N o hay mucha documentación sobre el origen del teatro en nuestra ciudad y no he encontrado muchos datos fidedignos sobre tan interesante e importante tema. He hallado una referencia de don Serapio Múgica a un acuerdo municipal de 22 de marzo de 1619 sobre la reedificación de la llamada Cabaña de Goizueta para utilizar los sobrados para la representación de comedias, encargándose la obra al maestro Felipe de Alza, sacándose a subasta inmediatamente.
En el archivo municipal de Pamplona se conserva una carta enviada por un munícipe de aquel Ayuntamiento al de San Sebastián para que contratasen a la compañía de comedias de Cristóbal Palomino y la contestación que con fecha 9 de julio de 1727 firma Juan Bautista de Zabala en la que no accede a la petición de su colega navarro y explica por qué: “Ayer me entregó Cristóbal Palomino la carta de V.S. del 5 del corriente, en que se sirve insinuarme admita por algunos días la farsa de comedias interín que V.S. salga del embarazo en que se halla, y como yo debo apreciar tanto cualquiera ocasión de complacer a V.S., pasé luego a juntar hasta doce caballeros y conferir seriamente el modo de obedecerle en esta ocasión. Pero los públicos atrasos que desde el año del sitio experimento, la general epidemia de enfermedades que padecen mis habitantes y los daños que últimamente acaba de hacer en mi jurisdicción la gran avenida de lluvias, llevándose las mieses de los campos y destrozándome dos puentes de madera, me tienen en tales cuidados que me es imposible servir a V.S. en recibir la referida farsa de comedias, por cuya circunstancia espero deber a V.S. disculpe mi imposibilidad".
El profesor José Berruezo dice en uno de sus libros que el erudito navarro don Ignacio Baleztena, en una conferencia que dio en San Sebastián el 10 de abril de 1948 dijo que además del documento citado, había en el archivo del municipio de Pamplona constancia de que en enero y febrero de 1791 actuaba en el teatro de San Sebastián una compañía de ópera dirigida por Carlos Barlassina, siendo las primeras figuras Juana Barlassina, Irene Marquesi, Carlos Barlassina y Juan Bautista Caldarelli, estando formada la orquesta por los profesores Gasparo Cataneo, maestro de clave; Antonio Cortés y el señor Chonchon, violines; Antonio Justo y Pascual Yurri, violines segundos. Había también un excelente músico de trompa a solo. El repertorio lo constituían las siguientes óperas: "La Frascatana" e "Il Marchese di Tulipano", de Paisiello; "Il fanático burlato", "Giannina e Bernardone" y "Los dos varones de Roca Guerra", de Cimarrosa, y "I filosofi immaginari", de Astavita.
Según Baleztena, a Carlos Barlassina "no le debía ir muy bien en San Sebastián, pues al llegar el Carnaval solicitó del Ayuntamiento de Pamplona la cesión de su teatro por tres días. La ciudad aceptó, pero los abonados donostiarras, a pesar de ofrecerles la devolución del abono desde el 27 de enero, no lo consintieron, así es que el pobre Barlassina tuvo que renunciar a su proyecto "con lágrimas en los ojos", como escribió a Pamplona al dar cuenta del caso".
Dice don Serapio Múgica que "en 1818 se vislumbra en el Concejo una preocupación por dotar a sus administrados de un local para representaciones. Se pensó para ello en la casa de Aliri, sita en la calle de la Trinidad, pero se desistió del pensamiento porque, si bien el edificio tenía la solidez necesaria, el informe de los arquitectos aseguró que su escalera era muy estrecha. El año 1826, un empresario particular habilitó un gran almacén, y a fines de julio, al comenzar las representaciones, el Corregidor suscitó una cuestión defendiendo que él y no el Ayuntamiento era el llamado a conceder licencias de representaciones".
Se habilitaban salas para que los cómicos de la legua actuaran en las que se representaban las obras de nuestro siglo de oro y piezas francesas. Se sabe, por ejemplo, que cuando el cómico Sebastián de Castro fue a París con su compañía para actuar con motivo de la boda de Luis XIV con la infanta española María Teresa, aquí representaron obras desde el 11 de mayo al 2 de junio de 1660. No dejarían de acudir aquellos actores y actrices a la parroquia de Santa María, donde se veneraba la imagen de Nuestra Señora del Coro, que era la Patrona de las gentes de la farándula, a cuya cofradía daría aquella gente alguna limosna.
