Respecto a las murallas, como sobre tantos temas importantes que han afectado a nuestro pueblo, hubo división de opiniones pero la inmensa mayoría de donostiarras se mostraba partidaria del derribo. No fue fácil conseguir del ramo de guerra la autorización correspondiente, pero la evolución de las técnicas militares hizo que las murallas perdieran la importancia que habían tenido en tiempos pretéritos. Se hicieron múltiples gestiones en Madrid hasta que el 29 de abril de 1863 llegó la esperada noticia.
Aquel día se representaba en el Teatro Principal la ópera italiana "El Trovador". La sala estaba de bote en bote y en uno de los entreactos el alcalde , don Eustasio Amilibia, se puso en pie en el palco que ocupaba y dirigiéndose al público anunció que en aquel momento acababa de recibir por telégrafo el texto de la Real Orden que decretaba el abandono de San Sebastián como plaza fuerte y autorizaba al Ayuntamiento a abrir las puertas que quisiera en la muralla. Leído el telegrama, todos los asistentes puestos en pie vitoreaban a la Reina Isabel, a los generales Concha, Prim, Zabala, Ferrer, Angulo y Arteche y a los prohombres Claudio Antón de Luzuriaga, Pascual Madoz, José María Collado, Javier Barcaiztegui y Fermín Lasala (éste presente en el Teatro), que tanto habían hecho para conseguir el derribo de las murallas.
El texto de la disposición decía lo siguiente :
"Acordado por Real Orden de esta fecha el abandono de San Sebastián como plaza de guerra y el consiguiente derribo de sus murallas en la forma que en la referida resolución se indica, la Reina (q.D.g.) ha tenido a bien autorizar al Ayuntamiento de dicha ciudad para que desde luego y a su costa, pueda abrir las puertas o boquetes que sean necesarios para facilitar la circulación y comunicaciones con el exterior, con objeto que el desahogo que de esta manera ha de producirse pueda tener lugar sin esperar los acuerdos que conforme a lo que determina la Real Orden han de recaer respecto de todo el derribo".
Un año después, el 27 de Abril de 1864, se publicó la Real Orden mandando derribar las murallas y fortificaciones de San Sebastián y en vista de ello el Ayuntamiento acordó la inmediata ejecución de las obras. Medio siglo después, un cronista local escribía : "Desde este momento nuestra Iruchulo perdió su carácter especial, como de sola y bien unida familia, cuyos gustos y costumbres éranse los mismos constituyendo una sociedad homogénea; pero en cambio además de las mejoras materiales, adquirió una gran expansión, pudiendo salir sus moradores de día y de noche del recinto en el que estaban confinados".
Fue el 4 de mayo cuando de una manera simbólica empezó el derribo de las murallas. Aquel día se reunió el Ayuntamiento en sesión extraordinaria y solemne asistiendo las autoridades civiles y militares y el cabildo eclesiástico de birrete y manteo. Según el relato del archivero don Baldomero Anabitarte, el regidor en funciones de síndico, don José Angel Lizasoain, tomó la bandera, la misma con la que se levantó el pueblo por Isabel II el 5 de octubre de 1833. Salió de la Casa Consistorial el cortejo precedido de los maceros, músicos, juglares y banda de música y acompañado de numerosos vecinos se dirigió a la muralla Sur, frente a las casas del Parador Real y de Beraza, donde el gobernador civil, don Benito Canella, pronunció un discurso que terminó con un "¡Viva la Reina!".
El archivero municipal escribe: "La briosa entonación que supo dar a sus palabras, el noble entusiasmo y la satisfacción vivísima que se retrataba en su semblante, produjeron en el auditorium una impresión tan vehemente, que después de contestarle con un viva entusiasta a la Reina, fue vitoreado a su vez por el pueblo que se extendía a lo largo del muro".
Siguieron los vivas a las autoridades militares, al Ayuntamiento y finalmente a la libertad, extendiéndose los vivas desde el baluarte de San Felipe al Cubo Imperial. Pese al mal tiempo, pues durante aquella histórica escena llovía torrencialmente, no se enfrió el entsiasmo entre los donostiarras que en bloque asistían al acto.
Entre aclamaciones, el gobernador civil tomó la palanca de plata preparada a tal efecto y la introdujo en una piedra de la muralla, previamente señalada, que fue derribada. Llamó al alcalde, don Eustasio Amilibia, y éste acabó de saltar y tirar la piedra. Un grupo de obreros continuó el derribo mientras los coros y la orquesta entonaron el himno del maestro Juan José Santesteban, letra de Ramón Fernández de Garayalde y Otálora, que comenzaba así:
"Brilla el iris al fin, en tu cielo/Blanca Easo, cautiva paloma/Ya tu negra prisión se desploma/Libre ya ves el vuelo tender (...) Arrullada en tu cuna de arena/A la sombra de verde colina/Tú naciste en la fresca marina/Como un cisne flotando en la mar./Y galana y risueña te miras/En tu concha de azul y de plata/Que en tus plácidas ondas retrata/Murmurando a tus pies tu beldad (...) Cubre el margen del manso Urumea/Vuela a unirte a tu hermana olvidada/A Pasajes, la perla envidiada/La que tiende sus brazos a ti./Juntas ambas seréis rico emporio/Honra y prez de solar guipuzcoano/Y a las glorias de Oquendo y Elcano/Nuevas glorias sabrás añadir".
El acto había terminado y el cortejo, con el mismo ceremonial que a su llegada, regresó a la Casa Consistorial mientras el pueblo mostraba su alegría a ratos pasada por el agua de los chaparrones.
Todos eran conscientes que habían asistido a un acto histórico, aunque no podían calcular las consecuencias del derribo de las murallas en orden a una nueva y próspera Iruchulo que dijérase que acababa de nacer.
San Sebastián, un pueblo de caballeros donde a los vecinos se les consideraba hidalgos si probaban la limpieza de sangre, no podía dejar la ocasión de la autorización del derribo de las murallas para mostrar su agradecimiento a quienes habían trabajado a fin de conseguir que las aspiraciones de los donostiarras se cumplieran. Y así en la citada sesión municipal del 4 de mayo de 1863 expresó públicamente el reconocimiento a cuantos intervinieron en el acuerdo que se contenía en la Real Orden del 29 de abril. Pero no era un reconocimiento un tanto vago y general, sino que se mencionaban los nombres y lo que cada uno de aquellos caballeros hicieron.
Así el agradecimiento alcanzaba al marqués de la Habana, ministro de la Guerra, "que dictó y presentó a la aprobación de Su Majestad las Reales ordenanzas tan favorables a los residentes en esta población". Al caudillo victorioso de la guerra de Africa, duque de Tetuán, que como ministro de la Guerra "consiguió de Su Majestad la R.O. del 17 de marzo de 1862". A Claudio Antón de Luzuriaga, "defensor ilustre en otro tiempo de los intereses de este comercio". A Joaquín Francisco Barroeta Aldamar, "cuyas relaciones de amistad y afecto en esta ciudad vienen de años". A los hijos de este pueblo, don José Manuel Collado, don Javier Barcaiztegui y don Fermín Lasala, "que han formado en Madrid la comisión que activa e incesantemente ha trabajado, siendo secretario de ella dicho señor Lasala”. El agradecimiento se extendía al general don Juan Prim y Prat, marqués de los Castillejos, al marqués del Duero, al de Sierra Bullones, al general Valentín Ferraz y al brigadier Julián de Angulo.
Un nuevo San Sebastián acababa de nacer. Y bien claramente se ve después de haber transcurrido tantos años.
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