jueves, 28 de junio de 2012

La Perla del Océano, de balneario a sala de fiestas

Hasta que  en 1912 se inauguró el edificio de la Perla del Océano que hace unos años ha sido derribado para levantar uno igual, existía con este mismo nombre otro sito en la playa a la altura en que ahora están los relojes. No tenía la categoría del que le sucedió y la construcción del mismo no era como para llenar de orgullo a los donostiarras de la época. Pero cumplía su cometido.

En 1881 se llevaron a cabo diversas mejoras en el edificio levantado en 1870 y que era más parecido a un barracón que a una construcción moderna, así como en los servicios. Tras las reformas, en la Perla se podían tomar baños de chorro, de lluvia, en piscina y rusos. Se aumentaron aquel año los cuartos de baño y en el salón de descanso se instalaron barómetros, termómetros y cuadros de mareas para que los usuarios pudieran conocer las variaciones atmosféricas y las horas de las mareas. Los bañistas que deseaban bajar a la playa hallándose baja la marea, eran conducidos por los dependientes de la Perla en unos coches-sillones movidos por un rodillo de madera.


Después de las obras de reforma poseía la Perla cien cuartos de baño de playa, veinte gabinetes de baño en pila y un departamento de duchas. "Cuantas formas de aplicación del agua de mar aconseja hoy la ciencia", escribía "Diario de San Sebastián" el 6 de julio de 1881, "se encuentran perfectamente servidas con toda comodidad con gran aseo y con verdadera sujeción a las condiciones médicas que en esta clase de establecimientos se requieren. Los baños de algas que tan en uso están en la actualidad, así como los minerales sulfurosos alcalinos, etc. se pueden tomar en magníficas bañeras de mármol blanco. Y por último, una importante reforma ha sido objeto de la atención del médico-director de dicho establecimiento, el doctor Acha, que consiste en la instalación de duchas calientes, a cuyo beneficio y por la manera especial como se han montado, pueden alternarse con las frías, dando lugar a las celebradas duchas escocesas”. Y agregaba: “Restaurado completamente el edificio y dotado de las comodidades y confort que se proporcionan a los viajeros en las más renombradas playas del extranjero, añadirá a sus naturales atractivos otro, como estamos seguros ha de hacerle rivalizar con éxito y hasta superar a los demás de su clase".


Aludía a las llamadas "sesiones recreativas" que allí se celebraban. Por la mañana de 8 a 11 se interpretaban en el salón de ingreso varios trozos de diversos géneros de música por la orquesta del Teatro Principal. Por la noche, después de terminada la función de este coliseo, volvía a actuar la orquesta. Además, dos veces por semana se celebraban conciertos bajo la dirección del maestro Jesús Alcalá Galiano.


Se prolongó en dirección al mar la galería del establecimiento, adquiriendo ésta una capacidad para doscientas personas. "Las olas del mar", escribió un cronista, "bañan mansamente el pie de aquella mágica estancia que iluminada de una manera fantástica sirve de salón de baile en las noches serenas del estío". Llamaba la atención el servicio de aparatos de hidroterapia que se hallaban a cargo del doctor Víctor Acha.


Pero además de los servicios de baños había también en la Perla lo que entonces se llamaban "bailes de confianza", es decir bailes de sociedad. El primero de la temporada de 1881 tuvo lugar el 4 de septiembre y según refería el periódico, los salones "estaban decorados e iluminados con sencillez, pero con buen gusto, por su propietario señor Valcarce, el cual se multiplicaba en todas partes y era objeto de grandes felicitaciones. La orquesta colocada de una manera fantástica en un elegante cenador bañado por las olas del mar, tocó piezas bailables de lo más moderno. La elegante concurrencia que llenaba los salones fue obsequiada por el señor Valcarce con dulces, "bouquets", pastas y tabaco".


Los bailes fueron un éxito y los había a diario "en obsequio de los señores bañistas", de 9 de la noche a una de la madrugada. Los domingos y jueves había bailes de niños de 3 a 7 de la tarde.


