"La simple indicación de uno de los comensales reunidos alrededor de una buena mesa, bastaba para que todos se pusieran en movimiento y trajeran de sus respectivas casas una sábana que se transformaba en airoso jaique moruno, y una tohalla que se convertía en improvisado turbante", escribió el citado Gabilondo. "O se apoderaba sigilosamente de las enaguas de las severas etxekoandres y del indispensable "kashabeke", para salir por las calles de Dios, precedidos de dos o tres "fragelets" y actuando de tambores los artefactos más sonoros de la cocina.
Y después de recorrer de esta guisa las silenciosas calles de la entonces reducida población, terminaba la juerga con el indispensable y movido "pastelero", disolviéndose la improvisada tamborrada y retirándose a sus casas contentos y satisfechos, con la alegría retratada en los semblantes, aquellos severos donostiarras que, al volver a encontrarse en la calle, se habían de saludar con gravedad británica. Notarios, abogados distinguidos que llegaron a ocupar altas jerarquías en la carrera judicial, comerciantes propietarios, hombres que gozaban de una reputación y de un respeto rayano en veneración, echaban una cana al aire y festejaban ruidosamente la festividad del patrón de Iruchulo, que no ha llegado a entrar nunca en posesión de un mísero traje con que cubrir sus desnudeces.
Más tarde comenzaron a "vestirse" las tamborradas, se reunieron los elementos necesarios para darles vistoso aspecto y de este conjunto y con una organización acertada resultó transformada la clásica fiesta y en condiciones de ser presentada al público a la luz del día".
Fue según Gabilondo en 1869 ó 1870 cuando desfiló por primera vez organizada militarmente, dirigida por un tambor mayor, L.A., un miembro destacado de la banda "La Euterpe". En 1881 la tamborrada, la única que entonces salía, fue presentada con lujo. "Rompía la marcha una lucida escuadra de gastadores liliputienses vestidos con brillantes uniformes del primer imperio. Carabineros Offembach a caballo, luciendo sus vistosos uniformes, abrían y cerraban la marcha de la comitiva".
Pero esta versión del origen de nuestra tamborrada no es compartida por todos. Así José Berruezo, profesor y excepcional periodista que estudió durante años la historia de San Sebastián y de Guipúzcoa, daba una versión totalmente diferente. En un precioso trabajo publicado en 1944 explica el origen de nuestra tamborrada. Dice así:
"En 1836: San Sebastián plaza fuerte. Más allá del Cubo Imperial asoma la guerra en las boinas rojas de Carlos V. Dentro de las murallas, morriones isabelinos vivaquean entre las piedras calcinadas por los soldados del lord Wellington, esperando -"Hello, boys"- la ayuda de las casacas bermejas de Lacy Evans.
Dos fuentes tenía entonces la ciudad: dos fuentes y un número de tabernas y sidrerías que la crónica no detalla. Todas eran para colmar la sed de la gente acantonada en el burgo. También había una escabechería -la de Buenechea-, en cuyos salados productos responsabilizaremos parte de aquel insaciable afán de beber que sentía la tropa.
Cuando los champones de las "sobras" se habían liquidado, -y nunca más exacta la palabra-, sobre el roble pulido de las sidrerías, los soldados se juntaban junto a una de las dos fuentes de la ciudad, la de Cañoyetan, atraídos no por la pureza y frescura de su linfa, sino por la presencia de las apuestas mozas del servicio doméstico.
En alegre palique se les iban a las maritornes y a sus cortejadores las horas de espera, mientras llegaba la "chanda" para llenar la herrada. Sentados los del morrión en las vasijas, tamborileaban en la sonora madera aires del cuartel o marchas de campaña, elementales compases de una música militar, que en gente que profesa las armas, es lógico como movimiento instintivo.
Unos metros más abajo, en la calle de la Trinidad, pegado a las koskas de San Vicente, había otra fuentecilla, también con su clientela femenina, pero con distinto coro de cortejadores: eran estos paisanos, menestrales y artesanos de la ciudad. Aquí los golpes sobre el fondo de las herraduras serían los que en los tratados de retórica y poética se llaman "armonía imitativa" o algo por el estilo, armonía(?) imitativa del "ra-ta-plan" castrense, que en dianas y retretas llenaba de ecos el murado recinto de San Sebastián.
Sirvan estos datos como justificación del instrumento típico en la fiesta máxima de nuestro pueblo. Pero conste que la tamborrada nació junto al chorro de las frescas aguas, excelentes durante los calores del verano, mas poco apetecibles en pleno rigor de una noche del 19 de enero de 1836 cuando los mozos de las tahonas, sirviendo de coro fantasmal a un grupo de "choriburus" que, con vino y no con agua, celebraban de víspera la fiesta del asaeteado patrón, improvisando la alegre "cale-gira" a los sones casi marciales de unos barriles de los que Buenechea empleaba para envasar sardinas.....
Y "si non e vero".... Testimonie esta noche el parche de cien tambores los cien años de existencia que tiene la humorada de aquellos donostiarras".
Sea éste o no el origen de la tamborrada, el hecho es que han proliferado en los últimos cincuenta años de tal forma que hoy durante todo el 20 de enero circulan por calles y paseos un sin número de tamborradas que inician sus desfiles tras el izar la bandera en el balcón del Ayuntamiento, -ahora de la Biblioteca Municipal-, ceremonia que se celebra desde el año 1924.
JUAN MARÍA PEÑA IBAÑEZ ("Del San Sebastián que fue".1999)
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