Nada dice de teatro el reverendo Joaquín Ordoñez en la descripción tan curiosa que en 1761 hace de San Sebastián, de sus monumentos, usos y costumbres. Habla de los elegantes trajes, de los suntuosos briales que lucían las madamas y petimetres cuando iban a la iglesia, a los paseos o a los toros, pero no se refiere a los teatros. ¿Es que no los había entonces?
Pero en el siglo XIX sí se iba mucho al teatro y había gente que acudía más que a ver la obra que se representaba en el escenario a contemplar el espectáculo de los palcos, plateas y patio de butacas donde lo mejor de la sociedad lucía sus galas, se flirteaba con los ojos y no faltaba el chismorreo. También esto ocurría en el San Sebastián de finales de siglo.
Pero antes de llegar a esas fechas hay que ocuparse del teatro del Café Viejo o del Cubo que se inauguró el 6 de abril de 1828, que recibía su nombre del torreón o fortaleza de la muralla donde se hallaba ubicado. Tenía un aforo de 300 espectadores; doce palcos; lunetas de madera sin forro, encima estaba el gallinero. Iluminaban el teatro una lucerna con quinqués de aceite y velas de sebo en los pasillos.
Se entraba al teatro, según la descripción que nos legó Siro Alcain que conoció el local, por el café que allí había y bajando cinco gradas se llegaba a la sala. Las lunetas o butacas eran de madera sin forro. El escenario era reducido y tenía bonitas decoraciones sobre todo ingenioso-económicas. Al toque de un silbato se cambiaba un salón por un bosque y viceversa, bajando y subiendo las decoraciones por medio de un bramante. En aquel escenario ganó popularidad el cómico José Banobio, cuya hija, Concepción, fue tiple en el Novedades de Madrid.
Según Berruezo, "el repertorio, naturalmente, sería francés y, a tono con él, habría un despliegue de lechuguinos, currucatos y petimetres que, con sus levitas y sus fraques verde botella, sus pantalones gris perla ajustados, sus altos cuellos de piqué, sus corbatas "salomónicas" y sus bastones de sonora contera, pondrían la nota de "moda" en aquella modesta capilla que Marte subarrendaba a Talía".
Tras aquel modesto teatro del Café Viejo o del Cubo, que terminó sus días en 1863, al derribarse las murallas, la ciudad tuvo un coliseo digno de nuestro pueblo, el Principal. No podía compararse con los de Viena en los días de María Teresa y Carlos, años dorados del imperio de los Habsburgo, cuando bajo las luces de la ópera, mientras se cantaban las melodías de Haendel las archiduquesas, entre abanicos e impertinentes, entre escotes empolvados y guantes confidentes, entre arañas y violines, vivían inolvidables jornadas que se completaban en fiestas y saraos. Pero sin llegar al esplendor de los días de aquella corte imperial, nuestro teatro provinciano era lugar de cita nocturna de donostiarras y veraneantes.
Fue el 21 de octubre de 1843 cuando el Ayuntamiento acordó llevar a efecto el viejo proyecto de construir una sala que sirviese para las representaciones teatrales y para las fiestas. Los concejales no querían que el proyecto durmiera en un olvidado cajón de la Casa Consistorial y el 23 de diciembre del mismo año nombraron una comisión que se ocupara del tema así como del empedrado de las calles y fueron los concejales señores Arambarri, Echague, Mendizabal, Lasala y Elósegui los que la formaron.
Comenzó a trabajar con prisa y pocos días después hizo público un edicto fijando las once horas del 28 de enero de 1844 para celebrar una subasta pública en la que se adjudicarían las obras de cantería y carpintería gruesa, albañilería, hojalatería, etc., del nuevo edificio, estableciendo que los trabajos se realizarían con arreglo a los planos hechos por el arquitecto don Joaquín Ramón Echeveste y que no habría derecho a pedir aumento de obra ni mejora si no procedía autorización escrita de la citada comisión. Las subastas se celebraron el día señalado y el 10 de febrero se formalizaron los contratos, estableciéndose en ellos que las cantidades que importaban se pagarían, una cuarta parte al hallarse las obras en su mitad, otra cuarta parte a la conclusión de la obra y el resto a los seis meses de haberse concluido los trabajos. Los contratistas adjudicatarios de las obras fueron don Pedro María Mendiluce, la carpintería gruesa, que las remató en 12.362 reales, y don José María Arcelus, material grueso de roble, en 21.800 reales. La cantería también fue para Arcelus, en 39.000 reales, la carpintería fina fue otorgada en 28.800 reales a don Pedro María Mendiluce. La obra de albañilería se encomendó en 17.000 reales a don Martín Imaz, la de hojalatería a don Pedro Remes en 1.900 reales y la de herraje a don Bautista Uranga en 4.300 reales.