Los periódicos no ahorraban adjetivos al reseñar las actividades de la Perla del Océano y decían que el propietario del local "no cesa en su incansable celo de atraer a esta ciudad a muchísimas personas respetables que en años anteriores acudían al extranjero ocasionándoles grandes incomodidades y gastos de viaje, mientras que aquí disfrutan de una hermosa temperatura y pueden tomar baños de las tan recomendadas algas marinas, duchas frías y escocesas y chorros sulfurosos, salinos, etc".


Hacían también el elogio del propietario "que debe únicamente a su trabajo la modesta posición que disfruta, y que ha ido poco a poco ensanchando la esfera de su actividad y gracias a las simpatías que se ha creado entre sus numerosos favorecedores, dándoles buen servicio y no escatimándoles atenciones, su establecimiento va prosperando día a día, y así continuará indudablemente mereciendo la predilección del público".


Los precios que regían en la Perla en 1881 eran estos: Un baño en la playa con gabinete para mudarse, lavabo con agua dulce y peines, coche de ida y vuelta de la Perla al mar, 0,25 pts.; un traje de baño de señora o caballero, 0,25 pts.; una sábana turca, 0,25 pts.; una sábana de hilo, 0,25 pts.; una capa, 0,25 pts.; Por cuidar y asear la ropa del bañista, 0,25 pts.; una toalla turca, 0,25 pts.; gorro o sombrero, 0,12 pts.; alpargatas, 0,12 pts.; agua caliente para los pies, 0,12 pts.; un bañero al servicio exclusivo de una persona, 0,50 pts.; un baño templado con o sin algas, salvado, almidón, etc. 1,75 pts.; duchas de todas clases y formas, 2 pts.; una ducha local de vapor, 1,25 pts.; baños rusos con ducha escocesa, masaje o cama, 3 pts. Los precios de casetas eran una peseta por cada persona que hiciera uso de la misma. Por ir acompañado de bañero o bañera, 0,50 pts. Estos precios regían para las casetas señaladas con letras pues las señaladas con número tenían unos precios algo más altos.


Inaugurada la Perla en 1870, sucedió lo que tenía que acontecer. La Concha se hermoseaba cada vez más, el público de los baños era cada vez más refinado y la Perla continuaba siendo la misma y por ello vinieron las críticas. El Ayuntamiento en la sesión que celebró el 19 de febrero de 1908 acordó levantar un nuevo edificio balneario en la playa de la Concha, sucediendo, mejorándolo, al ya vetusto que con el transcurso de los años estaba viejo y obsoleto. No fue fácil llegar a un acuerdo con los propietarios de aquel barracón de madera, pues tenían una concesión a perpetuidad y como era lógico defendían a capa y espada sus derechos. Pero por fin aceptaron la fórmula que les ofrecía el Ayuntamiento. La vieja Perla estaba a 22 metros de la línea de chalets que circundaban el paseo de la Concha y rebasaba la rasante del mismo en toda la longitud de su construcción, o sea en 80 metros lineales. Era "una linda barraca de pintado pino, montada sobre piquetes como las chozas filipinas, cubierta con una techumbre de teja roja de la más rudimentaria factura y todo ello coronado por una alta torre de entramadas tablas en cuya cúspide se ostentaba una cubeta-depósito de agua y sobresalía un tubo de zinc para tiro de un hornillo", según la describió en 1911 el periodista Andrés Navas. “El público la recibió con agrado, pues en ella se instaló un servicio de baños con los adelantos que en 1870 se conocían y esto constituía un progreso para la playa y una comodidad para los bañistas". Pero según pasaban los años y la playa se embellecía "lo que antes pareció el "desideratum" en los servicios de la playa, era luego enojoso estorbo que dificultaba el embellecimiento de la hermosa Concha, y la instalación de un servicio de baños en armonía con los últimos adelantos y exigencias de la higiene y con los modernos refinamientos de la comodidad".


