El colegio de los marianistas en San Sebastián estaba en principio en la calle de la Marina nº.5, esquina a Sn Martín, que era una de las primeras casas que se levantaron en el ensanche del barrio, rodeada por entonces de arenales que permitían a los alumnos corretear y jugar en la hora de los recreos. El primer curso del nuevo colegio se abrió el 3 de octubre de 1887 y los alumnos inscritos fueron : José, Miguel y Francisco Horn Areilza, Miguel y José Resines, Victor María Anasagasti, Miguel y Juan Arrillaga, Antonio Barandiarán, Joaquín F. Diaz, César y Emilio Fuentecilla, Mauricio, Pedro y Augusto Harriet, Fidel Múgica y José Vázquez. Se hicieron tres grupos según las edades y la preparación que los chicos tenían : el de los pequeños confiados a don Juan Alonso, el de los medianos a don Alfonso Benet y el de los mayores a don Luis Cousin. En junio de 1893 termina la primera promoción de bachilleres formada por José Horn, José Matilla, Juan Lojendio, Pedro Harriet, Francisco Ayerdi y Eduardo Vega de Seoane.
En el San Sebastián de fin de siglo, provinciano y pequeño, llamaba la atención ver a aquellos religiosos que con su chistera y levita paseaban con sus alumnos, los llevaban a jugar a la playa de Ondarreta o al convento de Santa Teresa, donde por no tener capilla en el colegio se celebraba la primera comunión de los escolares. Como igualmente sorprendió a los donostiarras ver un día de enero de 1890 cómo los ya numerosos alumnos del colegio estrenaban uniforme, que se componía el de los pequeños de una gorra marinera, blusa también marinera con pechera rayada y pantalón corto y el de los mayores de marinera alfonsina cruzada arriba, pantalón largo y gorra marinera con visera.
El curso se había iniciado en 1887 con diecisiete alumnos y terminó con ochenta. Y al comenzar el siguiente los alumnos eran ciento treinta. Ello hizo pensar a los religiosos en la necesidad de buscar un local mayor, pues el
de la calle de la Marina se les quedaba pequeño. Empezaron las gestiones para encontrar un sitio idóneo a los fines que se perseguían y en el que se pudieran aunar la formación religiosa y cultural de los alumnos con una formación fisica adecuada. El lugar ideal era en el comienzo de la cuesta de Aldapeta la finca denominada Beloka, que disponía de una casa, donde durante muchos años estuvo instalada la enfermería del colegio y que además servía para dormitorio de los marianistas. Junto a ella había otra finca menor, llamada Buena Vista, y ambas fueron adquiridas por escrituras otorgadas en 1889 ante los notarios don Juan Elósegui y don J. Orendain. Con urgencia se levantó un pabellón provisional, al extremo de la finca, el llamado pabellón de Santiago, que entró en funcionamiento en el curso 1890-91 y terminó sus días a consecuencia de un incendio en 1949.
El primer proyecto de edificio del nuevo colegio lo hizo el arquitecto señor Morales de los Ríos, que presentó uno parecido al del Gran Casino, del que también era autor don Luis Aladrén. El proyecto pareció demasiado suntuoso a los marianistas que preferían uno más sencillo y fue el arquitecto señor Camio quien diseño el definitivo. Iniciadas las excavaciones en febrero de 1891, la primera piedra se colocó el 27 de abril del mismo año y con ella se enterraron dos estatuillas de plata, una de San José y otra de la Virgen del Pilar, la lista de los religiosos y alumnos que asistieron al acto y un pergamino en el que se daba cuenta de la bendición de la primera piedra.
Los trabajos se realizaron a gran ritmo y así se pudo el 15 de septiembre de 1892 inaugurar el edificio y comenzar a impartir en el mismo las clases. En aquel momento el número de alumnos era de 211 y el de profesores de 22. La capilla, que en su parte inferior era gimnasio y luego salón de actos, se construyó años después siendo bendecida el 2 de enero de 1902. Hubo que esperar 15 años para disponer de un órgano que se compró en Azpeitia a la casa Eleizgaray, órgano que durante cuarenta y un años estuvo a cargo de don Buenaventura Zapirain, maestro de capilla y profesor de música que fue una auténtica institución en el colegio.
Unos años antes, en 1895, se había construido una gruta y colocado en ella una imagen de la Virgen de Lourdes. Se hallaba al final de los patios de recreo y dijérase que se eligió ese sitio para que Nuestra Señora presidiera los juegos de los alumnos.
Resulta imposible aprisionar en unas pocas líneas los capítulos más importantes de un siglo de vida del colegio, pero sería imperdonable no referirse a la revista "Tao-Te-King" que desde 1912 publicaban los alumnos del sexto curso de bachillerato, que en su segunda fase se llamó "Aurora de la vida" y por último "Ecos del Colegio", que durante muchos años dirigió y escribió en buena medida el P. Jerónimo Castrillo. Aquella primera revista, llena del candor de los pocos años, estaba redactada en sus números iniciales por los alumnos Jesús Muguruza, Federico Oliván, Ricardo Tejada, José María Arbide, Juan José Balanzategui, José Ugarte, José María Aguirre Gonzalo, Juan Usobiaga, Carlos Mendía y Valentín Goiburu.
El prestigio que alcanzó hace tiempo el Colegio Católico de Santa María se debe al concepto que de la educación a impartir han tenido los directores y profesores que han pasado por él. Tenían a la vez un concepto clásico y moderno de la enseñanza y sabían como guiar a los jóvenes que precisamente por sus pocos años son más propicios a influencias diversas, campo abonado para influjos que crean tendencias que luego son difíciles de desarraigar. Procuraban, siguiendo al clásico, enseñar deleitando y comprendían los problemas que en la infancia y la juventud tienen los alumnos.
Desde 1907 hasta 1916 fue director del colegio el P. Domingo Lázaro, uno de los más preclaros pedagogos españoles del primer cuarto de siglo. En esos nueve años sentó las bases con arreglo a las cuales se desarrollaron después las relaciones profesores-alumnos y que tantos frutos dieron en las generaciones escolares que se han ido sucediendo.
Del colegio han salido miles de alumnos y muchos de ellos han sabido brillar en la sociedad de su tiempo por sus dotes intelectuales, por su sólida preparación, por su virtud. No han faltado quienes han seguido la vocación religiosa y otros en la medicina, en la cátedra, en la ingeniería, en la milicia, en el foro han destacado, y antiguos alumnos del colegio de Aldapeta han sido alcaldes de la ciudad y sabiendo que habrá omisiones no me resisto a traer aquí los nombres de don Gabriel María de Laffitte, don Pedro Zaragueta, don José Elósegui (padre e hijo), don José María Paternina, don Antonio Vega de Seoane, don Felipe de Ugarte..., que empuñaron la vara de primeros regidores de nuestro pueblo.
El cronista en el colegio estudió sus primeras letras y todo el bachillerato y se le desmaya la imaginación ante tantos recuerdos y al evocarlos se llena de melancolía su ser.
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