades populares, sostiene que son las sidrerías el fundamento y génesis de aquéllas, ya que nacen cuando declinan éstas. En cierto modo, dice, van a suplantarlas como lugar de convivencia. Además, como las sidrerías no estaban abiertas todo el año, los habituales a las mismas se encontraban sin un local donde conversar con los amigos junto a las gigantescas y familiares "kupelas", a la vez que degustaban el rico y sabroso zumo de las manzanas. Entonces fundan una sociedad. Otras tienen su origen en aficiones comunes de los fundadores, bien sea el deporte, el canto, los toros, etc.


De las sociedades que actualmente existen, la más veterana es la Unión Artesana que nació de las cenizas de La Fraternal "que sabía mucho de chismes populares, bullicio, verbenas y limpia y sana alegría”, según escribió Fernando Múgica al contarnos la historia de aquélla. Era La Fraternal, que estaba instalada en el número 11 de la calle del Puyuelo, hoy Fermín Calbetón, una sociedad de "comer y cantar" que participaba en todas las fiestas que había en San Sebastián, cuando no las organizaba ella, como una gran corrida de toros celebrada en 1857 en la plaza de San Martín que constituyó un éxito... pero que hizo perder mucho dinero a los responsables de la misma. El local que ocupaba fue destruido por un incendio y entonces muchos de sus socios crearon la Unión Artesana. Era el 14 de mayo de 1870. Se reunieron en número de setenta y seis en el piso bajo de la casa número 16 de la calle de la Trinidad (hoy 31 de agosto) y allí nace la Artesana y alquilan a don Basilio Bengoechea los pisos primero y segundo de la casa número 2 de la Plaza de Lasala.


Los tiempos cambian y si en el primer reglamento de la Artesana se decía que se prohibía la entrada en los salones a las señoras, aunque sean forasteras, en otro artículo, el 46 consignaban que "mientras la Sociedad conserve su primitivo título, bajo ningún concepto se permitirá dar bailes en la misma", hoy tiene sus puertas abiertas a las representaciones del bello sexo.


En los primeros años de su vida, la cuota de entrada en la Artesana era de cinco pesetas y la cuota mensual era de una peseta y cincuenta céntimos. Todos estos datos los tomo de una historia que con motivo del centenario de la Artesana escribió Fernando Múgica Herzog, libro interesantísimo por lo que cuenta de la sociedad citada y de un San Sebastián que contaba con ella a la hora de organizar festejos, tamborradas y jolgorios de todas clases.


En años de existencia le sigue a esta sociedad Cañoyetan. No se conservan los libros de actas de sus primeros años, pero parece que se fundó el 1 de enero de 1900. Nació en el mismo lugar que hoy ocupa, en la plazuela ahora denominada de Don Alvaro del Valle Lersundi, entre 31 de agosto y Santa Corda. Su nombre procede, según unos, de la fuente o caño situado a su entrada, la más antigua de la ciudad; según otros de la palabra cañones, ya que allí solía haber siempre, cuando la sociedad nació, algún cañón del vecino cuartel de San Telmo. Sus socios suelen pertenecer a diversas capas sociales y culturales, pero allí todos son iguales, con análogos derechos e idénticas obligaciones. Recuerdo que al final de la década de los cuarenta llegó a San Sebastián a participar en las Conversaciones Católicas Internacionales, que tanto eco tuvieron en España y en Europa, el escritor Robert Havard de la Montaigne. Era un estudioso que había publicado bastantes libros, uno sobre la moderna democracia cristiana, en el que partía de las relaciones entre el cristianismo y la revolución, trabajo en el que arrancaba de los días ya lejanos de Lamennais. Pues bien, aquel pensador fue invitado a cenar a Cañoyetan. A la mesa se sentaron gentes diversas, desde abogados y notarios a médicos, modestos empleados y pescadores. Todos estaban en mangas de camisa, alternando un vendedor de comestibles, un pescador y un ingeniero. Cuando se le explicó a M. Havard de la Montaigne cómo funcionaba aquella sociedad, exclamó: “¡Esto es democracia y no la que inventaron los griegos!".


Mucha de la gente que pasaba por San Sebastián era invitada a estas sociedades, y en 1924 el periodista que firmaba con el seudónimo de "Tartarín" en "Informaciones" de Madrid, tras degustar la buena cocina y admirar la camaradería y amistad que allí reinaba, dedicó en el citado periódico estos versos a Cañoyetan:


"Salón y covacha, taberna y casino/ (manjares selectos y mesas de pino);/ ahumados los vidrios de los ventanales/ (vinos de altos precios en limpios cristales);/ olor a fritangos en el refectorio;/ canciones y chistes, bullicio y jolgorio;/ hombres de Donostia que nunca se inquietan;/ democracia pura! Eso es Cañoyetan,/ el lugar a donde, cuando muere el día/ van los contertulios del café Guría./ Con Joaquín Abati, el "enfermo-sano",/ y Antoñito Asenjo y Arturo Serrano,/ fui anoche a ese lugar delicioso,/ donde no se tiene punto de reposo,/ donde al "primerizo" le obsequian de balde,/ y donde un ilustre teniente de alcalde/ alterna y discute con un perdulario,/ y juega un “pelanas" con un millonario/.