Los periódicos daban la noticia del acuerdo de los propietarios con el Ayuntamiento y del comienzo en mayo de 1911 del derribo de la vieja Perla. Y la daban con alborozo: "¡Bien caída está la Perla, sí señores!” escribía “La Voz de Guipúzcoa". "Lo vetusto debe desaparecer para dar paso al rogreso en forma de balneario moderno con todos los refinamientos de la comodidad y de la higiene". Pero el establecimiento había prestado un evidente servicio a una ciudad balnearia durante cuarenta años, y no faltaban los comentarios nostálgicos al edificio que se derribaba.


"¡Si pudiesen hablar sus paredes de madera! ¡Qué de intimidades, unas deliciosas, otras cómicas y otras grotescas podrían contarnos! Y algunas personas, hoy ancianas y venerables ¡cómo suspirarán al acordarse de cuando se inauguró la Perla! Su balcón corrido dando frente al mar ¡de cuántos idilios no habrá sido testigo! Muchos de los que ahora abominan de la Perla ¡con cuánta impaciencia habrán aguardado algunos años su apertura! ¡Ingratos!


Con la Perla desaparece una época de San Sebastián. Desaparece el mudo testigo de aquellos tiempos en que la ciudad comenzaba a desenvolverse para llegar a la actual esplendidez, orgullo de propios y asombro de extraños, y al caer abatidas por las herramientas municipales las carcomidas maderas que han visto tanto... y han oído más, no me parece justo el despedirlas pidiendo para ellas las llamas. Es más: ¡era cosa de mandar al Museo Municipal un trozo de madera para guardar como recuerdo! ¿La Perla ha muerto! ¿Viva el balneario nuevo!"


La Sociedad La Volante lanzó la idea de celebrar una verbena en la playa en celebración del derribo de la Perla y abrió una suscripción popular "a perra gorda" para sufragar los gastos. La idea se llevó adelante y el sábado 20 de mayo se celebró la verbena junto al viejo edificio que parecía llorar su triste fin. La banda Iruchulo amenizó la fiesta que reunió en una espléndida noche de primavera a miles de personas. Como nota curiosa diré que aquel día habían llegado a San Sebastián 1.400 valencianos y alicantinos que iban en peregrinación a Lourdes, muchos de los cuales se sumaron a la verbena, mientras otros fueron al teatro Principal donde actuaba Consuelito La Fornarina, famosa cupletista que cantaba las coplas de forma deliciosamente perversa y a la vez con encantadora ingenuidad. Así San Sebastián decía adiós al viejo barracón de la playa.


La nueva Perla del Océano que sucedía a la vieja se inauguró el 2 de julio de 1912. Los que la visitaron en aquel día no cesaban en los elogios, dirigidos principalmente al arquitecto que había planeado y dirigido las obras, señor Cortazar y a la sociedad que presidía el señor Bellido y de la que era gerente el señor Umerez. Aquello era un mundo y allí cabían servicios al alcance de todas las fortunas, pues había suntuosos servicios de baño en pila con ducha en gabinete de preferencia al precio de seis pesetas cada servicio, hasta departamentos de baño de playa con lavabo, baño de pies, espejo, etc. que costaban quince céntimos o trece por abono.


Contaba el edificio con un amplio hall y mirando al mar había dos largas galerías descubiertas, donde el cliente podía pasarse horas y horas viendo la playa y los bañistas a muy pocos metros. A los extremos de estas galerías estaban el restaurante y el café.


El balneario propiamente dicho estaba a ambos lados de la entrada. En gabinetes revestidos de blancos azulejos y dotados de todas las comodidades de un "boudoir" había pilas de mármol con llaves para agua dulce y de mar, fría y caliente. De estos departamentos los había preferentes, de primera y segunda clase al precio de cinco, dos cincuenta y una setenta y cinco pesetas por cada baño, y con precios más baratos por abono. En estos mismos departamentos, y con un pequeño aumento de precio, había baños con salvado y algas y baños minero-medicinales, alcalinos o sulfurosos.


