jueves, 28 de junio de 2012

En dos ocasiones funcionó la guillotina en San Sebastián

LA GUILLOTINA
Antes que las ideas de la Revolución Francesa llegasen a España en las bayonetas de los soldados de Napoleón, las habían traído a San Sebastián los hombres de la Convención. Y la ciudad vivió los horrores y desmanes que la soldadesca y los representantes del pueblo cometieron durante el año que aquí permanecieron.

Después de ser guillotinado el 21 de Enero de 1793 Luis XVI, España declaró la guerra a Francia. Inmediatamente se formaron en todo el país batallones de voluntarios dispuestos a luchar contra la Convención, alguno de los cuales llegó a Guipúzcoa camino de Francia. En la leva que se hizo había gentes de todas las clases sociales. Un historiador francés, el marqués de Marsillac, escribió: "Los contrabandistas de Sierra Morena, estas gentes abandonadas al crimen y al asesinato, dejaron de serlo y consagraron su valor a la defensa de la patria. Solicitaron el permiso, y habiéndolo concedido, se vieron llegar a Guipúzcoa trescientos de estos hombres a las órdenes de Ubeda, su jefe. De esta manera, se reunió a unas gentes sin educación, cubiertos la mayor parte de los crímenes más infames, deshechados del orden social, condenados a muerte y que después derramaron su sangre en favor de la sociedad y de la patria."

La provincia formó un batallón de voluntarios compuesto de 750 hombres mandados por Juan Carlos de Areizaga, comandante del Regimiento de Mallorca. La impedimenta de estos voluntarios, según acuerdo de las Juntas reunidas en Rentería, era “azul, con vivo y divisa encarnada, con botón blanco, botín de paño negro, dos camisas, tres pares de calcetas, dos pares de zapatos con botón o lazo y un pañuelo al cuello, un sombrero redondo con un ala levantada, con su escarapela de pelo o estambre, una canana con los canutos de hojalata a fin de que el cartucho no se estropee ni perciba humedad, un morral de lienzo fuerte y sables para los sargentos y cabos, con el capote que les pareciere”.

Las tropas españolas, unos 22.000 hombres, al mando del general Ventura Cano, entraron en Francia tras vencer no poca resistencia, pero ante la superioridad numérica del enemigo, tuvieron que replegarse y los hombres de la Convención que mandaba el general Moncey atravesaron el Bidasoa. El 2 de agosto de 1794 se apoderaron de Pasajes, el 3 se presentaron las vanguardias de Moncey en San Sebastián y el 4 capituló la plaza que mandaba el viejo general Molina, sin resistencia porque se hallaba sin medios de defensa. Era el 16 de Thermidor, año II. Firmaron la capitulación los alcaldes Michelena y Zozaya y los concejales Cardón, Lozano y Urrutia con el general Moncey, aprobándola los representantes de la convención Garrau, Caraignac y Pinet.

Inmediatamente comienza a funcionar un consejo civil de guerra llamado “Comisión Municipal y de Vigilancia”, de la cual formaban parte once franceses, tanto militares como paisanos, y el español Urbistondo, un sacrilego donostiarra que llegó a profanar los Santos Oleos. Todos eran dirigidos por Pinet, un hombre sanguinario y sin entrañas. Bajo el mando de aquella comisión, la situación de la ciudad era horrorosa, por lo que muchos donostiarras optaron por abandonar San Sebastián, cerrando sus casas, tiendas y almacenes. Los relatos que se conservan y los documentos que se guardan en el convento de Santa Teresa ponen de manifiesto las tropelías que llevaron a cabo los sicarios de Pinet y los tristes días que vivió la ciudad. De los desmanes cometidos da fe el informe que leyó ante la Convención Nacional de París el famoso Tallien, denominado “el niño verdugo de Burdeos” y donde, después de la caída de Robespierre, anatematizaba los excesos llevados a cabo en Guipúzcoa y Vizcaya. No era Tallien el más indicado para presentar aquella acusación, pues nunca pudo lavarse la sangre que vertió en Burdeos. En el informe, entre otras cosas, se decía que se formó una comisión municipal “compuesta de hombres cuyo vicio menor era su inmoralidad, fueron cerradas las iglesias, arrestados los sacerdotes, arrancadas de sus conventos las monjas, hacinadas en carretas, entregadas a un piquete de húsares que las hicieron atravesar el país conquistado y condujeron a Bayona, donde fueron encarceladas y tratadas de la manera más bárbara”.

Fue en los días en que Pinet era dueño y señor de vidas y haciendas en San Sebastián cuando se levantó la guillotina en la Plaza Nueva, hoy plaza de la Constitución, con material que se trajo de San Juan de Luz. Se proponía aterrar al vecindario, y tal vez por la oposición del general Moncey, sólo en dos ocasiones funcionó aquella guillotina. Ante la guardia republicana formada en la plaza, fueron ejecutados un sacerdote emigrado y que, por hallarse enfermo, no pudo huir a tiempo de la ciudad, y un desertor del Ejército. En aquellas dos tristes ocasiones se oyó en la plaza el himno que el capitán de ingenieros Rouget de l'Isle había compuesto la noche del 26 de abril de 1792 en su casa de la Grande Rue de Estrasburgo y que pronto el mundo conocería con el nombre de “La Marsellesa”.

Tras conocer la Convención el informe de Tallien y los datos aportados por el general Moncey, cesó el terror, cayó Pinet y vino un nuevo representante de la Convención, Chaudron-Rousseau, quien llevó una política totalmente opuesta a la de su predecesor y fue renaciendo la calma en la ciudad.

Por fin, el 22 de julio de 1795 España firmaba en Basilea la paz y quedaban como una lúgubre pesadilla los meses vividos bajo el terror, tiempo en el que, como escribió un general francés, “las mujeres fueron violadas, los desgraciados habitantes que pedían se les dejase la vida, fueron fusilados y llegó la barbarie hasta mutilar a un cura”. Se retiraron los convencionales llevándose todo lo que habían requisado, se reanudó el culto en las iglesias y, como recuerdo de aquellos trágicos días, se conserva en el Museo un plano de San Sebastián y sus alrededores levantado en 1794 en el que se ve el campo atrincherado mandado hacer por el general Moncey que arrancaba de donde hoy está el Palacio de Miramar y seguía por Lugariz, Pagola, Marigosmendi, Marquezabal, Puyo y bajaba hacia el Urumea.

Trece años después volvieron a oír los donostiarras aquella marcha triunfal que los convencionales habían entonado ante la guillotina. La cantaban los soldados de Napoleón, que también dejarían huella en la ciudad.

JUAN MARÍA PEÑA IBAÑEZ









1 comentario:

  1. El titular anuncia algo que ni se menciona en el post. ¿No pueden extender la noticia? La información que tengo es que hubo muy pocos ajusticiados por ese método y fueron algunos soldados franceses desertores. El lugar donde se instaló la guillotina fue en la plaza cuyo espacio aproximado ocupa ahora la plaza de la Constitución.

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