jueves, 28 de junio de 2012

Vilinch, el bardo del pueblo

Fue un hombre popular en quien se cebó la desgracia y su vida entera estuvo girando alrededor de contrariedades y tragedias. Siendo un niño y cuando estaba jugando con otros compañeros, tuvo una caída que le dejó desfigurado el rostro para siempre. Ya de mozo, en unas fiestas populares un toro le dio unas cornadas en una pierna y a consecuencia de la cogida estuvo durante semanas en peligro de muerte. Algunos años después le robaron 8.000 reales, únicos ahorros conseguidos tras muchos años de trabajo. Consiguió una modesta plaza, la de conserje, en el teatro Principal y en el desván del edificio, en una vivienda habilitada al efecto, vivía entre estrecheces. Y fue allí, en esa casa, hallándose durmiendo en su habitación, donde llegó el 21 de enero de 1876 una granada disparada por los carlistas durante el cerco de San Sebastián, en los días de la segunda guerra civil, que terminaría semanas después. La granada le hirió las dos piernas e Indalencio Bizcarrondo, “Vilinch", sobrevivió seis meses, entre horribles dolores.


Su muerte fue llorada por todo San Sebastián pues era querido por tirios y troyanos, sin distinción de ideologías ni de colores. Todos le admiraban y a todos les gustaba escuchar a aquel vate que improvisaba tiernos y emotivos versos en los figones y sidrerías de la Parte Vieja o en cualquier caserío de las proximidades de la capital cuando había fiesta y los aldeanos reclamaban, cuando el chistu estaba en silencio, que el versolari les diera un poco de poesía. Fue a las 4 de la madrugada del 22 de julio cuando falleció el poeta popular, aquel que cantó a su pueblo, a las gentes sencillas, a las costumbres aldeanas. Se le había amputado una pierna, pero no se le pudo salvar la vida. Murió el mismo día que se firmaba la abolición de las libertades vascongadas que él había defendido.


Los funerales se celebraron al día siguiente a las ocho y media de la mañana en la parroquia de Santa María y sus restos mortales fueron acompañados al cementerio de San Bartolomé por jefes, oficiales y numerosos individuos del Batallón de Voluntarios, al que Vilinch había pertenecido desde su fundación, por la charanga del mismo y por buen número de amigos. El duelo lo presidieron el gobernador civil y los alcaldes Tutón y Amilibia. El 27 de abril de 1887 sus restos mortales fueron trasladados al cementerio de Polloe.


Pocos días después del accidente que le llevaría a la muerte, en el periódico de Madrid "El Tiempo" escribía don Antonio Peña y Goñi un artículo sobre nuestro vate al que pertenece este párrafo:


"Vilinch nació seguramente para altos destinos, y su funesta suerte le encerró en reducida estancia, desde donde no pudo ser escuchado más que por unos pocos. En Francia hubiera sido Musset; en Italia, Leopardi; en Alemania, Heine; en Madrid, por tanto, hubiera sido Bécquer. En Guipúzcoa no ha sido más que Vilinch".


Después de un siglo largo de su muerte, sus versos siguen siendo recitados por quienes en este prosaico mundo que nos ha tocado vivir tienen sensibilidad y el leer a Vilinch o el oír sus versos continúa llenando de emoción a los hombres y mujeres proclives a la poesía. ¿Cómo mostrarse impasibles ante el ritmo cadencioso de "Izuzu nitzat cupira", de "Juramentuba", de "Beti zutzan pentzatzen"...? Don José Manterola, que conoció al poeta y que le tradujo algunas poesías al castellano, escribió sobre Vilinch los más acertados adjetivos y las más justas críticas.


Aunque nació y vivió en la desgracia, pues fue su compañera hasta la muerte, no por ello su poesía adolece de melancolía y tristeza. Fue Indalencio Bizcarrondo como el ruiseñor que canta por la mañana según las primeras luces del día iluminan la campiña, y nuestro poeta cantaba también esos sentimientos permanentes del hombre que se centran en el amor, escribió uno de sus críticos que estableció una diferencia entre Arzac, más amplio y tierno que cantaba siempre amando y Vilinch que amaba siempre cantando.


Los periódicos al dar cuenta de su muerte pedían que San Sebastián diera una prueba de la estima que tenía a Vilinch dedicando a la memoria del poeta en beneficio de su familia una función en uno de los teatros, dedicada a enaltecer su nombre y aliviar en lo posible la suerte de su mujer y sus hijos. El empresario del recién inaugurado Teatro Principal, Antonio Mendoza, recogió el guante y envió al periódico "Diario de San Sebastián" una carta en la que decía:


"Nada más dable que socorrer las desgracias y siempre que, como en ocasión semejante, se trate de tan loable propósito, cuente Vd. señor director con que las puertas del coliseo que tengo la honra de dirigir, estarán abiertas a la caridad.


En este supuesto, la empresa del Teatro Principal de esta ciudad, tiene el gusto de poner en su conocimiento, que atendiendo tan notable excitación, dispone un escogido espectáculo que tendrá lugar lo más pronto posible y cuyo producto líquido se destinará a beneficio de la desdichada viuda del malogrado cuanto querido poeta vascongado don Indalencio Bizcarrondo, víctima de un accidente".


La función se celebró el lunes 31 de julio y en ella tomaron parte el eminente actor Antonio Vico, el joven violinista donostiarra Clemente Ibarguren, la compañía dramática que actuaba en el Teatro Principal y la orquesta del Casino Indo. "El público, como era de esperar dadas las simpatías con que contaba el desgraciado Bizcarrondo, correspondió dignamente al llamamiento de la empresa y la función, en la que obtuvieron justos aplausos cuantos artistas tomaron parte en ella, tuvo lugar con un lleno completo", escribía al día siguiente el periódico "Diario de San Sebastián".


En 1899 estaba actuando Antonio Vico en el Teatro Principal y se presentó en su camerino una señora que le entregó una caja de habanos. Quería así agradecerle al actor el que hubiera trabajado gratis en la función dedicada a su marido, mientras los otros artistas habían cobrado. "No quiero con este pobre obsequio pagarle aquel favor, sino demostrarle que no he olvidado lo que usted hizo", dijo la viuda de Vilinch que tenía en la planta baja del Principal un pequeño establecimiento en el que vendía tabaco, "cajetillas de Madrid, cigarros peninsulares y habanos de diversas clases al precio de tarifa", y que habiendo solicitado autorización para la venta de efectos timbrados, sellos de correos y telégrafos y papel sellado, lo consiguió.


El 6 de febrero de 1884 acordó el Ayuntamiento dar el nombre del poeta a una calle de la Parte Vieja, la que está junto al Teatro Principal.







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