jueves, 28 de junio de 2012

Carril, el vencedor de Ondárroa, entra en la historia - La muerte del héroe


La muerte del héroe


Fue una jornada de luto para San Sebastián y todo el pueblo vivió aquella tragedia del mar que entre sus víctimas se había cobrado a Luis Carril, el bravo mariñel que dos años antes había vencido en épica regata a la tripulación de Ondarroa.


Había salido la trainera “Elcano" que mandaba Carril en la madrugada del 19 de octubre de 1892. Estuvieron faenando con poca suerte, pues tras buscar infructuosamente un banco de bocarta, sólo pudieron pescar cuatro bonitos. Viró la lancha, se izó la vela para regresar a puerto aprovechando el viento favorable. Sobre la una de la tarde, cuando la embarcación se hallaba a unas nueve millas de San Sebastián, una ráfaga de viento formando remolino arrolló la embarcación. Carril arrió el escote (cuerda que sirve para gobernar la vela), y bien porque la maniobra no fue hecha con oportunidad o por la impetuosidad del huracán, la lancha zozobró quedando la quilla al sol.


Los trece hombres asiéndose a la trainera pudieron permanecer a flote. Algunos se subieron a la quilla, pero ante el peso la lancha se hundió. Se intentó dar la vuelta a la embarcación pero el oleaje lo impedía.


Pasados quince minutos uno de los marineros desaparecía definitivamente en las aguas. Poco después, otro, cuyas últimas palabras fueron “pobres hijos míos!". Todos luchaban contra las olas. Carril se despojó de sus ropas para nadar mejor, animando a sus compañeros a quienes decía que pronto vendrían a auxiliarles. Alguien gritó: "Lancha a barlovento!”. Renacía la esperanza. Pero aquella lancha no les divisó. Uno de los marineros, Asensio Landaberea, levantó un remo al que había atado una camisa y hacía señas a la embarcación. Fue inútil. Iban faltando las fuerzas. El patrón les dijo a sus compañeros que si se salvaban irían todos al santuario de Lezo descalzos a oír una misa ante el Santo Cristo.


Sobre las tres de la tarde, tras dos horas en el agua, Carril empezó a delirar. Quisieron ayudarle pero una ola se lo arrebató de las manos y desapareció en las aguas. Cuando veían próximo el fin, todos tenían un recuerdo para la mujer y los hijos. José Joaquín Landa pronunció estas últimas palabras: “Para mí todo ha terminado; me siento morir, voy a rezar el Señor Mío Jesucristo”. Fue la última de las víctimas.


2 Quedaban cuatro supervivientes. Sobre las cuatro de la tarde fueron divisados por la lancha calera “Avelina”, patroneada por Francisco Iturrioz, “Pólvora”, quien recogió a los náufragos, todos ellos extenuados por la lucha de tres interminables horas contra el mar. Los que pudieron ser salvados fueron: Román Echenique, Lorenzo Ituarte, Pedro Galdós y Asensio Landaberea. Las víctimas eran Luis Carril, de 46 años, natural de San Sebastián, casado y con tres hijos; José Joaquín Landa, casado y con dos hijos; José Beovide, casado y con cuatro hijos; José Miguel Egaña, viudo con dos hijos; Mariano Blanco, casado y con seis hijos; José María Taberna, casado y sin hijos; Luciano Sansinenea, soltero; Francisco Aguirre, de 15 años, cuyo padre también había perecido en el mar, y Manuel Uribe, casado y con cuatro hijos.


Cuando la lancha “Avelina” llegó al puerto y se supo la noticia del naufragio, la consternación ganó a todos los donostiarras. Los salvados fueron atendidos por el doctor Oa y visitados por el alcalde. El 27 de octubre los cuatro supervivientes y sus familias acudieron al Santuario de Lezo a oír una misa, y al día siguiente volvieron los salvados ante el Santo Cristo realizando el camino descalzos.


Para mitigar en cierta medida la tragedia de las familias de las víctimas del naufragio, se organizaron inmediatamente suscripciones, a las que acudía la gente a entregar su dinero. El Ayuntamiento celebró una sesión extraordinaria en la que el alcalde y concejales fueron fieles intérpretes del dolor de San Sebastián.


Los donostiarras, en los días siguientes, no tenían más que un tema de conversación; el naufragio de la lancha de Carril. Se supo entonces que la embarcación era la misma que había zozobrado hacía unos años, siendo tripulada por el padre de Carril y el del marinero Mariano Blanco, que perecieron en el naufragio.


La Unión Artesana organizó urgentemente una estudiantina el domingo 23 que recorrió mañana y tarde las calles de la ciudad. En el landó que presidía el desfile iba Román Echenique, uno de los marineros supervivientes. La recaudación que se obtuvo en la cuestación fue de 5.120 pesetas. El fotógrafo señor Ducloux regaló a la Artesana cuarenta retratos de Carril que fueron inmediatamente vendidos a dos pesetas ejemplar, quedándose la Sociedad con uno como recuerdo.


El Gran Casino organizó para el jueves 27 una función a beneficio de las familias de los náufragos. Los precios de las entradas eran : Palco, 50 pesetas; sillas, 5; asientos laterales, 2. Comenzó a las 8,30 interpretando la orquesta, dirigida por el maestro Guimón diversas obras de Mozart, Mayor, Thomas, Rubinstein, Grieg...


