jueves, 28 de junio de 2012

Las murallas - La Puerta de Tierra y la Puerta de Mar

Aquellas murallas tenían dos puertas importantes, la de Tierra y la de Mar. La primera se hallaba frente a la plaza Vieja, en lo que hoy es el Boulevard cercano al comienzo de la actual calle de Garibay. Un viejo cronista, citado por José Berruezo, la describió así: "En primer término hay una fuente empalizada y, en el fondo, otra grande de madera con su portillo todo forrado de clavos con chapetones de hierro; en el hueco, de puerta a puerta, hallábase a la izquierda el Cuerpo de Guardia y la escalera que daba acceso a la muralla y al cuarto del oficial que mandaba el retén. Sobre la puerta principal existía una balconadura de madera y un crucifijo de naturales dimensiones. A la izquierda veíase la casa-cuartel de Guardias, la fachada del café y teatro (Café Viejo, del Cubo o de la Facunda) y la fuente en cuyo remate había una especie de grupa con un león. A la derecha, adosadas a la muralla, una serie de casas, de las cuales la de más noble fábrica, con no serlo mucho, era propiedad de los señores de Tito, a cuyo cargo estaba el arreglo y alumbrado del Crucifijo de la Puerta y de una Dolorosa que a sus pies se hallaba".

Aquel Cristo, llamado de la Paz y Paciencia, fue trasladado a la parroquia de Santa María en 1863, al derribarse las murallas. Al ser llevado a esta iglesia, la guardia le despidió, rodilla en tierra, y lo acompañó hasta la parroquia, según refiere Luis Murugarren, quien dice que rara era la mujer que al cruzar por aquella puerta no se santiguara y rezara un Padre nuestro, formando contraste con los dichos y "txorakeris" de los soldados de guardia. Y el león que había también en la puerta se halla hoy sobre un pedestal en la plaza de Lasala.


La Puerta tenía la forma de una paralelogramo rectángulo con trescientos pies de longitud y setenta y seis de latitud, "formando varias casas a cordel con soportales de piedra, cuyos claros se cierran con arcos a regla", según escribió Francisco de Paula Madrazo. "Todos los vanos y aleros siguen una misma línea y por uno y otro costado extiéndese a escuadra con dos magníficas casas que trazan los lados menores de paralelogramo. En la de la izquierda, según se entra en la ciudad, está el “Parador Real", que ha tomado sin duda este nombre por haber servido de palacio a las personas reales cuando han visitado San Sebastián". (Del libro "Una expedición a Guipúzcoa en el verano de 1848", del citado autor).


La Puerta de Tierra tenía mucha "vida", pues allí acudían los donostiarras con frecuencia a ver la llegada de las diligencias que venían de Madrid y de Bayona "con su estela de cascabeles, trallazos y gritos de los mayorales, el paso de las caseras cargadas con los productos del campo guipuzcoano, el pintoresco desfile de los soldados de la guardia en las horas del relevo, y la ceremonia ritual de cerrar los postigos a la caída de la tarde”, lo que según Berruezo constituían otros tantos espectáculos, animada película urbana, pasto de la curiosidad de los desocupados.


En aquella Puerta se colocó en 1564 el escudo con las armas reales con una dedicatoria latina que traducida al castellano decía: "A Felipe II, rey de las Españas, el Concejo y Pueblo de San Sebastián le dedica. 1577".


La otra Puerta, la del Mar, era en cierto sentido tan importante como la de Tierra y si no tenía tanto tráfico de gente como ésta, la superaba en lo que a mercancías se refiere, pues no debemos olvidar que entonces el puerto de San Sebastián era mercantil, además de pesquero. El lector se dará cuenta de la actividad que se desarrollaba en este orden de cosas con el siguiente dato: el año 1857 entraron en el puerto procedentes de La Habana de treinta a treinta y cinco mil cajas de azúcar, cifra más elevada de lo normal debido a circunstancias especiales.


La Puerta del Muelle o del Mar estaba sita donde hoy está el portalón, era de mampostería y sillería y estaba adosada a la muralla con tres aberturas: una que miraba a la calle del Puerto, otra pequeña hacia la Aduanilla que miraba al muelle y otra por el oeste, hacia Kai-buru, más espaciosa, en forma de arco con una azotea aspillerada donde estaba el cuerpo de guardia y los centinelas. Otro centinela solía estar en el fondo de Kai-arriba y en algunas ocasiones tenía que abandonar el servicio cuando había gran temporal pues el mar barría el lugar.


Había en la parte sur del gran portalón hacia Kai-buru una pared que tenía una puerta de hierro que daba acceso a una escalera para bajar a la Concha o playa de la "lasta", llamada así por ser el lugar donde tomaban lastre de arena los quechemarines y lanchones que venían desde Vizcaya con mineral de Somorrostro para las numerosas fábricas que entonces había en Guipúzcoa movidas por agua.


El cabo Blanco, uno de los tipos populares del San Sebastián de mediados del pasado siglo, era el encargado de abrir y cerrar esta puerta de hierro. Blanco había servido en la Marina como artillero y al licenciarse se le nombró alguacil-ordenanza de la Capitanía del puerto. Era muy querido por la gente del mar y siempre estaba dispuesto a prestar una ayuda.


Junto a esta puerta había un banco de piedra y los días de sol allí acudían a charlar algunos marineros jubilados como José Mari, “Caracas", "Churri"... que siempre recordaban sus días de navegación y los riesgos pasados en temporales y tormentas.


Adosada a la pared, en el lado norte del portalón, había establecido una pequeña oficina el corredor de naves e intérprete jurado don Antonio María Goñi, que hablaba correctamente varios idiomas. Descansaba de su trabajo cuidando varios ruiseñores que con sus trinos le hacían más llevadero el despacho de documentos y la traducción de correspondencia.


Al caer la tarde solían acudir a esa oficina amigos del señor Goñi, entre ellos el conde de Casa Eguía y se formaba una tertulia en la que se hablaba de lo divino y de lo humano, de temas municipales y de cuestiones políticas, de líos de faldas y de lances de honor. Cuando el reloj de la parroquia de Santa María daba las siete, se disolvía la reunión pues llegaba la hora del condumio familiar.


("Del San Sebastián que fue". JUAN MARÍA PEÑA IBAÑEZ)








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