Cual si aquella fuese nuestra propia casa,/ comimos sin duelo, bebimos sin tasa,/ probamos las setas que dispuso un socio/ (que si pone fonda va a hacer un negocio),/ gozamos de una sopa de pescado/ (con la cual Asenjo ¡lo juro!, ha engordado),/ y, para remate, nos hizo felices/ un plato de alubias y de codornices./ Pero ¿qué importancia tienen los manjares,/ aun siendo tan ricos y tan singulares,/ junto a la risueña, cordial alegría/ de los contertulios del café Guría?/ ¿Qué vale eso al lado del lozano ingenio/ de un curiel insigne que se llama Eugenio/ y cura al enfermo y consuela al triste/ y a algunos nos alegra con un solo chiste?/ ¡Cómo se comprenden, cómo se completan/ los que por las tardes van a Cañoyetan,/ y allí se divierten con bulla y sin prisas/ y pasan el rato guisando entre risas,/ y éste cuece alubias y pica cebolla,/ y aquél asa carne y agita la olla!.../


¡Casino admirable, templo de la gracia,/ espejo y espuma de la democracia!.../ ¿Cómo ponderados, queridos lectores, lo que es ese centro de grandes señores/ que obsequian rumbosos y alternan cordiales,/ con los chupatintas y los menestrales?/ ¿Bastará deciros que los invitados/ salimos contentos y maravillados,/ porque en cuatro horas de conversación/ no se habló de nadie mal en una reunión?"


A estas dos sociedades, Unión Artesana y Cañoyetan, las veteranas en esta fecha, vinieron a unirse otras: Euskal Billera nació el 29 de junio de 1901, el 14 de enero de 1906 Umore Ona, sociedad que tenía su sede lejos de la Parte Vieja, en la calle Miracruz 14, y el 8 de octubre del mismo año Ollagorra, nombre que en vascuence quiere decir becada... Esta última sociedad desde su casa en la subida del Castillo ha visto pasar los años y cambiar las costumbres pero ha mantenido el mismo espíritu de sus días fundacionales.


No andan muy de acuerdo los que se han ocupado del origen del Ollagorra, pues mientras unos dicen que se escindieron de la Unión Artesana, otros lo ponen en la común afición de sus primeros socios a la caza y que de un pequeño bajo que tenían para sus reuniones nació la sociedad que siempre ha estado en el local que hoy ocupa. Tampoco respecto a la fecha hay unanimidad, pues mientras los socios dicen que data de 1908, hay cronistas que ponen su origen en 1906.


En lo que sí están todos de acuerdo es que Ollagorra en sus orígenes se caracterizó por el abundante consumo de sidra que sus socios hacían. Hubo un año en que se bebieron nada menos que 35.000 litros, lo que constituye un auténtico récord. Hoy la afición a la sidra ha descendido y lo consumido en un año anda alrededor de 5.000 litros. Ollagorra es en este sentido reflejo de los gustos de las gentes. En los tiempos en que se fundó esta sociedad los donostiarras gustaban de la sidra y de irse los días de buen tiempo a dar un paseo por Ayete y allí probar la “sagardua” que había en “Galtzara", "Munto", "Erramunenea”, “Borroto", "Kachola", "Iparraguirre”, caseríos rodeados de manzanos, con los mirlos revoloteando entre los árboles, el campo verde y en la lejanía Oriamendi y Santa Bárbara. Allí iban a jugar a la toca, a cantar, a comer y a beber. Siempre había algún bertsolari y los baserritarras alternaban con los "caletarras". Y quien no disponía de tiempo para la excursión tenía a mano, en la Parte Vieja, muchísimas sidrerías, desde "Soroaeneko-bla", en la calle Pescadería a "Barbara-Enea" en la calle del Angel, desde “Ama Birgiña-Pía”, en la plaza de las Escuelas a "Kañoyetan” frente al parque de Artillería.


Ollagorra se ha sumado a lo largo de sus ochenta y tantos años de vida a todos los acontecimientos de la ciudad y sigue tan pujante y juvenil como en 1908. Ha invitado a sus comidas a gentes importantes, lo que le ha causado algún problema de protocolo, como cuando organizó una cena para los galardonados con el Tambor de Oro de 1972, los periodistas Josefina Carabias y Alfonso Sánchez, ya que dada la prohibición de entrar a las mujeres a su sede había que cumplir con el reglamento o con la cortesía, pero la habilidad diplomática de sus directivos todo lo solucionaba.


