jueves, 28 de junio de 2012

Los serenos

Una estampa del San Sebastián que fue, la del sereno que vigilaba las calles por las noches y que daba tranquilidad a los vecinos. Abrían los portales y ayudaban en casos de extrema necesidad a quienes les pedían auxilio, lo mismo para ir de madrugada a por un medicamento de urgencia que para avisar a la parroquia que un cristiano pedía los últimos sacramentos.

En San Sebastián el antecedente de los serenos está en los sagramenteros cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Las ordenanzas de 1489 y 1530 se ocupaban ya de ellos, y la primera fue confirmada por los Reyes Católicos cuando estaban en Baeza, metidos en la conquista de Granada.

Según refiere don Serapio Múgica, la misión de estos sagramenteros era la de "rondar y velar la villa, así por el fuego como para evitar delitos y cosas no debidas y apaciguar los ruidos, tener en la cárcel a los que reñían y andaban de noche en hábito y son no debidos, tener las llaves y guarda, especialmente de noche, de las puertas de la población, hacer limpiar la delantera de su casa a cada vecino, cada quince días de verano, hacer guardar las ordenanzas y ejecutar las sentencias y mandamientos del Consejo.... Habrían de velar y rondar de nueve a cuatro desde Pascua de Cuaresma hasta San Miguel, y de ocho a seis desde San Miguel a Pascua de Resurreción".

Pero junto a estos sagramenteros había otros guardianes nocturnos de la paz pública y que tienen su origen....en unos fantasmas que comenzaron a aparecer por la ciudad en la década de los treinta del siglo pasado. La visión de estos fantasmas, que solían dejarse ver con las primeras luces del alba y que asustaban a las beatas que acudían a la misa de alba de Santa María, hizo que se creara el cuerpo de serenos sostenido por las subvenciones populares. Eran cuatro hombres y un cabo que comenzaron a actuar la noche del 25 de diciembre de 1838. Renació la calma nocturna en la ciudad y los fantasmas, que nunca se supo si eran almas en pena, como las de la Santa Compaña gallega o graciosos dispuestos a gastar bromas al vecindario femenino, desaparecieron para siempre. Su aspecto era pintoresco, y una dama francesa que visitó San Sebastián pocos años después los describe "con una amplia capa parda en la cual se embozan, que queda levantada de un lado por la pica de la que cuelga una linterna. El grito que lanzan de noche para anunciar la hora y el tiempo tiene un no sé qué de lúgubre".

Su nombre era el de "Serenos cuidadores del alumbrado público" y en su origen iban con capote y llevaban silbato, pistola, chuzo, farol y matraca para llamar al vecindario en caso de incendio. Fueron bastantes las crónicas en los periódicos de Madrid sobre los serenos donostiarras, una de ellas publicada en "El Imparcial" por Eusebio Blasco en 1897, de la que reproduzco unos párrafos:

"Los serenos son ya "fijos", es decir, que el alcalde ha revocado la orden que antes había de variarlos de barrio cada mes.

Estos serenos donostiarras tienen algo del "policeman", son algo así como personas de la familia. Silenciosos, andando como sombras, con sus alpargatas que no hacen ruido y la luz en la cintura, un bastón en la mano, la carraca a la espalda, que es la llave del gentilhombre de estos ángeles custodios de la ciudad que duerme, están siempre dispuestos a servir a los vecinos, se puede dejar abierta de par en par la puerta de la calle en esta población sin ladrones.

Anteanoche, a menos de la mitad de mi trabajo, la luz eléctrica de mi casa desapareció y por cierto que esto sucede aquí con frecuencia. Abro el balcón: ¡Romualdo!

Aparece a lo lejos el gusano de luz, que avanza sin ruido.
-¡Romualdo!
-¡Señor!
-No tengo luz y estoy trabajando.
-Ya tendrá usted "lus pues".

El sereno desaparece corriendo, va a llamar a una tienda cualquiera o la abre por su cuenta si tiene la llave. A los diez minutos viene con dos bujías, abre la puerta de mi casa, sube hasta mi piso, habla bajito para no despertar a nadie y dice alargando ls dos velas: "¡Lus!".

Quiero darle una gratificación y rehusa. Mañana pudiera llamarle para buscar al médico, para que me despertara si fuese de viaje, para todo lo que se me ocurriera. Sé que duermo y hay quien me vela el sueño, paseando por la acera un amigo dispuesto siempre a serme agradable.

Los extranjeros que vienen aquí, encuentran admirable esta organización del servicio de noche y reconocen que en las grandes capitales de Europa faltan muchas cosas íntimas de las que tenemos los españoles. ¡Ya lo creo!

El invierno pasado, al salir una noche a cuerpo de mi casa, el sereno me detuvo a la puerta.
-¡Impermeable tienes que poner!
-¡Pero si no llueve!
-¡Que lloverá te digo!

Y subí y me cubrí y a las dos horas me acordaba de aquel previsor guardián de mi casa y persona que me habla como los aldeanos rusos, cuando le dicen al señor de la casa:
-Dios te haga viejo".

¡Evocadora crónica ésta de Eusebio Blasco que recoge una estampa inolvidable para los que la conocimos en un ayer que hoy nos parece tan lejano.....!

("Del San Sebastián que fue" - JUAN MARÍA PEÑA IBAÑEZ)












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