Sin la diligencia previa de las subastas se dio a don Juan Bautista Mignagoren el encargo de trabajar por sí y con artistas instruidos y ejercitados en la pintura de las decoraciones teatrales siguientes: el telón de boca con todos los accesorios de embocadura y parte superior; salón ordinario; salón rico, salón regio, casa pobre, cárcel, plaza pública, jardín, paisaje, bosque. Cada juego de decoración debía componerse de cuatro bastidores por cada lado, su telón de fondo y las bambalinas o techos correspondientes.
El señor Mignagoren se obligaba a efectuar todo ello por la cantidad de 31.000 reales y a entregar el telón de boca y cuatro decoraciones para el 30 de noviembre de 1844. La suma de las diversas partidas citadas ascendió a 155.952 reales, equivalentes a 38.988 pesetas.
De aquel primer teatro Principal nos ha dejado don Francisco de Paula y Madrazo una minuciosa descripción de sus veladas en su aspecto social en su libro "Una expedición a Guipúzcoa en el verano de 1848". Y no escatima los elogios a nuestro coliseo del que dice: "El teatro de San Sebastián de construcción reciente es uno de los más lindos de España y en su extensión y repartimiento se parece mucho a los teatros de los sitios reales". El autor cuenta que al llegar la luz del crepúsculo se pone término al paseo y es como el anuncio de que la hora del teatro está muy próxima. "Aquellos días era muy difícil adquirir un billete. Todos los palcos y muchas lunetas eran de abono, los billetes restantes se los disputaban con empeño los que llegaban al despacho. Este entusiasmo por el teatro tiene dos explicaciones muy naturales: es la primera la de no haber en San Sebastián otro punto de reunión donde pasar la noche, y la segunda que pudiéramos calificar de principal, la circunstancia de salir a las tablas el actor don Víctor Caltañasor que es, sin disputa, el más gracioso de todos nuestros cómicos".
Luego don Francisco de Paula posa sus ojos en la sala desde su luneta y pasa revista ayudado por sus gemelos a la concurrencia y le parece "que nos hallamos en el Teatro del Príncipe o en el Principal de Madrid. Todos los palcos estaban poblados por las señoras más bellas y elegantes, prendidas con tan buen gusto y tanta riqueza, como pueden hacerlo en la Corte para asistir a uno de los bailes de Palacio". Y el autor, como aquel inolvidable "Rosa de té" de "Pequeñeces", se siente cronista de sociedad y nos dice que la duquesa de Frías lucía su espléndida elegancia, que la condesa de Torrejón hacía alarde de amabilidad y de su gracia; que en un palco estaba la familia del general conde de San Antonio y en otro se hallaba don Joaquín María Ferrer "con sus graciosas hijas, una de las cuales tenía a su lado al joven general Leymerik con quien se ha casado no hace mucho".
El Principal ha tenido a lo largo de siglo y medio una vida muy activa pues las temporadas teatrales hace cien años no se limitaban al verano y las compañías venían a nuestra ciudad y estaban tres, cuatro y hasta cinco meses. En este teatro se dio lectura al telegrama del duque de Mandas al alcalde de San Sebastián don Eustasio Amilibia anunciando la aprobación en 1863 del derribo de las murallas. Del Principal fue conserje Indalecio Bizcarrondo, "Bilinch", al que una granada carlista de la segunda guerra hirió de muerte cuando se hallaba en su domicilio que tenía en el propio coliseo. En el Principal se celebró el homenaje a Mari, José María Zubía, el humilde pescador que coronó su vida de abnegación heroica y murió trágicamente al dar auxilio a varios náufragos el 9 de enero de 1866, en el que tomó parte la famosa artista Teodora Lamadrid. En un baile de máscaras fue asesinada en el teatro una señorita donostiarra...
El teatro ha sufrido diversas modificaciones perdiendo su viejo empaque. El Ayuntamiento que presidía don Juan José Prado, en 1930, ordenó el derribo y el arquitecto municipal don Juan Alday hizo el proyecto del nuevo teatro, que se reinauguró el 5 de agosto de 1933 con una compañía de zarzuelas que dirigía el maestro Jacinto Guerrero y en la que actuó Miguel Fleta. Aquel año por el escenario del Principal pasaron la orquesta Bética, que fundó Falla, representando "El amor brujo", con la Argentinita y Pilar López y más tarde la compañía de comedias cómicas de Casimiro Ortas. Mucha historia la del Principal para poder encerrarla en unas pocas líneas.