Un coro formado por jóvenes de la ciudad cantó el zortziko “Karidadea”, música de Santesteban y letra de Pepe Artola. Luego el pianista Leo de Silka interpretó dos obras de Echeverría y Santesteban. El director de la revista “Euskal Erria”, Antonio Arzac, leyó una poesía de la que era autor y otra Adolfo Comba. Finalizó el concierto con la “Plegaria”, música de Raimundo Sarriegui y letra de Ramón Fernández, que decía: y


“Mar traidor, tumba insaciable/ de míseros pescadores./ Otra vez siembras dolores/ de viudez y orfandad./ Nueve iban alegres/ viendo la mar en bonanza./ ¡Al salir, cuánta esperanza,/ y al volver la eternidad./ ¡Llora, llora, triste Easol a Dios por los muertos ora,/ y por los vivos implora/ de todos la caridad!./ Y el coro de los que fueron dirá cuando así te vea,/ bendita, bendita sea/ Madre Easo tu piedad”.


Después se bailó un cotillón que resultó brillante, terminando la fiesta a las dos de la madrugada. Los marineros de carta a la que acompañaban 500 pesetas para las familias de las víctimas. El Orfeón de Bayona-Biarritz también quiso participar en aquel movimiento unánime de solidaridad en el dolor y vino a dar un conciertoque tuvo lugar en el Teatro Circo el 6 de noviembre. La gente que llenaba el coliseo aclamó a los orfeonistas, no sólo por la calidad artística de la masa coral sino por el gesto que habían tenido. Se recaudaron 1.479 pesetas.


En la parroquia de Santa María se celebraron, el miércoles 26, solemnes funerales por los nueve náufragos, asistiendo todas las autoridades y el pueblo. Resultó la ceremonia enternecedora por la sentida oración fúnebre del beneficiado Rvdo. Echeverría.


No podía faltar, a la hora de elogiar a Carril y expresar la tristeza por su trágico fin, la pluma de Antonio Peña y Goñi que escribió lo siguiente:


“Los montes, cubiertos de sol; el Cantábrico, durmiendo; día hermoso y mar bellísima. A 10 millas de la costa, el escenario del horrible drama: trece hombres flotan sobre las olas, una lancha quilla al sol, y de aquel racimo humano, granos que se desprenden poco a poco, como fruta demasiado madura, y desaparecen en las fauces del Gran Traidor.


El exceso de confianza, un descuido lamentable, quizá la escota mordida en vez de estar sobrevuelta, una racha de viento que da un soplo a la mayor enorme y apaga la trainera como quien apaga una luz.


Drama estúpido, prosaica catástrofe que se desarrolla bajo el cielo azul y el sol resplandeciente, en la superficie de una mar indigna por su belleza de servir de tumba a aquellos valientes.


La han domeñado en las tremendas borrascas, se han burlado de sus obras, han desafiado y vencido al vendaval, se han lavado las manos en el espumoso jabón de las rompientes.


Y ahora caen tontamente, como principiantes, en un hermoso día de la otoñada, iluminados por el sol, acariciados por la brisa, en un ambiente templado, en la soberana quietud de la onda, espléndida marina que sirve de marco a una tragedia inverosímil.


Pérfida como la onda, ha dicho Shakespeare. Pérfida, en efecto, el colmo de la perfidia; reirse de los mordiscos de la onda y sucumbir.


Así ha muerto el héroe, de muerte femenina, en brazos de Loreley, acariciado por la sirena que, desde las márgenes del Rhin, se trasladó al Cantábrico aquel día y produjo la catástrofe.


Así cayeron con él ocho compañeros. Salváronse cuatro que no han podido relatar el drama. Lo ignoran todo en el aturdimiento brutal de lo imprevisto. Estuvieron tres horas formando un haz, asombrados, entontecidos por la horrible pesadilla

Ante su vista se desarrollaba el estupendo panorama del mar. Las demás traineras pescaban tranquilamente, navegaban a un largo, empujadas suavemente por el viento, inundadas de sol, sesteando en la inmensa superficie. Y ellos estaban allí, sosteniéndose en el agua, náufragos ignorados que esperaban la muerte como irrisión del destino.


Flotaron durante tres horas, la agonía les dejó espacio suficiente para despedirse unos de otros, recordaron a sus padres, a sus madres, a sus esposas, a sus hijos, la última hora fue apoderándose de ellos pedazo a pedazo, miembro a miembro, y sumergiéndose dulcemente con el corazón helado, puesto en el hogar doméstico, con los ojos vidriosos mirando al cielo, puestos en Dios.


La lancha que recogió a los supervivientes condujo al puerto aquellas cuatro pavesas del drama, y llegó vacía porque dejaba allí, en la profundidad insondable, los cuerpos de nueve hombres y las almas de diecinueve huérfanos.


El cadáver del héroe no ha aparecido. ¡Que no aparezca! ¡Que no se le vea hinchado y amoratado, roído por y los cangrejos, despedazado por los peces! Conservemos su imagen viva, huyamos de la máscara repugnante. La tumba del Océano engrandece el final pequeño del vencedor de Ondarroa. Que quede en esa tumba, que descanse en la mar, ya que tanto la amaba.


La caridad bate sus alas sobre las viudas y los huérfanos. Bilbao y Ondarroa, los vencidos, han acudido con y mano pródiga al socorro de las víctimas, elevándose noblemente a la categoría de vencedores, curando con lágrimas las heridas de la lucha.


Dios hará lo demás. En la inmensidad del mar está más cerca de ellos que de nosotros, los conoce, los trata y los quiere más que a nosotros, y los habrá acogido amorosamente en el seno de su misericordia y de su bondad”.

















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