Los departamentos de duchas eran verdaderamente suntuosos, con unas instalaciones hidroterápicas que eran la última palabra en su género. Todo ello en bronce con un verdadero cúmulo de llaves para aplicar la ducha a la parte del cuerpo que se desease. Las había frías y calientes y combinadas con baño, variando los precios desde seis a una setenta y cinco pesetas.


Los baños turco-romanos, propios para determinadas afecciones, constituían una instalación excelente, que sólo se veía en los grandes balnearios del extranjero, y no en las playas sino en las estaciones balnearias. Lo constituían una serie de departamentos con calor seco a 20, 40, 60 y hasta 80 grados de temperatura.


Había otro departamento para los baños de vapor y duchas locales también de vapor y una instalación de duchas de agua caliente y fría combinadas.


Para el servicio de playas había unas largas galerías con numerosos cuartos, con azulejos hasta el techo, espejo, lavabo y baño de pies. Estos cuartos comunicaban directamente con la playa sin pasar por el "hall" ni por las galerías a través de unas escaleras y una amplia rampa que llegaba hasta la arena. Estos cuartos iban, en cuanto a su precio, desde los tres reales los más caros y un real los más baratos, todos ellos con las mismas comodidades, radicando la diferencia de precio en su situación.


En este capítulo de precios conviene señalar que la dirección de la nueva Perla estableció tarjetas especiales según las horas de utilización de los servicios. De 5 a 8 de la mañana y de 2 a 8 de la tarde las tarjetas eran más económicas, y así el baño con ducha que de 8 de la mañana a 2 de la tarde costaba seis pesetas, en las otras horas el precio era de tres, habiendo unos cuartos para baño de playa que sólo costaban quince céntimos.


Contaba aquella Perla además con sala para gimnasia sueca, tocador y peluquería de señoras y caballeros, servicio de masaje, pedicuro, manicuro estanco, correo y teléfono.


A la inauguración asistieron las autoridades, que luego fueron obsequiadas con un banquete, servido por Martín Altuna, que fue quien llevaría el restaurante. Creo que bien merece el reproducir aquel menú "histórico" que demuestra el buen apetito de nuestros abuelos y la alta calidad gastronómica de lo cocineros donostiarras. Este fue el menú: Hors d'oeuvre, Creme Reine Margot, Saumon garni sause mayonnaise, Poulet grain Marengo, Asperges en branche sause Mousseline, Filet de Durhan sause Borquetiere, Salade panache, Supreme de Pintade, Glace, Bombe Jamaica, Gateau, Fromage et fruits. Vinos: Marqués de Riscal, González Byass "Tío Pepe", Pommery et Greno. Café, licores y cigarros.


Una orquesta amenizó la comida y el barítono Irazusta interpretó trozos de "Il Pagliacci" y "Boheme". No hubo brindis.


Unos días después, el 9 de julio, visitó el establecimiento, sin previo aviso, la Reina Doña María Cristina y salió tan complacida que expresó al alcalde don Marino Tabuyo el deseo de que el Rey lo visitara también durante su estancia en nuestra ciudad.


Nacida como balneario, la Perla fue poco a poco perdiendo sus múltiples servicios y quedando en sala de fiestas. No he encontrado una descripción muy completa de aquellos baños que no sé si tendrían algo que ver con los que Dostoiewski describe en "La casa de los muertos", narración que a algunos críticos les recuerda la del "Infierno" de Dante. Por eso la imaginación tiene que trabajar para tener una idea aproximada de cómo era la Perla de su primera andadura, cuando atendía a los donostiarras que eran entonces muy aficionados no solamente a los baños de mar sino también a los baños de algas con agua de mar y que antes de abrirse la primitiva Perla en 1870 iban a los baños que había en la plaza de Pinares, propiedad de don Víctor Acha. Se llamaba el establecimiento "Higiotrepo" y en él se ofrecían a los clientes baños de agua de mar caliente con algas.