En la historia teatral donostiarra ocupa un lugar importante el Teatro Circo, que se hallaba situado donde en la actualidad está la iglesia de la Compañía de Jesús. Antes de que allí existiera ninguna construcción, a los pocos meses de derribarse las murallas, se establecieron unos gimnastas alemanes que instalaron una gigantesca tienda de campaña y comenzaron sus actuaciones. Poco después, en los años 1869-70 un empresario emprendedor construyó un edificio de piedra en forma de circo. Era el señor Oña, que cedió el negocio a la empresa Nieto que mejoró el edificio y que mandó que en el tímpano de la fachada figuraran unas alegorías al teatro.
Fue el 17 de junio de 1870 cuando se inauguró el teatro con una función en la que se representó la obra de Ventura de la Vega "El hombre de mundo", comedia que había descubierto a un joven autor y que tanto éxito alcanzó por aquellos años en España.
La decoración del teatro estaba inspirada en el gusto de la época. En el primer piso tenía dieciocho plateas y la parte central, que se hallaba separada en ambos lados por puertas que daban entrada a las butacas, tenía asientos corridos. En el piso principal, que tenía acceso por dos escaleras bastante amplias, estaban los palcos, veinticuatro en total, y al fondo había un salón o paseo muy espacioso. La parte alta, llamada de paraíso, tenía varias gradas de asientos y en lo que se llamaba patio había 360 butacas.
La descripción que nos hace un asiduo concurrente a las funciones del Teatro Circo, "Mendiz-Mendi”, es casi completa y abunda en elogiosos adjetivos al gusto artístico que alcanzaba hasta los más pequeños detalles. El telón de boca fue obra del reputado artista Almeju. El salón del piso principal lo había decorado el pintor José Benlliure que luego sería director de la Real Academia Española de Roma. A los lados del edificio estaban el café del señor Traviesa, muy concurrido por aquellos días, y la pastelería y chocolatería “La Mallorquina", el sitio más elegante de la ciudad.
El Teatro Circo, durante los años que estuvo abierto, contrató a las más famosas compañías, a los artistas de mayor renombre. En su escenario actuó el famoso equilibrista Blondin. Este artista quiso realizar una excepcional hazaña: ir sobre una cuerda desde el Castillo de la Mota a Igueldo pasando por la isla de Santa Clara. El Ayuntamiento no le concedió el permiso por lo arriesgado que era. Unos años después, Blondin hizo sobre una maroma el paso de las cataratas del Niágara. Otra de las artistas que actuó en el Teatro Circo fue la famosa miss Leona-Dare. Fue contratada para tres actuaciones y tuvo tal éxito que se prolongó varios días más su trabajo. El cantante Julián Gayarre llenó en varias ocasiones el coliseo. El 17 de agosto de 1880 se dio un concierto memorable en el que intervinieron el citado Julián Gayarre, Pablo Sarasate y el pianista Guelbenzu con la orquesta de Madrid que dirigía el maestro Vázquez, concierto a beneficio del pueblo navarro de Jaurrieta, que había quedado casi destruido por un incendio. En Carnavales los programas eran extraordinarios y durante mucho tiempo se conservó memoria de una función celebrada en 1872 en la que intervinieron jóvenes de la buena sociedad donostiarra, como Soroa, Arcelus, Peña, Proe...
En 1898 cerró sus puertas el Teatro Circo y se comenzaron las obras de la iglesia de los Jesuitas que fue inaugurada en 1904.
Con el mismo nombre de Teatro Circo se abrió poco después otro sito en las inmediaciones del Rompeolas, donde había estado el frontón Beti-Jai, que el avispado empresario José Arana había inaugurado en 1894. No marcharía bien el negocio y Arana cambió de idea y donde estuvo el frontón levantó un teatro que comenzó a funcionar el miércoles 24 de julio de 1901.
Era un teatro hermoso con capacidad para dos mil espectadores. Media sala estaba en declive para que desde las butacas se pudiera ver bien la escena. Las butacas eran cómodas, imitando a nogal y había quinientas de frente, cien laterales, setenta sillas de platea, ocho palcos-platea, un palco regio y dos para el séquito, cuarenta palcos más, paseo, galería y anfiteatro.