Un grupo de socios de Ollagorra se separan de esta sociedad y el 28 de marzo de 1916 fundan Gaztelupe y unos años después, el 19 de enero de 1934 unos disidentes de esta última sociedad crean Gaztelubide, que es la que hoy "suena" más en la ciudad. Nació por una discusión sobre la sidra. En Gaztelupe Luis Irastorza guardaba en su armario unas cuantas botellas de rico sagardua y por aquel armario y aquellas botellas surgió la discusión. Hubo reuniones y votaciones sobre el conflictivo asunto, votación que terminó con un 44-51, perdiendo los que defendían a Irastorza que optaron por fundar su propia sociedad. De ahí que en el escudo de Gaztelubide figure en uno de sus cuarteles el resultado de la votación y en otro una manzana. Y a la subida del Castillo se fueron los disidentes de Gaztelupe con la fanfare y el orfeón de la castaña.


Gente llena de iniciativas, la inauguración de la sociedad la quisieron hacer coincidir con la víspera de San Sebastián, y con su tamborrada se fueron al filo de la medianoche a izar la bandera en el balcón del Ayuntamiento, acto que por obra y gracia de Gaztelubide constituye ya una tradición que abre las fiestas dedicadas a nuestro Patrono.


Gaztelubide ha contribuido con su fanfare y su orfeón a difundir el nombre y el carácter de San Sebastián como pocas entidades de la ciudad. Tiene siempre sus puertas abiertas y cuantos viajeros de nota llegan a nuestra ciudad procuran ver por sus propios ojos la actuación de esos dos grupos que son únicos en el mundo. Cuando hay "pleno" festivo en Gaztelubide, nunca falta en el repertorio la famosa habanera del Guría. Se ignora quién compuso la música ni quién escribió la letra, solamente se sabe que quien primero la cantó fue Paco Berasategui y se llama del Guría porque fue precisamente en este café donostiarra donde se estrenó.


Por Gaztelubide han pasado gentes importantes de medio mundo. Cuando en agosto de 1962 vino a San Sebastián Adlai Stevenson, ex-presidente de Estados Unidos y en aquellos momentos embajador de su país en la ONU, conferenció con el ministro de Asuntos Exteriores Fernando María Castiella quien le invitó por la noche a una cena. En La Cumbre, residencia de nuestro ministro, trabajaba un cocinero italiano que decían era el mejor que había en Roma y al que Castiella lo "fichó" cuando ocupaba la Embajada de España en la Ciudad Eterna. Al día siguiente, tras visitar Stevenson Guetaria y Zarauz y presenciar en Vitoria una corrida de toros, cenó en Gaztelubide. Con él estaban el ministro Castiella, el embajador español en Washington, José María Areilza, el director general de Información Diplomática, Adolfo Martín Gamero, el director general de Asuntos de América, el donostiarra Angel Sagaz Zubelzu y otros invitados.


Stevenson no daba crédito a lo que veía y a la hora de la verdad también entonó la habanera del Guría. Su agradecimiento lo expresó en estas palabras: "He recorrido todo el mundo y tratado a todo tipo de gentes. Tenía que venir a San Sebastián para comer la mejor comida del mundo, oír la mejor música y estar en la mejor compañía. Volveré a San Sebastián cada vez que ustedes me lo pidan".


Aquellas palabras no eran un cumplido. Un año después, coincidió en los pasillos de la ONU con Adolfo Martín Gamero, que había cenado con él en Gaztelubide y que estaba en Nueva York para asistir a la asamblea de las Naciones Unidas. Stevenson, que había visto tantas caras, al que le habían presentado tantas personas en aquellos doce meses, le saludó diciéndole: "Con usted estuve en San Sebastián. ¡Qué noche la que pasamos en Gaztelubide!" El político había expresado lo que sentía cuando al salir de Gaztelubide un año antes había dicho: "Este centro de espontánea camaradería y sencillez me tiene fascinado. Recordaré siempre la velada amistosa y deliciosa de Gaztelubide".


Como Stevenson se han expresado los que han conocido esta sociedad donostiarra. En el libro de honor que tiene Gaztelubide se puede comprobar. Hay firmas de todo el mundo, desde García Lorca a Gassman, desde Kirk Douglas a Gilda, desde Samitier a Joe Kennedy. ¡Y qué deliciosas dedicatorias pueden leerse! Solamente transcribiré dos: la de Rafael el Gallo, que dice: "Aquí se come muy bien y además no se paga y se fuma mejor", y la del secretario de la Liga Antituberculosis: "Cuando más se acerca uno a Gaztelubide, más se aleja uno de la tuberculosis".


Alegría, buen apetito, donostiarrismo... los sucesores de Sotero Irazusta siguen con su fanfare, cantando a Sancheshito, a Perico Prol y al hijo de Burnizar. Las varias generaciones que han pasado por Gaztelubide bien merecen el admirado reconocimiento por haber hecho posible que el nombre de San Sebastián sea cada día más conocido en el ancho mundo.


Hay muchas más sociedades populares en nuestra ciudad y de todas no puedo escribir.


He elegido unas pocas y sus características y sus virtudes se repiten en las otras que existen en todos los barrios, por apartados que estén, de San Sebastián.




No hay comentarios:

Publicar un comentario