Otro establecimiento similar había en la Parte Vieja, en la calle San Juan, entre las de Pescadería e Iñigo. Según refiere don Manuel Celaya, este último establecimiento tenía una verja de hierro y los chicos cuando había sokamuturra se refugiaban allí.


El edificio de la Perla es después de ochenta años de existencia consustancial con el paisaje de la Concha. Ha aguantado la furia del mar y al embravecido Cantábrico, aunque en enero de 1965 sus cimientos estuvieron a punto de rendirse. Ahora, afortunadamente, el edificio que cuando escribo estas líneas está construyéndose, es exteriormente análogo al anterior, lo que los donostiarras agradecemos.


Un año antes de inaugurarse la nueva Perla se terminaba la construcción de la caseta real, que estaba a pocos metros de aquella. Pero la caseta real tiene su historia que brevemente reseñaré.


Cuando por primera vez vino en 1845 la reina Isabel II a tomar los baños a nuestra ciudad se la hizo una caseta de madera de planta cuadrada con un balconcillo. Dos parejas de bueyes acercaban la caseta hasta el agua. A esta caseta sucedió, años después, otra más grande y de tres cuerpos octogonales y una terraza que lucía en la barandilla varias flores de lis y que una máquina de vapor acercaba a la orilla. Fue en 1894 cuando se construyó la tercera caseta, diseñada por Echaide y que tenía el aspecto de dos kioskos árabes y que montada sobre unos raíles, la trasladaban hasta la orilla.


Así las cosas, la Diputación acordó construir una nueva caseta fija y situada en el paseo, en las proximidades de donde se estaba construyendo la Perla. El 20 de julio de 1911 un representante de la Casa Real, el inspector de los Reales Palacios, señor Zarzo, verificó la recepción oficial de aquel nuevo pabellón de baños, concurriendo al acto por parte de la Diputación su presidente, marqués de Valdespina, el diputado don Wenceslao Orbea y el arquitecto, autor del proyecto, don Ramón Cortazar.


El nuevo pabellón era de piedra de Motrico hasta la imposta desde su base y de mármol blanco de Saldías, Navarra, desde esta línea hasta su coronación. Componía un conjunto de buen gusto que constaba de un cuerpo de edificio con dos terrazas laterales. Por dos escaleras de mármol se descendía a dos vestíbulos inferiores que comunicaban con dos salas de baño, despacho real, salón y dependencias auxiliares. En las salas de baño había bañeras, espejos biselados, bidés, W.C., lavabos y contaban con amplios ventanales y friso de azulejos blancos.


El centro lo ocupaba un salón con terraza sobre la playa, desde la cual partía un transbordador entoldado hacia el mar, que pronto fue suprimido. El despacho real se hallaba en la sala izquierda y tenía muebles de mimbre laqueado en blanco con almohadones de brocado.


El conjunto era sencillo. Los suelos eran de mosaico de Nolla, la obra de fábrica se hallaba pintada a cola, las maderas y ventanas al esmalte blanco, así como los techos. Anchas puertas-ventanas, veladas por estores, prodigaban una suave penumbra. Los muebles eran todos de mimbre, de construcción guipuzcoana.


Los periódicos, al dar cuenta de la entrega de la caseta, escribían: "Sobre reunir condiciones hidroterápicas, no existentes en la antigua caseta, el nuevo pabellón real de baños tiene la ventaja de servir de admirable mirador sobre el mar. Se confunden en su recinto, las ricas esencias de Houbigan y Violet, con las brisas marinas. Dentro de una laudable discreción, sin pretensiones estrepitosas y cursis, la Diputación de Guipúzcoa ha brindado en la playa más bella de la provincia, un lugar de alguna utilidad y encanto a los reyes y, sobre todo, al príncipe y a los infantitos, que serán sus más asiduos concurrentes".


En efecto, fueron los hijos de los reyes los que más utilizaron la nueva caseta, muchas veces acompañados por su abuela, doña María Cristina, que con sus impertinentes sobre la nariz vigilaba desde la arena los juegos y los baños de sus nietos.















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