El escenario era amplio y lo había decorado Arturo d'Almonte lo mismo que el telón de boca. Entonces los teatros tenían unas cuantas decoraciones pues las compañías no solían traerlas, y el Circo al inaugurarse contaba con las siguientes, todas ellas hechas por D'Almonte: salón regio, sala rica, gabinete Luis XV, cenador, habitación modesta, fachada de una casa cerrada, gabinete, salón gótico, cárcel, calle larga, calle corta, selva, aldea, montaña, jardín, marina y gruta. El escenario contaba con telares magníficos, fosos y juegos de maquinaria para montar toda clase de decoraciones, desde las sencillas a las más complicadas para funciones de gran espectáculo. Tenía la escena 14 metros de boca, tan grande como el mejor de Madrid, disponiendo además de gran ventilación que llegaba por seis ventanas que daban al patio formado por el resto de la antigua cancha. Las condiciones acústicas eran buenas.
La inauguración resultó un acontecimiento artístico y social. En los palcos y butacas se hallaban las familias más elegantes de la colonia veraniega y de la sociedad donostiarra. "Ofrecía un aspecto brillante la sala del nuevo teatro que además tiene espléndida iluminación, con lo cual luce más la gente y el teatro", escribía el periódico "La Voz de Guipúzcoa".
El día de la inauguración se puso en escena “La Revoltosa”, “El barquillero” y “La alegría de la huerta” y la crítica elogió a todos los artistas, lo mismo que a los coros y a la orquesta, que dirigió el maestro Vives. A esta compañía siguieron las voladoras eléctricas y luego Frégoli.
No fue larga la vida del Teatro Circo pues el 29 de diciembre de 1913 el fuego reducía a cenizas el coliseo y al llegar las llamas a las casas vecinas, debido al fuerte viento reinante, toda la manzana quedó destruida. El fuego se inició por causas desconocidas a las dos de la madrugada en una noche en que llovía intensamente y hacía un viento huracanado. El primero que advirtió el fuego fue un soldado que se hallaba de guardia en San Telmo, entonces cuartel, quien dio el aviso al oficial. A su vez, el presidente del Aero Club, don Felipe Azcona, que pasaba por las inmediaciones del lugar en compañía de don Luis Iruretagoyena, sabedor de que en el segundo piso del edificio vivía la conserje y su familia, empezó a derribar una puerta lateral que subía hasta la casa. El sereno Miguel Lasa aportó una barra de hierro y consiguieron poner a salvo a la citada conserja, a su madre y a un hijo que estaban ya medio asfixiados. Otras tres personas que habitaban en una vivienda contigua, también fueron salvadas.
Mientras, el incendio aumentaba en intensidad, ayudado por el viento reinante. Los bomberos comenzaron inmediatamente su trabajo ayudados por soldados de infantería e ingenieros, arrojando columnas de agua al fuego. Se hundió la techumbre del local y todo el interior era una inmensa hoguera, propagándose el fuego al edificio contiguo, comenzando a arder el bar Internacional. Toda la manzana, formada por el teatro, el bar y los corralones del Rompeolas fueron pasto de las llamas. El viento llevaba las chispas a distancia, algunas hasta la plaza de Guipúzcoa.
Comenzó la evacuación de las casas vecinas, sacándose incluso los muebles. Los bomberos consiguieron, tras grandes esfuerzos, dominar el fuego hacia las 8 de la mañana. Todo el interior del teatro quedó convertido en pavesas, salvándose los tabiques de la fachada principal. No hubo que lamentar víctimas personales.
La noticia, exagerada, circuló por algunos periódicos extranjeros y así uno de Berlín publicaba este despacho fechado en San Sebastián: "En la ciudad reina pánico enorme. Numerosas personas abandonan sus bienes y huyen, vestidas con lo más necesario, a la costa o al puerto para buscar refugio a bordo de los barcos. El número de embarcaciones no es suficiente para recoger a todos los fugitivos y mucha gente se ve obligada a acampar al aire libre a pesar del tiempo frío que hace. La ciudad es una inmensa hoguera".
El director de la revista "Novedades" que se editaba en San Sebastián y que había creado don Rafael Picavea, recibió este telegrama: “La prensa berlinesa ha dado cuenta del terrible incendio que comenzando en el Teatro Circo de San Sebastián ha destruido casi toda la ciudad. Mándeme fotografías urgentemente. Se abonará el máximo de la tarifa. Saludos F.T. corresponsal de varias revistas alemanas. París".
Para salir al paso de aquellas exageraciones, el Ayuntamiento tuvo que enviar cumplidos informes a la prensa extranjera, dejando las cosas en su lugar. Pero el Teatro Circo, con tanta historia, había desaparecido.
|
|
|
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario